Deletreando la ira del General Sandoval. La Sedena y el jueves negro en Culiacán

Alejandro Sicairos
22 octubre 2019

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alexsicairos@hotmail.com

 

El semblante desencajado del Secretario de la Defensa Nacional era por sí solo un parte de guerra pormenorizado. Algún trago muy amargo estaba obligando el Presidente Andrés Manuel López Obrador a ingerir al General Luis Cresencio Sandoval González que el rostro de este denotaba enojo y coacción durante la conferencia de prensa que el Gabinete de Seguridad Nacional efectuó en Culiacán al amanecer siguiente del jueves triste donde la ciudadanía despejó la incógnita de quién gobierna realmente en México.

Mientras hablaba y sostenía la hipótesis del operativo precipitado, con deficiente planeación y previsión para detener a Ovidio Guzmán López, el rictus del jefe de la Sedena exponía otra cosa, aquella que no se dijo en el ardid mediático del Gobierno federal para administrar las consecuencias de la humillación que sufrió el Estado.

La afrenta se le adjudicó sin mayores averiguaciones a la Guardia Nacional y la Policía Ministerial Militar. Se le hizo ver a la sociedad mexicana que la única y última carta que México se juega para ganarle la guerra a la delincuencia organizada proviene de una baraja roída y fácil de adivinar, solamente útil para construir castillos de naipes que caerán con el menor cimbrar de las balas que retan y doblegan a las instituciones y autoridades.

Lo que realmente ocurrió en las calles de la capital sinaloense es un secreto militar que será guardado al menos hasta que el Ejército recupere el honor que cayó como otra víctima colateral del terror que los hijos de “El Chapo” desencadenaron el 17 de octubre. Sin embargo, cada milímetro de piel inamovible, cada músculo tensado en la cara del titular de la Sedena, dio pie a la otra versión.
¿Fue realmente el Ejército en funciones de Guardia Nacional el que le falló a Culiacán al verse superado por los pistoleros de los hijos de Joaquín Guzmán Loera? Es difícil creerlo y en todo caso resulta más fácil desestimar tal teoría por el riesgo que significa para la población de Sinaloa o de otros estados cuya seguridad pública se ha confiado a los militares.

De ser cierto que los altos mandos de la Sedena no fueron informados del operativo en Culiacán para aprehender a Ovidio Guzmán, entonces la orden del arresto debió provenir y ser supervisada desde la Secretaría de Seguridad Pública o la Secretaría de Gobernación. Aunque desde dichos niveles del Gobierno lo más lógico es que la misión se le hubiera encomendado al cuerpo élite de la Marina, cuya precisión táctica la habilita para hacer detenciones exactas, sin tanta sangre y anticipándose a la reacción de los grupos delictivos afectados.

O pudo ser que la movilización contra los hijos de “El Chapo” se haya organizado en el contexto militar local y que la motivación sea distinta a la tentación por colgarse la medalla de un procedimiento que pudo resultar exitoso. La versión del diario estadounidense The New York Times, en el sentido de que además de Ovidio también fue detenido y posteriormente liberado Iván Archivaldo Guzmán Salazar, le agrega conjeturas espeluznantes al jueves negro en Culiacán.

Es decir, para qué un operativo local intentaría detener, a espaldas del alto mando militar y del Presidente López Obrador, a quienes heredaron el mando de la parte del Cártel de Sinaloa que le corresponde a “El Chapo” Guzmán. Algo muy fuerte hubo detrás del plan fracasado que hizo que Iván Archivaldo movilizará a sus sicarios para rescatar al hermano, punto de inflexión que muestra la ferocidad nunca antes exhibida en la principal organización del narco del País.
¿Quién quiso quedar bien con la Sedena y AMLO llevándole el trofeo de caza, sin prever que Culiacán le mostraría avergonzado al mundo la capacidad bélica de Ovidio e Iván Archivaldo Guzmán? ¿O se intentó detener a los hijos de “El Chapo” para fines distintos al de entregarlos a la justicia mexicana o la norteamericana que los reclama en extradición? ¿Qué hay que no se ha dicho respecto al 17-10-19 de Culiacán?

Solo la férrea disciplina castrense es capaz de mantener en secrecía tal información y soportar la humillación de la batalla perdida que, en dado caso, es la menor de las consecuencias a pagar. Se oculta la realidad a pesar de que dicha operación avestruz se traducirá en mayor desconfianza hacia el Estado mexicano que se desnuda en la inexistencia del plan que garantice la seguridad de los mexicanos.

Y así, mientras el General Sandoval era obligado a dar la cara y aceptar que sus soldados fueron los responsables de la operación fallida que desencadenó la peor violencia de que se tenga memoria en Culiacán, las tropas que a esa misma hora patrullaban la ciudad sufrían la deshonra por ciudadanos que les reclamaban ya para qué salían a las calles si horas antes entregaron la plaza a los sicarios del cártel de Sinaloa.

 

Reverso

Abre los ojos Culiacán,
Mantén los sentidos despiertos,
O tu cuna arrullarán,
Con soporíferos secretos.

 

El factor ‘Mayo’

Otra incógnita sobre los sucesos violentos del 17-10-19 es el papel que jugó Ismael Zambada García en el sitio a fuego y plomo que afectó a Culiacán, la ciudad que es el corazón de la organización del narcotráfico que “El Mayo” ha querido mantener al margen de disputas cruentas que atraigan la artillería pesada del Ejército y la Marina Armada. En un principio se elucubró en las redes sociales la conjetura de que su gente acudió en auxilio de los “Chapitos”, pero otra presunción dice que el brazo armado de Zambada se mantuvo al margen de la toma violenta de la capital de Sinaloa. ¿Qué le aconsejarían las canas en esos momentos al emblemático jefe del Cártel de Sinaloa?