Dignificar el oficio
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Callado, pero no impasible; sabía soltar la carcajada cuando la ocasión lo requería. Sencillo en su trato, reservado, responsable y estricto cuando cumplía con su oficio.
Maestro de muchos y amigo de todos, sin recurrir a malabares ni artilugios. Sobrio y digno en su vestir, prófugo de reflectores y supercherías. Supo mantenerse en el fiel de la balanza, sin incurrir en el elogio fácil o en la desmedida alabanza, sobre todo en el pantanoso terreno del Elenco Político.
Pedagogo de los de antes, enseñaba con el rigor de su ejemplo el oficio a noveles y principiantes. No desdeñaba las herramientas digitales -las cuales son imprescindibles para cumplir los estándares actuales-, pero prefería manejarse con los instrumentos “de a pie”: con su pertinaz bolígrafo y su infaltable libreta.
Tenía presente la recomendación del maestro David Randall, en su libro titulado El periodista universal: “Sin dejar de usar la grabadora, es muy importante el cuaderno de notas. Aparte del riesgo de un fallo técnico, las grabadoras tienen limitaciones: solo sirven para registrar las voces, pero no lo que se ve. Y transcribir una grabación es un proceso más lento que hojear los apuntes de un cuaderno”.
Asimismo, conservaba como texto sagrado el consejo de García Márquez: “Para muchos redactores de periódicos la transcripción es la prueba de fuego: confunden el sonido de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis. Tal vez la solución sea que se vuelva a la pobre libretita de notas para que el periodista vaya editando con su inteligencia a medida que escucha, y le deje a la grabadora su verdadera categoría de testigo invaluable”.
Sonorense de nacimiento, sinaloense por adopción, periodista por vocación. Descanse en paz Martín Mendoza Flores.
¿Dignifico mi oficio?