El corazón y el mar
¿Qué tienen en común el corazón y el mar? ¿Por qué unir su tratamiento? ¿Cuál es su relación? ¿Dónde radica su convergencia?
Tal vez, la razón sea poética. El corazón, como el mar, se mueve a un ritmo pausado e incesante, que, en ocasiones, alguna tormenta desata, desborda y estremece.
Para hacerse a la mar hay que tener gran corazón. No cualquiera reúne el arrojo de lanzarse a la aventura. Surcar mares ignotos es una empresa reservada a los espíritus fuertes.
Asimismo, es necesario no doblegarse ante cualquier borrasca. Y, aunque sobrevenga cruel naufragio, es preciso mantenerse asido al mástil, no extraviar el rumbo y jamás arrojar el timón por la borda.
El corazón del poeta Antonio Machado unió sus palpitaciones con el mar. Se enamoró de Leonor Izquierdo Cuevas y se casaron cuando ella tenía 15 años y el 34.
El matrimonio transcurrió felizmente. Machado escribía “Campos de Castilla”, cuando decidieron ir a París. La capital francesa estaba de fiesta; era el 14 de julio y, de pronto, Leonor cayó enferma.
Rubén Darío le prestó dinero a Machado y regresaron súbitamente a España, pero Leonor falleció de tuberculosis. Cumplieron, apenas, tres años de casados.
Machado había escrito: “A un olmo viejo, hendido por el rayo/ y en su mitad podrido,/ con las lluvias de abril y el sol de mayo/ algunas hojas verdes le han salido..../ Mi corazón espera/ también hacia la luz, hacia la vida / otro milagro de la primavera”.
El milagro no llegó. Con los ojos anegados de lágrimas, exclamó: “Señor ya que me arrancaste lo que yo más quería. Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. Tu voluntad se hizo, Señor contra la mía. Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar”.
¿Supero activamente el dolor?