El error de la educación

Óscar de la Borbolla
15 diciembre 2020

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@oscardelaborbol

Sinembargo.MX

 

Si uno cree que es importante una puerta (no es relevante cuál) y está convencido de ello, inmediatamente descubre que igual de decisivo es tener la llave que la abre, y si uno concede que esa llave importa, nuevamente descubre la importancia de tener al menos una mano para empuñar la llave y las fuerzas para sostenerla y girarla y, finalmente, uno se da cuenta de que no es importante ni la puerta ni la llave ni la mano ni las fuerzas, si no se posee la determinación de cruzar esa puerta. Al revisar cualquier objeto que pueda considerarse valioso y recorrer la cadena de lo que se necesita, se encuentra que lo fundamental es la voluntad y, detrás de ella, el deseo. Sin deseo todo cuanto nos rodea se desvanece.
Son el deseo y la voluntad los factores que nos hacen percatarnos de que existe un mundo afuera de nosotros; sin ellos, el mundo se hunde a causa de nuestra indiferencia o desinterés: la falta de curiosidad (que es simplemente otro de los nombres del deseo) vuelve invisible lo que está ante nosotros o, si se prefiere, dejamos de observar el mundo como una colección de puertas y sólo vemos un muro gris interminable que no nos interesa.
Esta verdad elemental la olvidamos con graves consecuencias para la educación, pues queremos hacer que los demás, nuestros hijos o nuestros alumnos, se sientan atraídos por las puertas que les colocamos delante y que ellos miran como un muro gris interminable que no les llama la atención. Las puertas que les mostramos las decoramos con distintos rótulos: “Lee, la lectura es muy importante”, y ellos parpadean. “Estudia, aprende, interésate”, y ellos parpadean. Les mostramos los asuntos que a nosotros nos parecen valiosos, los exhortamos a que abran una puerta, los ponemos de cara ante las puertas que nosotros consideramos decisivas y ellos parpadean.
Y es que no hay nada más irrelevante que una puerta cuando no se tiene el deseo de trasponerla. Esta es la enorme falla de la educación: poner delante puertas en lugar de despertar deseos. ¿Y cómo se despierta el deseo? Gran pregunta. Obviamente no poniendo puertas que a nadie le interesan. La estrategia, parece mentira, es como siempre lo ha sido: tener necesidad, sentirse y estar en falta, tener problemas. El deseo surge de la carencia, su cara más conocida es el hambre: el deseo nace de la cruda necesidad, pues cuando uno está satisfecho o así se siente, no desea. Y hoy, pese a que nadie está satisfecho, se siente no sólo satisfecho, sino colmado, lleno, harto.
Padres y maestros contribuyen a este hartazgo, pues facilitan la solución a los problemas antes de que su interlocutor comience a sentir siquiera un comienzo de necesidad, un destello de curiosidad; antes de sentir el problema como problema. Atiborrados por la cantidad de información que reciben de Internet o de los medios, todavía les brindamos más información. Hambre es a lo que debería de sometérseles, necesidad, privación, porque sin ellas las puertas seguirán sin ser deseadas.