El Ejército y el Presidente
Las fuerzas armadas, en particular el Ejército y la Marina, son dos de las instituciones públicas más respetadas y las de mayor confianza entre los mexicanos. La encuesta nacional de cultura cívica 2020 afirma que más del 63.8 por ciento de los ciudadanos en nuestro País dijo tener entre “algo” y “mucha confianza” en dichas instituciones. Las policías locales, los diputados federales, senadores y diputados locales son los que menor confianza reflejan en el estudio.
Son 321 mil 482 efectivos los que conforman las fuerzas armadas nacionales: el Ejército, 157 mil; la Marina Armada de México, 51 mil; la Fuerza Aérea, 8 mil; y la Guardia Nacional, 104 mil elementos aproximadamente. Todas y todos ellos son mexicanos entregados a las armas para la salvaguarda de la soberanía nacional.
El poder militar en México se sujeta al poder político por mandato constitucional, en nuestro sistema político, el Presidente de la República es el titular del Poder Ejecutivo y Jefe del Estado Mexicano, por lo primero es el responsable del gobierno y administración pública federal, por lo segundo el Comandante Supremo de las fuerzas armadas.
El mando supremo corresponde al Presidente de la República, y es facultad de él, nombrar y remover al Alto Mando, que se depositará en el Secretario de la Defensa Nacional, quien deberá por requisito ser un General de División. El Presidente también tiene facultades para nombrar al Subsecretario de la Defensa, oficial mayor, a los comandantes de los mandos superiores y entre otras, la creación de las nuevas unidades del Ejército, la Fuerza Aérea y la Marina.
La disciplina y lealtad a las instituciones de nuestras fuerzas armadas nunca han estado en tela de duda. Han pasado por momentos difíciles, pero la milicia mexicana jamás ha traicionado o quebrantado el orden constitucional que desde 1917 garantiza la transmisión pacífica del poder mediante elecciones democráticas organizadas por cuerpos civiles y de 1989 para acá, por un organismo ciudadano autónomo. El Ejército no es una institución política, es una institución del Estado que está mucho más allá de ello.
Nuestro país no vivió ni remotamente los negros momentos de las dictaduras militares que se adueñaron e instalaron en prácticamente toda América Latina en el Siglo 20. Nicaragua, Cuba, República Dominicana, Panamá, El Salvador, Honduras, Argentina, Guatemala, Bolivia, Paraguay, Brasil, Perú, Chile, Uruguay y prácticamente todas las islas del caribe supieron lo que fue la llegada y el ejercicio de los militares al poder.
México era la excepción de la regla, algunos investigadores aseguran que lo fue porque los militares ejercían el poder político desde diferentes trincheras, que nuestra nación fue una “dicta-blanda” o un ejemplo de la “dictadura perfecta” como la llamara Vargas Llosa. Lo cierto es que, pasada la Revolución e institucionalizado el poder, ningún gobernante se instaló por la fuerza de un golpe militar o la insubordinación del Ejército o sus generales como sucedió en prácticamente el resto del continente.
Cuando algunos columnistas y líderes de la Oposición reclaman al General Luis Crescencio Sandoval, Secretario de la Defensa Nacional, el discurso pronunciado en la conmemoración de la gesta revolucionaria, caen en un exceso discursivo y una interpretación sesgada de lo que el alto mando militar dijo, no solo ante el Presidente, sino delante el resto de los representantes de los Poderes de la Unión.
El General Sandoval reafirmó el deber ser de la institución, el compromiso, no solo con el Mando Supremo que hoy lo tiene Andrés Manuel López Obrador, sino con todas las instituciones de México. Con el Poder Legislativo y Judicial, que en conjunto dan forma a nuestro Estado, porque el Ejército lo comanda hoy el Presidente en turno pero no es de Andrés Manuel, sino de todos los mexicanos. Así se dijo pero algunos, a su conveniencia, lo quisieron escuchar de otra manera.
Estos no son temas menores, son asuntos fundamentales para la vida democrática de un país. No se puede porque no se debe, ni con el más voraz de los apetitos de poder, sembrar discordia entre los mexicanos contra las fuerzas armadas. No cabe en la voz de los demócratas sembrar la semilla de la discordia contra los únicos que nos podrían defender en caso de la ruptura del orden constitucional en México. Que nos quede claro que es una peligrosa irracionalidad darle juego a las voces que quieren ver a México arder. Luego le seguimos...