Desde la cuarentena (2)
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Cuauhtémoc Celaya Corella
Las mañaneras y su ineficacia, el coronavirus en la dimensión vespertina, la recesión económica que ya está aquí, Inge, y todo en el país convulso por la ausencia de un plan de contingencia y uno de recuperación, que fuera liderado desde la Presidencia por el Presidente y la clase que gobierna, hace que lo importante se vea trivial, y que el colectivo social esté entre lo incierto y lo no creíble del momento que se vive.
Sobre un lienzo se trazan los rasgos de una pintura nacional que ni los pinceles de Picasso y Dalí pudieron haber dado trazos tan precisos. Una mezcla emocional, económica y física de la cual no se saca una buena masilla para amacizar los cristales del edificio nacional, ante el huracán económico que ya se comienza a sentir, y cuyos efectos durarán, nadie sabe, que tanto tiempo.
No sirvieron las estampitas y el trébol de cuatro hojas para evitar lo que era inevitable, y ahora muchos defienden lo indefendible: la posición de un Presidente que prefiere comprar un estadio de béisbol en Hermosillo, que será lo mismo que la academia de béisbol en Culiacán. ¿Qué aportará Pemex ahora, cuando el precio del petróleo no se incrementará en tanto los mercados no tomen sus dimensiones correctas? ¿De dónde saldrá el dinero, si la economía misma será deficitaria? ¿Se irá sobre los ahorros del “pueblo” y de la clase media?
La paranoia es equiparable al paliacate que cubre los ojos de quien tiene el turno de golpear y romper una piñata, pero que no puede atinarle, porque desconoce lo que sucede, y hace caso al grito de ¡arriba! cuando está abajo, y ¡abajo! cuando la piñata ya la subieron. Dar palos de ciego es una frase que entiende muy bien el pueblo mexicano, Inge. Y pareciera que eso hace quien gobierna.
Otra cosa que he hecho en este tiempo de confinamiento, después de ejercicios caseros para mantenerse, fue tomar un tour virtual con una orquesta holandesa, y de concierto en concierto “anduvimos” por Buenos Aires, Santiago de Chile, Lisboa, New York, París, Roma, Praga, Maastritch en Holanda, y terminamos en Polonia.
Que agradable y como se abre la capacidad mental cuando estás bajo las notas de una composición clásica y ves con qué maestría, el director, que es un violinista de primera, se divierte divirtiendo a un público de todas las edades. Verdaderos llenos y una coreografía de primer mundo. Te asombras. Un tour en donde, además de los integrantes de la orquesta, los coros y las voces educadas y estudiadas de los cantores, maestros clásicos de la música clásica también viajan con sus composiciones.
En dichos conciertos se ve como un valor, la puntualidad, se expresa diferente en los países del primer mundo, a los del tercero. Mientras en los primeros, el público está en sus asientos antes de empezar, en los países latinos, no se podía empezar el concierto porque el público “seguía” llegando. Ante eso el propio director silbaba la melodía que se hizo clásica en aquella película filmada en 1957, El puente sobre el río Kwai, que logró siete premios de la academia de Hollywood. Busca esa melodía, Inge.
Además, en cada concierto en tierras americanas, frente al público que aplaudía, el mismo André Rieu levantaba el dedo índice de su mano derecha invitando a que el público pidiera otra canción más. Eso equivale al grito de “Otra, otra, otra” que se presenta en los conciertos en México. Y venía la complacencia, y en todas las ciudades se interpretaba y cantaba el mexicanísimo Cielito lindo.
Otra pregunta: ¿Por qué la generación de los 90 que descubrió los dispositivos digitales dejó de interesarse por los libros? En una charla con jóvenes nacidos en esos sexenios, me respondió uno, porque ya todo viene en Google. A lo mejor, le dije, pero no viene cómo utilizar esa información y aplicarla a casos específicos, para eso hay que estudiar y tomar experiencias de quienes han vivido el caso. Eso se llama aprender de la experiencia.
Un ex alumno universitario, ejecutivo de una inmobiliaria, hace tiempo me invitó a que conociera sus casas. Cuando llegué a la mini casa me percaté de que tenía mini espacios para el movimiento familiar. Le pregunté, ¿Y dónde puede ir un librero?, sorprendido me dijo: ¿Un qué? Un librero. Se me quedó viendo y me dijo, los clientes ya no compran libros.
Hace una semana te comenté sobre la antigüedad de las librerías y de cómo van muriendo poco a poco ante el embate, dizque de una modernidad cibernética que todo lo sabe, todo lo resuelve, pero que no llena al ser de espiritualidad, ni hace que su ilusión y su fantasía, divague entre las nubes de la imaginación y le haga ver nuevos horizontes, inexistentes en lo físico, pero reales en su mente. Eso sí dan los libros.
Los libros seguro estoy, Inge, seguirán existiendo, lo que fue diluyéndose en la nueva generación, fue su interés por aprender, y eso es grave para el futuro, quedarán en inferioridad del que sabe.