El cambio del Presidente
Don Julio Scherer, uno de los mejores periodistas que este país ha leído, contaba sobre un Presidente de la República que antes de sentarse en la Silla del Águila, había sido su contacto, conocido, y regular compañero de conversaciones privadas, de pláticas de luchas ideológicas y reformadores pensamientos. Pero que no bien llegado al Palacio Nacional, se había transformado.
El periodista nunca movió su pensamiento crítico, tampoco su posición como líder de opinión, menos dejó de producir reportajes que develaban las entrañas del poder hasta el punto donde se originaba la corrupción, el abuso, el exceso. Un buen día, dijo, aquel Presidente le mandó llamar. Le reclamó por qué ya no era su “amigo”, por qué le criticaba tanto, por qué le dedicaba tantas páginas editoriales al análisis de su Gobierno, la mayoría de las veces con resultados no de su agrado, le reclamó al fundador de Proceso, por qué había cambiado.
Don Julio, confiaría, le recordó las ocasiones que platicaron, cuando en largas conversaciones criticaban a quien ostentaba el poder y las desgraciadas decisiones que tomaba, de cómo escuchó lo que el entonces Secretario, “haría de llegar a la Presidencia de la República”. De cómo juntos, muchas veces, enfocaron la mira del discernimiento hasta el ocupante del Palacio Nacional. Entonces el periodista le soltó, palabras más, palabras menos, que él no había cambiado, que él seguía en la misma posición, con la misma firmeza y principios, con la mira enfocada hacia el mismo lugar, que quien había cambiado era él, que se había ubicado en el Palacio Nacional, justo en la mira.
La anécdota la contaba don Julio para explicar cómo el poder cambia a las personas. Cómo lo que antes celebraban y a lo que incluso contribuían con información, la crítica, la evidencia revelada, les molestaba al extremo cuando se trataba de ellos. El poder los hace sentirse intocables, los vuelve perversos. Los enajena.
Muchos años, pero muchos años después de aquella vivencia de don Julio Scherer, en México estamos observando a través de la conferencia matutina del Presidente de la República, de las redes sociales, en calidad de testigos de primera línea, el cambio de un personaje político nacional.
Como parte preponderante de la oposición política en los últimos 16 años, en su calidad de aspirante a la Presidencia de la República en tres ocasiones, Andrés Manuel López Obrador fue un férreo crítico del sistema de Gobierno de este país, un feroz atacante de la corrupción, evidenció el abuso y el exceso cometidos desde el Gobierno, clasificó e identificó a la mafia del poder. Apoyó como ninguna otra oposición política a los medios independientes de México, a los cuales no les regateó información, ni solidario abrazo público cuando fue necesario, cuando la presión de los ocupantes de la Silla del Águila, intentaban callar a un medio, a un periodista.
Concedió muchas entrevistas en 12 años, de 2006 a 2018, para señalar a los corruptos, a los colaboradores del Presidente que aprovechaban el cargo para la irregularidad y hacerse de dinero. Contribuyó al periodismo de investigación que tanto celebró en casos como la guerra contra las drogas en el sexenio de Felipe Calderón, o los escándalos de la Casa Blanca, la Estafa Maestra o el caso Odebrecht en el de Enrique Peña Nieto.
Pero ahora, el político de la oposición que acompañó a esos medios y a esos periodistas, es el Presidente de la República, el del partido oficial, el del presidencialismo y el ejercicio del poder. Y así como aquel conocido de don Julio Scherer, reclama, con la diferencia de no hacerlo en privado sino de forma muy pública, a quienes en el pasado aplaudió, particularmente, a Carmen Aristegui, o a Víctor Trujillo y su personaje Brozo.
La realidad, es que ni Aristegui ni Trujillo han cambiado su posición, ni su línea editorial, ni su ética ni sus principios, tampoco su particular y personal forma de hacer periodismo y crítica, su mira sigue enfocada en quien ostenta el poder político en el país, pero ahora es Andrés Manuel López Obrador, el que en el pasado los aplaudió por denunciar a los panistas y a los priistas, y que es evidente, el día de hoy, sentado en la Silla del Águila, se percibe intocable. Todos quienes le critican, están mal, pertenecen “al bloque opositor”, al “bloque conservador”.
La crítica y el periodismo que antes festejó, le es hoy incómodo. Intenta desprestigiarlo, reclama que durante mucho tiempo engañaron, se refiere a cuando a su proyecto le convenía la crítica de periodistas y medios hacia el poder, cuando él no lo ejercía a plenitud como lo hace ahora.
Cada vez con mayor frecuencia, cuando se publica un reportaje que evidencía abuso, corrupción y exceso en colaboradores, familiares o aliados del Presidente López Obrador, éste no exige una investigación como lo hizo en el pasado, al contrario, minimiza la denuncia periodística, y arremete contra el mensajero. El Presidente no puede creer, que como en el pasado, detrás de la línea editorial de un periodista, de la elaboración de un reportaje, no haya nada más que compromiso con el periodismo de investigación.
Confirma con su actitud denostativa, agresiva hacia el periodismo de investigación, que el poder efectivamente cambia a las personas cuando finalmente lo obtienen. Que la libertad de expresión ya no es, como lo fue en su pasado, la garantía de una democracia en camino a la plenitud, sino un ejercicio de la oposición (la cual solo integran periodistas y analistas), para atacar a su Gobierno.