El antro dentro de nosotros:
una lectura antropológica

Juan José Rodríguez
03 enero 2022

En el pasado, la palabra antro era muy fuerte y sólo la leíamos en las notas policiales. Hoy se ha domesticado y es muy común usarla para lo que antes se le llamaba “irse de farra” o “de marcha”, en España.

El origen etimológico surge del latín “antrum”, literalmente caverna, adentros o interior.

Hoy vivimos la relampagueante era de los excesos. El periodo en que la humanidad descubrió que el peor crimen es estar aburrido.

Hay una tendencia a chupar el jugo de la vida hasta que este se agote. Tristes los años 80, en los que el consumismo y la diversión se hacían sin complejo de culpa.

Con razón, la ecología empezó a dejar su semilla en esos años en los que comenzamos a ver cómo nuestra irresponsabilidad tundía al Planeta: ya no se podían cerrar los ojos.

No me refiero en esta columna en exclusiva al daño ambiental, sino a una sociedad lúdica, incapaz de estarse quieta.

Yo, que he sido persona de fiesta y convivencia, no me asusto ante los ímpetus actuales. No obstante, veo lo preocupante de ser parte de una sociedad formada y conformada bajo el signo del antro.

Los síntomas están a la vista hasta en las formas más inesperadas.

Podemos reírnos de la imagen del interior de un camión urbano de Culiacán que circula en los memes, iluminado con luces ultravioleta, arcoiris estrobo y oscuridad como de un table gracias a vidrios ahumados y cortinas de terciopelo azul y morado. (Hay muchos así).

Sin embargo, la estética buchona o de oda al narco está más allá de las apariencias o la decoración. Hasta los actos cotidianos, hoy se mueven bajo ese espíritu de pista de baile.

Como mazatleco me eduqué en la playa, la cual, durante mucho tiempo, fue un oasis familiar. Últimamente he visto que a lo largo de todo la línea costera hay una gran cantidad de servicios de renta de sillas, además de bandas de música errantes que ya no suenan como las de antes.

El problema de esa renta de sillas y mesas -que están hasta las rocas del viejo Camino Real- es que la mayoría de la gente que las renta no van a la playa en la forma tradicional: ni logística, ni mentalmente.

Me refiero a que para ellos ya no es usanza ir al modo nuestro a una playa, llevando toallas, petate y sombrillas para comer un ceviche y sacar una hielera en familia y al rato un balón o frisbee.

Esta nueva gente tiene una invulnerable cultura de antro y así se sienten y se sientan: comer y comer, generar basura por lo mismo, sacar botellas de Whiskey con la bocinota o la banda, haciendo que el idilio playero desaparezca.

Al rato suben la pila y están con sus gritos, pleitos o haciendo el ridículo en una ebriedad que, hasta dentro de una casa con familia, sería de mal gusto.

La playa ya no es el relax de naturaleza y familia, sino la prolongación de una cultura buchona de regodeo impune con los excesos.

Ir a la playa ya no es ir a la playa. Me ha tocado acudir con gente de otras partes de Sinaloa que no saben estar ahí. Luego de una hora a gusto, en la arena, ya se aburren, quieren irse a un restaurante, a una tienda de ropa playera o rentar una pulmonía o auriga sonorizada.

No les sabe la diversión si no los están viendo o se encuentran en el camino a otras tribus de su parcela.

Para uno que es local, con una sola hora en la arena empieza apenas el goce de un largo día que terminaría con todos, chapoteando al casi ponerse el sol, luego de una buena asoleada, viendo el atardecer, pero las nuevas generaciones ya quieren irse a gastar dinero o hacer escándalo en otra parte porque desconocen la belleza de integrarse al paisaje y su esencia.

Sembremos esta semilla en la familia mazatleca, antes de que dejen todo por el antro.