Denuestos
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lqteran@yahoo.com.mx
No se puede eludir tratar asuntos que aparecen en la agenda nacional y que son importantes para la opinión pública. Y esto por la desangelada protesta que los conservadores y nostálgicos del viejo régimen mantienen en el Zócalo, mediante casas de campaña, en su mayoría vacías, y que sólo encuentran eco en algunos de los llamados intelectuales ‘orgánicos’ y sus tradicionales medios. Es tal el descrédito de los llamados (clasemedieros altos, trasnochados), que todo mundo hace mofa de sus dirigentes, que campantes se van a pernoctar desde el atardecer a los hoteles de lujo cercanos. Hay desesperación del conservadurismo, con manifestaciones que rayan en la locura, no se pueden calificar de otra manera.
Nada más hay que escuchar sus declaraciones, disparatadas y llenas de violencia verbal, para captar que no tienen más contenido que la de una triste nostalgia por un régimen de corrupción y privilegios para pocos, que no volverá.
Y es que hay una evolución política de la sociedad mexicana, eso es lo bueno que ha traído el nuevo régimen. Lo que a los ciudadanos les interesa ahora es que impere la concordia social, que la paz, la consulta y el sufragio se impongan como reglas para dirimir las controversias políticas, sin extremismos y sin demandas voluntaristas.
El radicalismo no debe tener cabida en ninguna acción pública. El meollo de la política debe ser el verdadero debate de ideas, de proyecto de nación, de cómo llevar al país a un renacimiento que mejore la economía y haya un reparto equitativo de la riqueza. Los ciudadanos están hartos de la politiquería, de los políticos corruptos; quieren debatir soluciones a los problemas que afrontan cotidianamente.
En esta tesitura de debate constructivo tiene que transcurrir la discusión política, no en la estridencia ni en el fanatismo de cualquier tipo. Lo que el ciudadano espera es que se aporten ideas que solucionen los dolores que quedan en el seno de la sociedad. Por ese camino se va a avanzar en este gran país.
Por eso se quedan sin eco y sin partidarios esos aspavientos conservadores, que carecen del apoyo de las masas, que son las que imponen los cambios y hacen las revoluciones pacíficas de nuestro tiempo.
En contraste a esas voces que claman en el desierto, hay amplios sectores que confían en el actual gobierno, que ven con optimismo el futuro y no descartan alcanzar más temprano que tarde el anhelado progreso que abarque a todos sin distingos, protegidos por una Constitución cuyos frutos no deben seguir siendo solo para unos cuantos, sino ser usufructo de todos, con piso parejo.
Superar los retos del presente no es cosa fácil, pero hay mucho entusiasmo de alcanzar las metas que se han planteado, en la idea de lograr la transformación del país, con un Tren Maya y una nueva refinería en el sureste, con carreteras que comuniquen la meseta central con las costas, con el rescate del campo y la pesca, con una creciente pequeña y mediana industria próspera, auxiliada por una banca solidaria. La ingeniería a gran escala de un nuevo país está en marcha, con el apoyo entusiasta de uno de los más grandes pueblos, en cuanto a laboriosidad y reserva de valores, del mundo.
Pese a las campañas mediáticas permanentes (por parte de medios conservadores), en contra de la actividad del Presidente, hay hacia él un apoyo incontrastable de los de abajo, de los miles de mexicanos.
Hacía muchos años, se puede decir desde el gobierno del General Cárdenas, no había habido un Presidente de la República tan atacado por las fuerzas conservadoras, pero, a la vez, tan querido y apoyado por su pueblo, como lo es el Presidente actual Manuel López Obrador. Es en el pueblo donde tiene su escudo y en donde reside la fortaleza del actual régimen democrático.
Los ciudadanos ya no se van con la finta. Saben bien distinguir quién es quién en la realidad del país; por eso apoyan el cambio sin titubeos, están conscientes de los avances y también del riesgo que se corre si bajan la guardia, por eso su firme apoyo al Presidente en su lucha por desterrar la corrupción y establecer la democracia es un pilar inamovible del México moderno.