Dinero llama dinero (2)

Óscar de la Borbolla
02 abril 2022

La frase de la gente que más me preocupa es: “Así es el mundo”, pues no solo contiene un saber, sino una acentuada convicción de fatalidad. Al decir, “así es el mundo” parece que nada puede hacerse para cambiarlo y que buscar alguna salida resulta un despropósito. Así es el mundo o así son las cosas trae aparejada una de las expresiones mexicanas más dañinas que conozco: el popular “ni modo”. En estas dos palabras se resume una de las peores taras de nuestra idiosincrasia.

El Efecto Mateo (el que más tiene, más tendrá, y quienes tienen poco, lo poco que tengan lo perderán) parece invitarnos a la conformidad o, en el mejor de los casos -como decíamos en la entrega anterior- a procurar intervenir en el comienzo para que la brecha que se va abriendo, entre quienes inician con una ventaja y quienes carecen de esa ventaja, no termine tan ancha. Por eso hablábamos de la importancia de la educación, pues a falta de otras ventajas, la educación (si es de calidad y se aprovecha al máximo) puede resultar determinante no solo para un individuo, sino para una clase social o incluso para un país.

Pero, además de la educación, otro factor que, en alguna medida, puede compensar esa falta de ventaja inicial se deriva de lo que el sociólogo Robert Merton llama el Teorema de Thomas (conocido también como Efecto Pigmaleón, Profecía Autocumplida, o inclusive efecto placebo). La idea que implica este teorema es que no importa lo que somos, sino lo que creemos ser, y no importa lo que algo sea, sino lo que creemos que es. Un banco, por ejemplo, puede hallarse en las mejores condiciones, financieramente hablando; pero si se propaga el rumor de que dicho banco está en la quiebra, y los inversionistas creen que ese rumor es verdadero y lo admiten, el banco ciertamente irá a la quiebra.

Creer que uno mismo tiene o no tiene determinada capacidad influye, de algún modo, en la sumatoria de los actos que constituyen nuestra vida. Obviamente esa influencia no es mágica como lo postulan muchos libros de superación personal, haciendo creer a los ilusos que basta con que uno se convenza de algo para lograr cualquier propósito en el que se empeñe (volar o atravesar paredes con la mente). Pero la confianza que se desprende de creerse capaz sí influye cuando los proyectos que uno se propone realmente son alcanzables: creer que uno puede no garantiza que uno pueda realmente cualquier cosa; pero sí garantiza que uno al menos lo intente, y ese intento, si la meta es realista, cuenta con alguna posibilidad de fructificar.

Creer en uno mismo hasta que no se demuestre lo contrario es, a mi gusto, la forma ecuánime de tomarnos la llamada profecía autocumplida, el efecto pigmaleón que son semejantes al efecto placebo. Cuando uno tiene una buena idea de sí mismo y quienes lo rodean comparten esa idea, seguramente se pondrá en marchar hacia la meta, y quienes lo rodean lo auxiliarán ofreciéndole los medios; en cambio, quien se cree incapaz y se rodea de personas que también lo consideran incapaz, no se animará siquiera a intentarlo y quienes están cerca no lo ayudarán ni le harán caso.

Ingerir una pastilla inocua, suministrada por un galeno a quien atribuimos saber y autoridad, psicológicamente nos hace sentir bien, y si la enfermedad padecida es del tipo de las que el sistema inmune es capaz de combatir, el individuo se curará. Pero quien necesita de una cirugía urgente y se toma un placebo, ni con toda la fe ni con toda la parafernalia que invista de autoridad al charlatán que le dé el placebo conseguirá salvar su vida.

Enfrentados al efecto Mateo (están no como antídotos, aunque sí como atenuantes) la educación y la autoconfianza, tomada como ya he explicado con ecuanimidad. Ciertamente, “así es la vida”, “así son las cosas”, pero lo que caracteriza a los seres humanos es que ante lo natural, ante la fatalidad, el individuo no se resigna, busca el modo de sacarle la vuelta, de hallar la forma. Así es el mundo, injusto y hasta cruel, pero no necesariamente para siempre ni en todos los casos: educarse y no rendirse de antemano no aseguran nada, pero abren un porcentaje de esperanza, o como decía un viejo amigo muy querido: “el mundo es de los que no se suicidan”.