El caso Kundera
Monstruo sagrado de la literatura, nacido en un país creado por el Tratado de Versalles después de la I Guerra Mundial y que ahora está dividido en dos, Milan Kundera prefirió ser francés desde 1975, decision que lo marcó como un hombre atrapado, trotado, por las turbulencias sociales de la Europa del Siglo 20.
Se volvió un hombre del siglo. Y con el tiempo terminó escribiendo sus novelas en francés, en una trasmutación totalmente lograda.
Mi novela favorita fue “La broma”, la menos leída y citada de todas... las otras las leí demasiado joven, en los 80, gracias al amigo Humberto Trujillo, y no las aprecié mucho porque, por fortuna, aún me faltaban mas de 20 años para sentirme descontento y pensar que la vida estaba en otra parte. Kundera era el autor favorito de muchos resentidos o atrapados en otra vida que no eligieron.
Mis dramas de pos-adolescente precoz estaban lejos del universo kunderiano, pero noté que mis amigos escritores y maestros mayores de treinta habían encontrado ahí un faro destellante.
Y además, Kundera presentaba una nueva forma de contar, como un ensayo humanista donde el narrador se vuelve visible. Creo que muchos lectores que gustaban de leer ensayos, o que aún no lo sabían, se encontraron ahí a sus anchas, con un continente inesperado.
Lo leímos con la curiosidad de saber cómo reían y olvidaban las gentes como nosotros que vivían atrás de La Cortina de Hierro; lo gozaron más aquellos seres sensibles que tenían su propio telón de acero, como el acto final de una obra teatral.
En ese tiempo, la vejez iniciaba a los treinta. Y aún para los mexicanos pudientes había una ausencia de futuro por tantas limitaciones económicas y del espíritu.
Milan Kundera fue miembro decano del famoso No-Nobel Club. Ya tenía buen tiempo llevando una vida retirada, similar a la de Alain Delon, su contemporáneo y equivalente en la farándula literaria francesa, y más lo hizo cuando la enfermedad lo postró desde hace meses.
¿Cómo se leerá su obra en trescientos años, cuando veamos a la Guerra Fría con ojos similares a la manera en que se vieron los procesos de la Reforma y la Contrarreforma europeas, por buscar un símil más aproximado?
Alguna vez le leí que el amor era una cosa seria que debía vivirse con imaginación. Sus texto, ¿eran novelas filosóficas o filosofía en episodios amorosos?
Confieso que eso me pregunté cuando comencé a leer a Kundera: sus novelas se me hacían rolleras, discursivas y con personajes llenos de dramas interiores, pero bueno, pensé en 1986, así debe de ser de atormentada la gente de Europa del Este, aparte del frío y el aburrimiento, todavía tienen que lidiar con el comunismo monoteísta de los soviets.
Desconfié más cuando vi en las revistas de mi novia -mis hermanas sí veían el canal 2 pero no eran de revistas- que el autor era recomendado por Christian Bach y Humberto Zurita. (Luis Miguel recomendaba “El perfume”, hoy incómodo con su aura de feminicidios, además de la película “Amadeus”, de la que sospecho que copió no pocos de sus aires insolentes y sentirse niño genio)
Luego cayó la URSS y se leyó con menos pasión a Eduardo Galeano, a Neruda, a Máximo Gorki y a otros más, pero Kundera seguía apareciendo en las charlas y las entonces novedosas portadas negras de Tusquets, el elegante Starbuck editorial donde tenían a Boris Vian, Luis Sepúlveda- el ecologista que navegaba en el barco de Green Peace -y El amante, de Margarita Duras!
Su posición se vio criticada al irrumpir en la política y la galaxia de las traducciones la figura del escritor teatral Vaclav Havel, paisano suyo, quien fue más disidente que él: estuvo preso y llegó a Presidente de Checoslovaquia, cual Nelson Mandela. De hecho fue él último Presidente, ya que era inevitable su escisión.
En fin, confieso que empecé a decirle Milán Kundalini porque se me hacía un autor de autoayuda y dramas de parejas que no saben lo que están viviendo... cosas que no pasaban en la obra de Jorge Amado, Jorge Ibargüengoitia o incluso Jorge Luis Borges. Tres narradores muy opuestos que leía entonces, pero que iban directos a la idea y la acción.
Cierro mi comentario dedicando un homenaje a don Alejandro Avilés, quien era columnista de Noroeste en 1984 y fue la primera persona a quien le leí un artículo sobre este autor recién fallecido y que tenía el mismo título que este texto: EL CASO KUNDERA.