Dulces lágrimas
¿Por qué titular esta columna “Dulces lágrimas”? Sabemos que las lágrimas no son dulces, sino saladas; sin embargo, la respuesta es sencilla: no todas las lágrimas obedecen a una situación dramática, o tienen su origen en un dolor o sufrimiento. También hay lágrimas que se derraman en circunstancias de alegría, felicidad, plenitud, regocijo y agradecimiento. Incluso, como escribió Elías Nandino: hay un “llanto reseco, privado de su sal”.
Cuando fallece un ser querido se derraman lágrimas como bálsamo que sutura las punzantes heridas, según narró Agustín de Hipona en el libro Cuarto de sus Confesiones, a propósito de la muerte de un amigo en quien depositaba gran afecto:
“Mi corazón quedó ensombrecido por tanto dolor, y dondequiera que miraba, no veía más que muerte. Mi patria me daba pena, mi casa me parecía un infierno y todo lo que había tratado con él cuando me acordaba de ello, era para mí un cruelísimo suplicio”.
Comentó que, cegado por el dolor, volvía sus ojos por todas partes: “Mis ojos le buscaban por todas partes, pero no estaba allí. Todas las cosas me eran amargas y aborrecibles sin él, pues ya no me podían decir <pronto vendrás>, como solían cuando vivía y estaba ausente. Estaba hecho un lío, preguntándome una y otra vez ¿Por qué estás triste? ¿Por qué te conturbas? Pero no tenía respuesta y si decía <espera en Dios alma mía> no me obedecía”.
Añadió: “Y tenía razón, porque aquel amigo queridísimo que había perdido era mucho más real que aquel fantasma en que se le mandaba esperar. Sólo las lágrimas me eran dulces y éstas en lugar del amigo ya difunto mi deleite”.
Las lágrimas pueden ser dulces en momentos aciagos, y, si no se derraman, se presume la anestesia del alma.
¿Derramo dulces lágrimas?
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