Después de la pandemia

Alejandro Páez Varela
16 abril 2020

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Dicen que el mundo no será igual. Que si el trabajo en casa era recomendable antes de la pandemia, desde ahora será una necesidad. Que si no sonreíamos al vecino, ahora es un aliado para sobrevivir. Que si dejamos que los gobiernos diluyeran los servicios de salud gratuito para darle negocio a los privados, ahora lo mejor es un Estado que garantice seguridad social. Que si la clase media pensaba que el dinero era para gastarse, hoy razonará que quizás sea mejor ahorrar. Que nunca antes la humanidad fue tan globalizada como hoy pero ahora las fronteras se han sellado como nunca antes. Que si pensábamos que el libre comercio estaba por encima de la autosuficiencia, ahora sabemos que es necesario producir para salvarnos del eventual e inesperado cierre total de fronteras. Que los que más tienen tenían mayores certezas en una pandemia, y no: los que tienen para viajar la extendieron. Que caminábamos hacia un mundo de libertades, y no: en el futuro, de ser necesario, todos llevaremos una pulsera que avise a las autoridades que un virus nos ha intoxicado para podernos sumar a otros en cuarentena. Que íbamos hacia una sociedad integrada, y no: las “arcas de Noé” que implementaron España e Italia nos dice que tendremos que agruparnos en granjas para mantenernos encerrados con nuestros bichos o a salvo de ellos. Dicen que el mundo no será igual.

Somos más dependientes que ayer, y el que lo dude véase a sí mismo. Dependemos más de los extraños que nunca: del que nos trae el súper o del que nos da algo por llevárselo a su casa; del que se arriesga para abastecer los mercados y de los héroes que atienden los hospitales. Hoy más que nunca dependemos de las instituciones nacionales: de que la policía y los bomberos funcionen; de que los trabajadores de salud estén al cien; de que los bancos operen y de que los servicios como el agua, la energía eléctrica o el gas estén trabajando. Somos más dependientes que ayer.

El Estado diluido por el liberalismo dejó de ser una buena idea, parece. “Los gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía. Deben ver los servicios públicos como inversiones, no como cargas, y buscar fórmulas para que los mercados laborales sean menos inseguros. La redistribución será debatida otra vez; los privilegios de las personas mayores y de los más ricos serán cuestionados. Políticas consideradas excéntricas hasta ahora, como la renta básica y los impuestos a las rentas más altas, tendrán que formar parte de las propuestas”. Así lo dijo el Financial Times hace dos semanas. Ya hablamos de una renta básica (aporte directo y regular del Estado a sus ciudadanos, como parte del sistema de seguridad social, sea rico o sea pobre). Esto habría espantado a Carlos Salinas o a Pedro Aspe; a Ernesto Zedillo o a Luis Videgaray: dinero entregado en las manos a los ciudadanos. De todos los periódicos del mundo, el más liberal, Financial Times, lo sugiere. Más Estado y menos manos libres al mercado. “Un efecto a largo plazo de esta experiencia podrían ser unas instituciones económicas y políticas más redistributivas: de los ricos hacia los pobres, y con mayor preocupación por los marginados sociales y los ancianos”, dice Robert J. Shiller, premio Nobel de Economía. Quién lo diría: El Estado diluido dejó de ser una buena idea.

Dicen que nada será igual después de la pandemia. Que no nos parecerá una locura hippie hablar del rescate de los océanos y el agua dulce; de los cielos y los ríos; de los bosques y las ciudades. Que vendrán gobiernos más responsables y hablaremos de la sobrepoblación, de la desigualdad, de la pobreza; del daño que causan al ozono cada fábrica y cada avión que vuela. Que pensaremos en que un salmón de Chile y un kilo de arroz de Japón gasta demasiado combustible antes de llegar a nuestras mesas. Que no veremos más como un asunto de comunistas trasnochados el reparto justo de la riqueza. Que no sentiremos que es una locura que el Estado se meta incluso en la herencia. Dicen que en la agenda quedará la pregunta: ¿qué haremos por los adultos mayores que nos empacan y se llevan una miseria? ¿Qué vamos a hacer por los organilleros, los que afilan cuchillos, los que tocan la marimba y hacen canastos de palma por unas monedas? Dicen que nada será igual después de la pandemia. Ahora falta que yo lo vea.