Dos lecciones
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pabloayala2070@gmail.com
Llegó cuando llegó. Si hubiera sido antes, aunque fuera de otra manera, en otro formato, sin tanta producción, hubiese sido mejor. Hubiera reducido tanta blablatura. Que si estaba infartado, que si le había dado un derrame, que si estaba intubado, que si esto, que si lo otro...
El Presidente tuvo que dar un mensaje, porque no tuvo más remedio. Uno de sus médicos de cabecera, y vocero de la estrategia nacional contra la pandemia, fue incapaz de frenar la rumorología. Algo de esperar de un experto en desatarla y promoverla. Es infectólogo y rumorólogo a la vez. De la titular de Gobernación mejor ni hablar.
Y como no tiene quien le saque las castañas del fuego, López Obrador tuvo que dar un paseíllo informativo por Palacio Nacional. Era urgente demostrar al pueblo de México, parafraseando a Babe Ruth, "no se puede vencer a quien no sabe rendirse".
La fatigosa caminata en la que fue compartiendo su mensaje, a mi entender, dejó dos claras lecciones que conviene tener presentes, dados los tiempos que corren y, sobre todo, por los que vienen. Me explico.
Por esquematizarlo, el mensaje estuvo estructurado en tres partes. La primera, como es propio de la gente bien nacida, estuvo dirigida a agradecer las muestras de cariño y buena fe que otros mandatarios, colaboradores, adversarios y el pueblo llano le hicieron llegar. Hay que ser profundamente ruin y mezquino para desearle la muerte a alguien.
La segunda parte, a mi entender, fue una suerte de justificación imposible. Cansado, muy cansado, dignamente acicalado, haciendo malabares para que la voz no se volviera un hilito inaudible, empalabró algunas razones: "me presento con ustedes para que no haya rumores, malos entendidos. Estoy bien, aunque todavía tengo que guardar reposo".
Dejó en claro que el reposo presidencial transcurre trabajando. Una decisión natural en alguien que se asume un prócer de la patria con alma de beisbolista (esto último lo sé, porque mi padre lo fue). Había que demostrar que no le intimida nada; ni la enfermedad más virulenta y mortal en el mundo. Quería mostrarse como lo que es: alguien duro, terco, aguantador, con piel de lagarto.
Para dar muestra de su inagotable energía, dictó un breve, y terrible, absolutamente terrible, informe: "Estamos procurando que continúe la misma estrategia y fortalecerla. La estrategia consiste en que a nadie le falte una cama, y no les falten médicos y enfermeras, y equipos, y que no falten los medicamentos en los hospitales Covid. Que se atienda a todos.
Afortunadamente no nos han rebasado las circunstancias, y hemos podido atender a todos".
Al baldazo de agua fría, le siguió la descripción de la serie de negociaciones que ha hecho durante su convalecencia. CEO's, presidentes de países y distribuidores de vacunas, le han tomado la llamada para acordar cantidades y fechas de entrega. Para finales de febrero -pronosticó el Presidente- los adultos mayores en México estarán vacunados.
De lo hasta aquí dicho podemos extraer una primera lección que nos deja, al menos, cuatro aprendizajes:
1) no hay esperanza alguna de que la curva de muertos y contagios vaya a frenarse y caer en el corto plazo, porque la estrategia de contención seguirá siendo la misma, aún y cuando el segundo pico de la pandemia haya sido mucho más agresivo y mortal que el primero; 2) el Presidente, como mandatario y enfermo convaleciente de la Covid-19, es un contraejemplo en toda regla; dio su mensaje sin portar cubrebocas, ni mantener el descanso que, dadas su edad, comorbilidades y condición física debería, a rajatabla, tener; 3) la concentración de tanto poder en su persona mantiene en vilo el destino del país en el corto y mediano plazo; si sus más cercanos fueron incapaces de tranquilizar la blablatura pública referente a su enfermedad, no quiero pensar qué sucedería si hoy o mañana perdiera la batalla contra la enfermedad; y, 4) así como se dio cuenta del enorme cariño que le tienen sus incondicionales, conocidos y algunos de sus adversarios, también supo del profundo odio que otros tantos le tienen, lo cual, en modo alguno, es algo fortuito; es el resultado de la polarización enferma que él, mañana tras mañana, y cada vez que puede, ha promovido.
La tercera parte, y cierre de su mensaje, fue una especie de canto a la fraternidad. Las historias de horror y dolor que nos ha dejado la pandemia, como bien dice el Presidente, cesarán en la medida que seamos una mejor sociedad, en el sentido moral del término.
En una sociedad -haciendo mías sus palabras- justa, solidaria, fraterna, sin clasismo, ni odios, además de generar las condiciones para que todos podamos ser felices, no existirían la rapiña por vacunas, el oxígeno medicinal, una cama en el hospital o hacerse a la mala de un turno para cremar a los difuntos. En esto consiste la segunda lección: urge recomponer el andamiaje moral de nuestra sociedad.
No es por la vía del rencor, el egoísmo, la venganza y la polarización ideológica que encararemos exitosamente dicha tarea, sino todo lo contrario.
Si tales vicios prevalecen en nuestras relaciones no hay espacio alguno para la esperanza. Como lo he dicho en otras tantas ocasiones respecto a otros problemas sociales, solo la solidaridad, y hoy agregaría, la compasión, pueden salvarnos.
Por no dejar, van unas cuantas preguntas al margen: ¿Qué querrá decir el Presidente cuando dice: "no nos han rebasado las circunstancias"? ¿Aún nos intenta engañar o se quiere engañar? ¿Las circunstancias nos habrán rebasado cuando seamos el país con más muertos en el mundo?