Dicción, adicción y grandes olas
Hace días fui con mi hijo de 12 años a correr olas, actividad que le gusta y a veces no tanto: sostiene que luego llega muy cansado a la casa, relajado de tantas horas en el mar y se duerme a la primera, sin ganas de “conectarse” con sus amigos.
Sin embargo, en esta ocasión a la que me refiero, flotábamos los dos en nuestras respectivas tablas en ese momento de calma -set en el argot surfista-, en el cual se espera a que lleguen las grandes olas que aparecen al momento que baja el sol. Ahí fue cuando me hizo una pregunta muy peculiar.
¿Por qué ir a playa relajaba tanto? Bueno, la combinación de ejercicio, oxigenación pura del mar, además del masaje del agua salada y la arena, sacuden cuerpo y mente. Entonces, ¿por qué hay gente que se droga para relajarse, teniendo a la mano el mar o el deporte?
Tuve que decirle que hay personas con tantos demonios internos que necesitan doble ración de irrealidad, pero el punto que le llamaba la atención iba más allá de eso y revelaba que ya lo había analizado: ¿Por qué la gente se drogaba en la playa justamente, haciendo esa innecesaria combinación? Le parecía un despropósito poder relajarse naturalmente y luego echarse otro producto.
Agradecí que me hiciera las preguntas que usualmente no formulan los adolescentes a la primera, y quizás influyó que estábamos fuera de casa. He descubierto que algunas cosas me las cuenta cuando caminamos solos por el malecón, andamos en la playa o simplemente me acompaña en mi camioneta hacia algún pendiente.
Ya zanjado el asunto, días después, me puse a leer un libro de cuentos de Tom Hanks, sí, el autor de “Náufrago” y “Apolo 13”, bastante bien hecho y donde usa las modernas técnicas narrativas contemporáneas.
Ahí hay un cuento que se llama “Bienvenido a Marte”y trata sobre un padre e hijo que van juntos a surfear la mañana en que este último cumple 19 años. ¡Buena coincidencia!
El cuento es interesante porque eso hacen ellos en todos los cumpleaños del chico y aparte, el narrador describe con destreza los procesos del “deslizamiento en tabla hawaiana”, como se le decían los años sesentas al surf. El texto recrea puntual el proceso de cabalgar la olas y también la vida de la playa.
Ahí vemos tanto a los surfistas prósperos que acuden en su BMW, antes de enfrentar el día en la oficina, con sus tablas de lujo montadas en soportes de carbono sobre el capacete y los vagos que duermen en sus vehículos viejos y que al amanecer, discuten con la policía gringa las diferencias legales entre “acampar” en un sitio y “esperar la salida del sol”.
Como encuentro describe situaciones que ya vivimos él y yo, se me ocurrió ponerlo a que lo leyera en voz alta. Antes le dije “a partir de hoy vamos empezar tus clases de dicción”... sin revelarle que el maestro iba a ser yo.
Al preguntarme qué es “dicción”, me preguntó si la palabra tenía algo que ver con “adicción”. Sí, él se encuentra en este momento bombardeado por la información sobre las adicciones.
Le comenté que no lo creía posible porque dicción era la forma correcta de pronunciar y quizás la palabra adicción tendría otro origen, ya sea griego o latino. (Resulta que a mí me encanta el asunto de las etimologías y trato de compartir siempre con mi asombro ante el origen de las palabras, vocación que intento inocular a mi hijo).
Vaya. Resultó que tenía razón su sentido común. “Dicción” viene de un préstamo en el Siglo 15 del latín dictio, dictionis: ‘acción de decir’, ‘discurso’, ‘modo de expresión’ y hasta “¡diccionario! Y a su vez, este vocablo surge de la familia etimológica de decir.
La palabra “decir” viene del latín “dicere”, con ese mismo significado. A su vez Dicere viene de la raíz indoeuropea -la utópica y babélica madre de todas las lenguas- “deik- que significa “indicar” o “apuntar” y, he aquí, ahí encontramos el eco profundo de la palabra “dedo”.
De “dicere” nos viene también bendecir: Decir bien. Una acción que también se hace con la mano alzada.
En cambio, “adicción”, añade la partícula “ad”, que significa “proximidad”, adhesión, o, dicho de forma más transparente, “adherente”. De ahí vendrían tanto adicción como “adepto”: aquel que hace lo que dice otro, lo que le dicta el otro.
Un simple dictado escolar o un poderoso dictador como Julio César, a quien las multitudes saludaban “Ave César” con mano alzada, para enviarle salud.
Así fue como, charlando con mi hijo, entendí que adicción es hacer lo que nos dictan la droga, el alcohol, la ignorancia o los enervantes dioses de la soberbia.
Y también, lo que dicen y hacen un dictador o un algoritmo comercial, que nos hablan a través de invisibles, grandes olas, las cuales hay que saber surfear con brío e inteligencia.