Educación, infancia y violencias
Colaborador invitado de Mexicanos Primero Sinaloa
@Mexicanos1oSin / www.mexicanosprimerosinaloa.org
Su rostro parecía reflejar que lo sabía. Que era consciente de que tener un arma larga entre sus piernas simplemente no estaba bien, pero intentaba disimular ante la imposición de la figura de autoridad que lo tenía ahí: un hombre mayor.
Era uno de los dos niños que fueron grabados en video por ese hombre y cuya imagen circuló por Twitter (y muy probablemente por más redes) este jueves 5 de enero, tras el operativo y caos ya muy conocido. No es necesario relatar el contexto.
Tendrían apenas de 10 a 12 años, cuando mucho. Recordemos esos niños siempre. No los olvidemos mañana que las “cosas se calmen”.
Son la expresión paradigmática de las infancias vulnerables y vulneradas de Sinaloa y de México. Así como a ellos, cuyas circunstancias económicas, familiares, políticas y sociales les pusieron un fusil en la mano, así a otras niñas y niños esas mismas circunstancias los llevaron a ser víctimas de balas, de violación, de explotación laboral, de violencia familiar, de desnutrición, de adicciones o depresión.
Están atrapados en esa pandemia social que se hereda: la desigualdad.
De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el 48 por ciento de los mexicanos con padres ubicados en la quinta parte más pobre en cuanto a nivel socioeconómico terminarán con el mismo estatus. Solo el 4 por ciento alcanzará al 20 por ciento de la población con mayores ingresos.
La única opción que tiene esa infancia para salir de la adversidad es la escuela, recinto cuya definición tendría que ser: donde todas las niñas y niños tienen que estar.
Pero no es fácil para todos, porque no sólo se trata de ir a la escuela y sentarse en el pupitre, sino de estar presentes y aprender.
Cuando están en el aula, los que sí van, llevan con ellas y ellos, además, la carga familiar y de los problemas del barrio, cuadra o colonia.
Porque el desarrollo de la persona se da en círculos concéntricos que se amplían de adentro hacia afuera conforme crece: primero la familia nuclear y el resto de los integrantes, luego la escuela y la colonia.
Y tras los impactos negativos de la pandemia, aún es más grave. De acuerdo con modelos de estimaciones, la organización Mexicanos Primero Sinaloa ha calculado que Sinaloa tendrá un retroceso a los niveles de aprendizaje del año 2011 (10.2 grados de escolaridad promedio a 9.3).
Este descenso generará aún más una disminución en las oportunidades a las que accede individualmente cada estudiante y reduce las probabilidades colectivas de prosperidad social y económica a mediano y largo plazo.
A esto se le añade el impacto socioemocional dejado por la pandemia, y muy probablemente por los enfrentamientos y caos del 5 de enero.
Tampoco se trata de decir que el destino de esta infancia vulnerada está marcado y que todos serán delincuentes, sino que, simplemente, para ellos es mucho más difícil ser niño y crecer en esas circunstancias. Cargan con más peso y enfrentan mucho más barreras en esta carrera de la movilidad social.
Quizá lo sabíamos, pero ahora que vimos dos niños armados tiene que ser muy distinto. Diametralmente diferente. No podemos tan solo ignorarlo.
Tiene que ser un martillazo a la conciencia.
No los olvidemos mañana que “esté tranquilo” y volverlos a recordar hasta que vengan por los tres hermanos restantes que busca Estados Unidos.