Diario de una conciencia incrédula
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pabloayala2070@gmail.com
A quienes no se pueden quedar en casa
“No sé si lo que siento es zozobra, incredulidad, rabia o miedo. Quizá es una mezcla de todo esto. No niego que me asombran e inquietan las imágenes y estadísticas de los muertos que aparecen cada día, pero, me resisto a creer que nuestra normalidad se vaya a tornar así, porque no vivimos en Italia, España, Singapur o Bélgica. Mis días no tienen nada que ver con los de los chinos o europeos. Mi vida es mi casa, mi barrio, mi chamba, mis amigos, mis vueltas, poco más. No viajo, ni me relaciono con gente que viaja; o al menos esa gente que hace viajes largos donde hay chanza de enfermarse. Por eso me tienen hasta la madre tantos mensajes y advertencias de la puta pandemia. Me siento saturado, indigestado, confundido, mareado con tanta cosa que se dice y contradice.
Estoy a salvo. Yo estoy a salvo. Los demás no sé, pero yo-estoy-a-salvo. Lo que quieren es meternos miedo, eso es todo. A-mí-no-me-va-pasar-nada, porque a mí nunca me pasa nada; nunca me ha pasado, y esta vez no me pasará. Nunca-me-enfermo-de-nada. No soy, ni me creo súper héroe, pero sé que no me va a pasar nada, porque todo esto de la pandemia, es puro pedo, un pinche cuento, un novelón, una de las muchas mentiras que cuentan los gobiernos para mantener pescados de donde más les duele a los imbéciles, pero yo no me creo esos cuentos, porque no soy idiota. Pa’ los perros, los coyotes, decía mi abuelo.
Es la misma estrategia que siempre han usado los gringos, pero ahora para sacar de la jugada a los chinos. Como estos les estaban ganando el mandado, les dieron un buen susto. Los gringos inventaron y controlaron el virus para matar unos pocos de chinos, meterles miedo e impedir que sus mercancías siguieran contaminando el mundo. Después de todo este desmadre nadie comprará sus baratijas. ¡Se les acabó el negocio! ¡Pinches gringos son cabrones! Y como ya estaban en eso de los calambres, pues de una vez desparramaron el virus entre los europeos. Dos pájaros de una pedrada. Lo que pasa es que tenemos mala memoria, pero esto ya había pasado en tiempos de las grandes guerras. Como siempre, los gringos salieron ganando, y ahora los chinos y los europeos traen sus economías clavadas, bien empinadas como la nuestra.
Pero el cuento también va a servir para otra cosa (no niego que se han muerto muchos viejitos en Italia, pero eso no me impresiona tanto porque en dos meses en México mata más gente el narco o la diabetes), porque, seguro que el cuento está financiado por una o dos farmacéuticas. Ahora lo que tratan es de mantener a tope el miedo, y seguir metiéndonos en la cabeza que no hay cura, para que cuando la gente esté muy desesperada, ¡zaz!, sacan la vacuna y salgamos corriendo desesperados a las farmacias a pagar lo que nos pidan por ella. La tranza está más clara que el agua.
¿Y mientras tanto, qué hacemos los que no estamos en una nómina? En los periódicos y los chats solo se habla de los muertos y los enfermos, pero ¿qué hay de quienes nos estamos enfermando por no tener ingresos? De esto muy pocos hablan o, mejor dicho, de esto no se atreven a hablar. Porque es fácil decir, “quédate en casa”, “no te salgas porque te puedes o puedes contagiar”, pero no está fácil quedarse en casa cuando no tienes una quincena para tragar. No nos hagamos pendejos, en México hay más de 30 millones de personas que trabajan en la economía informal, y si no salen a la calle a buscar el pan para llevar a su casa, se quedan sin papear. Así de fácil, si no chambeas no tragas; si no correteas la chuleta los tuyos no comen. Por eso, ¿cómo hago para quedarme en casa? No soy “nini”, ni adulto mayor, ni campesino, ni indígena, soy mi propio patrón, por eso la 4T no me va a dar un cheque. Me tengo que rascar con mis uñitas.
Y que nadie me confunda, no soy un inconsciente, al contrario, por amor a mi familia y por ser responsable con ella salgo a la calle a partirme la madre a conseguir el dinero que necesitamos en la casa. En eso, estoy igual de jodido que todos los empleados a los que sus patrones no les dejan despegarse del negocio, mientras ellos se esconden y protegen en su casa. Así, jodido como vendedor de farmacia, cajero del Waltmart, como operador de maquila, guardia de fraccionamiento, como afanadora de limpieza, sin chanza de quedarme en casa.
Por eso, como decía cuando comencé esta hoja del diario, me siento en “la zozobra”; me angustia pensar que me arriesgo en la calle, y que cada día que pasa puedo contagiar a los míos y, si el cuento fuera cierto, también a los que no son nada. Siento una mezcla de rabia y miedo. Me encabrona ver que se me van a ir mis tres pesos de ahorro, sin saber qué va a pasar. Entonces, si fuera cierto todo esto de la pandemia, como dicen, y todos nos quedáramos sin chamba, ¿vamos a tener que salir a las calles a robar en las tiendas cerradas? ¿No nos va a quedar de otra? ¡Ya estoy alucinando de más! Eso solo pasa en las películas, pero a-nosotros-no-nos-va-a-pasar, porque la pandemia es un cuento de los gringos.
Pero lo que sí va a pasar, porque ya está pasando, es que cuando termine el paniqueo, nos vamos a dar cuenta de que los políticos terminaron por hacer su desmadre. No hay que ir muy lejos, los diputados se aprobaron una ley para quedarse en el cargo hasta que se mueran. Y el Peje, como no es tan idiota como parece, con sus estampitas del “detente” está levantando una cortina de humo; quiere que nos hagamos garras hablando de eso para que se nos olvide que la economía caerá cuatro por ciento, que sigue sin inaugurar una sola obra, que el aeropuerto va más atrasado que la economía, que la refinería de dos bocas es puro despilfarro, que el narco ahora mata más que antes, que los feminicidios continúan como si no hubieran habido marchas y que, si fuera cierto lo de la pandemia, no hay respiradores ni espacios para cuidados intensivos, ni medicinas para atenderla. El Presidente es Peje, pero no cangrejo. Da atole con el dedo al que se deja.
No me falta conciencia. Simplemente yo-no-puedo-estar-en-un-encierro. Sin carro en que moverme, la distancia social para mí es imposible. Esos consejos son para los que están alivianados o, de plano, para los ricos. No soy tonto, ni soy necio, mucho menos insolidario. Si salgo a la calle es porque no puedo quedarme en casa. ¿Acaso está muy difícil entenderlo?”.
Y como este caso, donde la incredulidad se fundió con la incertidumbre y el miedo, existen millones de historias más en México de gente que no podrá quedarse en casa. Difícil e injusto poder culparles.