Desde el encierro: reflexiones y esperanzas
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En cuarentena, pero más juntos que nunca.
Así como el Siglo 20 se definió como el siglo con dos ideologías en pugna, donde capitalismo y socialismo dividían naciones, este nuevo siglo se nos presentó como la era de las polarizaciones nacionales.
Desaparecida aquella dicotomía ideológica, la siempre creciente inequidad social comenzó a partir, no al mundo, sino las naciones en mitades irreconciliables. De sur a norte, países como Chile, Argentina, Brasil o México y de oeste a este, Estados Unidos, el Reino Unido, España, Francia, Italia o Irán, son solo ejemplos de otras muchas naciones que se partieron en facciones de casi el mismo tamaño. En estas naciones, la posibilidad de dialogar para cerrar brechas, o la habilidad de gobernar dada la paridad de las facciones y de los votantes, se transformaron en poco menos que imposibles.
Hasta que, tan sorpresivamente como “En la Guerra de los Mundos” de H.G. Welles, un virus apareció de la nada y de un golpe nos cambió la vida.
Ahora, encerrados por una cuarentena que no sabemos cuándo y cómo terminará, las sociedades todas estamos unidas por una misma angustia: ricos y pobres, desarrollados y subdesarrollados, nativos e inmigrantes, anarquistas y conservadores. También jóvenes y viejos, aunque en este caso por elección del virus, con desniveles de mortalidad y angustia distintos.
Resulta que ahora, asustados y ávidos por unirnos, salimos todos a cantar desde las ventanas y, los más, a mostrar su solidaridad.
Digo las sociedades y no los gobiernos porque, al menos en México, el Gobierno parece inmune a la unidad inducida por el virus. El lenguaje polarizante entre fifís y pueblo bueno sigue su curso todos los días cuando encendemos la radio o el televisor y escuchamos las peroratas matutinas.
Lo cierto es que está quedando claro que no gobernamos al planeta, el planeta manda.
La peste bubónica del medioevo apareció cuando las aglomeraciones en las ciudades crecían a un ritmo no conmensurado a los cuidados por la higiene colectiva, y si bien el hombre encontró mitigación, sólo desapareció cuando la bacteria Yersinia Pestis mató a tanta gente que se quedó sin organismos huéspedes, decidiéndose por mutar a especies más benignas para así seguir reproduciéndose en cuerpos sobrevivientes.
Uno más, para así no agobiar con tantos ejemplos: el planeta respondió feroz otra vez a la Primera Guerra Mundial, la guerra más atroz desencadenada por los humanos. En 1918 nos envió el virus de la mal llamada Fiebre Española, causante de la pandemia más letal que azotó a la humanidad. Entre 50 y 100 millones de humanos murieron en una epidemia que, como tantas otras, cuando ya se creía exhausta, regresó con olas aún más dañinas que la primera. El hombre supo otra vez encontrar modos de moderar su avance, pero sin poder controlarla. Muchos estudios posteriores coincidieron nuevamente que la pandemia terminó sólo cuando el voraz virus debió mutar a cepas más benévolas por quedarse ya sin suficientes huéspedes vivos.
Ahora que aprendimos que no somos omnipotentes, amedrentados por los ataques de un nuevo virus, deberíamos entender las dudas que podría tener un ser extraterrestre sobre quién manda en este planeta.
Ojalá usáramos esta impuesta humildad y nuestra cuarentena para meditar sobre el trato crecientemente hostil que hombre y naturaleza han tenido hasta ahora, como también en el modo en que el hombre ha conducido sus políticas y sus ciencias. Seguramente ya hoy concluiríamos que podríamos haberlo hecho mejor. Por su incorreción política, dudé en cambiar en esta frase la palabra “hombre” por algo más neutro, pero habría sido injusto en el reparto de culpas con las mujeres: en este caso “hombre” está bien.
Habrá futuras epidemias. Entre los muchos chistes que circulan por las redes sociales está ese que nos recomienda no agarrar el Covid-19 porque ya está por anunciarse la versión 20. Aunque ya varios epidemiólogos nos auguran una segunda ola del 19 en menos de un año, con la esperanza de que para entonces ya tengamos la vacuna o la cura.
Pero el futuro podría ser distinto y hasta podría empezar hoy si es que nos cuestionáramos las conductas que nos condujeron a este encierro.