El enterrador del PRI
Los lectores estarán pensando en Morena cuando me refiero al enterrador del PRI. Y, pues, sí, de alguna manera la 4T es una de los culpables de tener al tricolor al borde de la tumba. (¿Cuántas veces hemos dicho esto?), pero, en realidad, estoy pensando en Alito (o Vandalito como lo motejó Osorio Chong) como el enterrador que le dará el último palazo al otrora invencible partidazo.
Como bien sabe cualquier lector avezado en estos temas, mientras el PRI estuvo en Los Pinos ahí residía su verdadero dirigente y no en el edificio de Insurgentes Norte, en la Ciudad de México. Uno de los poderes metaconstitucionales de los presidentes priistas era ser, también, el jefe real del PRI. Él decía las candidaturas a gobernadores, senadores y diputados federales y, por su puesto, a la presidencia del país. Era la época del partido prácticamente único. Así fue de Calles a Salinas de Gortari e incluso de Ernesto Zedillo.
Cuando el PRI perdió la presidencia a manos del PAN, el tricolor extravió su eje central y los gobernadores se convirtieron dentro y fuera partido, como dijo Leo Zuckerman, en una especie de virreyes. Ellos adoptaron estatalmente el papel que antes tenía el habitante de Los Pinos, como lo hizo Juan S. Millán en Sinaloa, al decidir las principales candidaturas federales y la del candidato al gobierno del estado.
Al recuperar la Presidencia de la República con el atlacomulquense Enrique Peña Nieto, Los Pinos volvió a ser el bing bang del sistema priista y ahí se decidían las candidaturas y los rumbos del instituto político creado por Plutarco Elías Calles.
El triunfo de AMLO y Morena, y ya con pocos gobernadores priistas, estos no heredaron virreinatos como sucedió en el sexenio de Fox, y la dirección del PRI empieza a concentrarse en su presidente. Por ejemplo, en Sinaloa, Quirino Ordaz no pudo imponer su candidato porque Alejandro Moreno logró colocar a su alfil Mario Zamora. Es decir, con Alejandro Moreno, “Alito”, se empieza ver un tipo de liderazgo partidario que no se había visto antes. El campechano empezó a actuar en el PRI como lo hacían los presidentes de la República con ese signo partidario: decidiendo centralizadamente, prácticamente él solo, los principales movimientos del partido.
Ahora, el PRI ya no tenía presidentes de la República, ni gobernadores virreyes, pero sí un presidente de partido que decidía todo, al más puro y tradicional estilo priista, con una gran diferencia: los dirigentes priistas anteriores tenían mucho oficio político, sabían combinar la mano dura y las triquiñuelas con la sutileza y, con frecuencia, con una retórica fina. Eso contrasta con los estilos de las nuevas generaciones priistas: generalmente incultos, muy ambiciosos, atrabancados y, como Alito, vulgares y voraces.
Si el PRI se fue desgastando en el poder fue, en lo fundamental, porque abrazó una ideología que lo alejó de los intereses de las clases populares. Podía seguir siendo centralista e hiperpresidencialista, tal y como lo ha demostrado López Obrador, pero éste volteó a ver a los plebeyos que el PRI neoliberal ya menospreciaba.
Lo cómico es que Alito y los actuales dirigentes del PRI dicen repudiar el neoliberalismo, al que abrazaron amorosamente desde que ingresaron al partido, y proponen acercarse a la socialdemocracia, elixir ideológico con el que piensan se van a rehabilitar. El giro ideológico del PRI vandalito es más que dudoso, pero es el disfraz que han escogido para quedarse con los últimos huesos de su cuerpo político.
En Morena deben estar felices de que Alejandro Moreno se haya apropiado totalmente del tricolor porque está dando pasos muy firmes para que los ciudadanos se alejen cada vez más de él. Por lo pronto ya atacó a latigazos y vomitadas a numerosos ex dirigentes priistas. El estilo de Alejandro Moreno jamás se había visto en la historia de las dirigencias tricolores. Vaya, ni morenos ni blanquiazules habían hablado tan mal de los hijos de Calles como lo ha hecho el campechano. (Me recuerda a los porros preparatorianos de muchas ciudades del País que interrumpían las asambleas estudiantiles en los setenta y ochenta con gritos y escupitajos).
El campechano seguramente hará mucho dinero con el manejo del partido y vendiendo candidaturas, pero no se ve por ningún lado cómo puede lograr que las mayorías mexicanas regresen a las urnas a votar por ellos.
Por lo pronto ni periodistas que fueron muy bien tratados por los anteriores priistas les creen nada. Todos pronostican que, ahora sí, pronto estaremos viendo los funerales del PRI.
En el PAN también andan muy desorientados y enfrentados entre sí, pero entienden que deben mantenerse con el discurso de la derecha mexicana que siempre han sostenido. De ellos, nadie anuncia un giro narrativo distanciado de sus viejas creencias, aunque con Xóchitl, la cual defendía el derecho al aborto, coqueteaba con los programas sociales impulsados por los morenos y le hacía guiños a la comunidad LGTB, ruborizados, nos les quedaba más que simular que los aprobaba. No, en realidad, la derecha mantendrá su ideario como lo ha hecho en todo el mundo, e incluso lo podría radicalizar, tal y como lo ha hecho Milei en Argentina.
Es una verdadera lástima que, para la salud de una república democrática, no vaya a haber una oposición lúcida y sólida a Morena. No encuentran cómo, ni una nueva narrativa, ni estilo, nada.
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