Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada
Esta semana se realizaron en Sinaloa diferentes eventos en reconocimiento al Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada. Las agrupaciones de búsqueda se reunieron en espacios públicos para mostrar los rostros de sus familiares y recordarnos que el Estado no ha hecho lo suficiente para encontrarles. Es una fecha dolorosa para las familias que no encuentran respuestas en sus recorridos por los ministerios públicos, siguiendo las pistas de desconocidos y también en la Semefo tratando de reconocer los cuerpos.
Esta semana, también, el Gobierno federal finalmente presentó a las expertas que coordinarán el Mecanismo Extraordinario de identificación Forense (MEIF). Este grupo estará dedicado a la identificación de los miles de cuerpos que esperan ser reconocidos en las fiscalías del País, en una situación que se ha descrito como una crisis ante la falta de capacidades forenses (y también voluntad). La noticia generó esperanzas para los colectivos que emplean muchos esfuerzos en descubrir fosas y desenterrar cuerpos que sólo se suman a la lista de cadáveres y restos de “desconocidos”.
La desaparición fractura a las comunidades y deteriora las redes sociales frente a la impunidad y el olvido. Las familias permanecen en la incertidumbre en ciclos de duelo que muchas veces no cierran, entre la esperanza de que vuelvan y la realidad que se muestra terrible. Quienes se integran a los colectivos encuentran nichos de consuelo y propósito, muchas otras personas esperan en la soledad. En medio de la exigencia por la verdad y justicia, he querido dedicar esta columna para recordar a dos personas; la primera es una sabuesa generosa, con la segunda tengo una deuda.
A Yaremi Chávez sólo la conocí una vez, en una búsqueda con las Sabuesos Guerreras. Era muy alegre y motivaba a las demás aún bajo el sol y el polvo que nos tenía fatigadas. Le pregunté a quién buscaba con pala en mano; me dijo que era voluntaria, había escuchado a María Isabel en una conferencia en la UAdeO, donde estudiaba en la Licenciatura en Criminología, y desde ese momento supo que ella tenía que hacer algo para ayudar. Con pestañas postizas, cabello arreglado, uñas largas, y labios pintados, la joven sabuesa sinaloense no le tenía miedo a meterse en los peores lugares con pico y pala hasta encontrar una pista, algo que ayudara a dar consuelo a otras personas. Desafortunadamente, Yaremi murió el año pasado en un terrible accidente. Pero por su valor y entrega en las causas de otras y otros merece ser recordada. Porque muchas personas generosas se mantienen en el anonimato y necesitamos conocer sus historias.
A la segunda mujer también la conocí en una búsqueda, en Mazatlán. Semanas atrás habían encontrado cuatro cuerpos; regresamos porque los informantes les indicaron que podían encontrar otras fosas. Además de los tesoros, encontraron en ese lugar una inscripción grabada con un plumón que decía “Aquí estuvimos ejerciendo el poder, en defensa del pueblo, por mandato constitucional”. En mayúsculas, pero con buena ortografía y comas, la leyenda parecía dar cuenta de hechos pasados, o sólo era una broma de mal gusto. Tenía además algunas iniciales y una fecha en el 2015.
En ese cerro hice una promesa. No buscamos más ese día porque las autoridades pidieron que dejáramos el lugar; explicaron que ese era un predio privado. En obediencia nos retiramos, pero nos llevamos un gran pesar: sentí un hueco en el corazón al cruzar el cerco en compañía de aquella madre que aseguraba ahí estaba su tesoro. “Usted es investigadora, por favor investigue de quién es este predio para que me dejen buscar a mi hijo”, me pidió entre lágrimas. No la volví a ver; hoy quisiera decirle que ese predio no aparece en el registro de catastro; ni siquiera tiene número de identificación.
En el Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada recordamos estas historias. Nos solidarizamos con ellas.