Democracia

Lorenzo Q. Terán
22 enero 2020

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lqteran@yahoo.com.mx

 

El País se encuentra en una transición histórica. Existen distintos enfoques en el análisis de la realidad, no puede haber coincidencia hegemónica en la variedad de temas de la agenda nacional, pero dentro de esa polifonía la ciudadanía saca sus propias conclusiones. Algunos comunicadores sostienen que el actual régimen viene marcando un rumbo progresista en el País, que en el curso del presente año se van a conocer más avances que apuntalen esta tendencia. Parece que hay consenso en amplios sectores de la sociedad que este año es definitorio para empezar a conocer en un sentido u otros resultados del actual gobierno.

Lo que sí se vislumbra es que los partidos del pasado, por su trayectoria, difícilmente pueden volver como gobernantes, protagonizaron la peor etapa de la historia política contemporánea del País; durante el prianato se cometieron estropicios sin nombre, llegando a límites insospechados en corrupción e impunidad nunca antes vistos en el solar nacional. Los partidos políticos tradicionales que gobernaron en esa larga debacle, cometieron desacatos a la Constitución en contra del pueblo, el cual fue quien pagó los platos rotos. Esas tres décadas de la historia recién pasada dejaron una estela de corrupción y violencia que aún no se logra disipar, por lo que va a pasar mucho tiempo para que pueda borrarse de la conciencia colectiva.
Las trapacerías de los gobernantes emanados de los dos partidos políticos tradicionales produjeron mucha irritación social, lo que hace imposible su regreso a la dirección de la función pública, pues dejaron una honda huella de simulación y latrocinio; casi no se encuentra un hecho digno de esos gobernantes que el pueblo pueda considerar medianamente sensato, lo que se encuentra son desatinos en detrimento de una sociedad que los soportó estoicamente por décadas. En su lago periplo en el gobierno cometieron acciones en desmedro de los ciudadanos, de los bienes nacionales y casi sexenio tras sexenio perpetraron episodio terribles, que dejaron un recuerdo imborrable en la memoria de los ciudadanos.

La lucha que libra el gobierno contra la corrupción, que había establecido sus reales en el País, junto al establecimiento de la democracia, es garantía de un futuro distinto, donde la justicia sea el pan de cada día para normar la vida política y social, sin ningún resquicio por donde pudiera colarse algo que entorpezca esa determinación firme de los ciudadanos.

El 2021 va ser la primera prueba de lo que se presagia, por primera vez se van a someter a referendo las reformas que el régimen actual ha establecido, tendientes a impedir la transgresión del voto ciudadano. El fraude electoral ha quedado recientemente establecido en la Constitución como delito grave, esa debiera ser la llave para que se produzcan elecciones limpias, sin asomo de escamoteo de los sufragios de los ciudadanos. Esa reforma al sistema electoral es importante para consolidar la democracia verdadera en México, debido a que debe propiciar que el voto cuente y se cuente bien.

La calidad de la democracia siempre, en este país, ha sido un asunto cuestionado, por la cultura del fraude y el mapacheo a la que eran adictos los partidos tradicionales. Estamos convencidos de que en la actualidad se cuenta con elementos sustantivos para el ejercicio de la democracia en la vida pública, se aproxima esa posibilidad, con certidumbre cierta, para que en México entremos al ejercicio democrático electoral en serio, sin demagogia y sin medias tintas, hay importantes indicadores que confirman la posibilidad de su establecimiento.
Las elecciones del 2021 están a la vuelta de la esquina, relativamente cerca, para poder calibrar las hipótesis planteadas en torno al cambio histórico del País; si son ciertos los augurios, la ciudadanía las van a celebrar con entusiasmo como consolidación de una etapa de cambios a favor de lo más bello y noble de la Nación.

Todas las fuerzas vivas están muy alertas a preservar la voluntad popular; los resultados de la elección del 2021 van a marcar el rumbo definitivo de la Nación; quien piense lo contrario está ubicado en las rémoras del pasado y fuera de la realidad política.