¿De quién son los degollados?
La barbarie exhibida en el video de Lagos de Moreno obliga a afirmar una barbaridad innegable. López Obrador tiene razón: la culpa es de Calderón. Lo cual no lo exculpa de mostrar una falta de empatía casi inhumana, ni de burlarse de la tragedia, ni de haber perpetuado la guerra de Calderón. Pero todo empieza con Calderón a finales de 2006, y las consecuencias de esa decisión aberrante no han desaparecido.
Hoy, casi 17 años más tarde, hay más violencia en México, más atrocidades dentro de esa violencia, más drogas (de otro tipo) encaminadas a Estados Unidos, más muertos en Estados Unidos producto de dichas drogas, más extensión de la fuerza y presencia de los cárteles mexicanos a otros países (Ecuador), más corrupción e injerencia del crimen organizado en la arena electoral mexicana, y una peor imagen internacional de México que nunca.
Como se recordará, Calderón declaró su guerra innecesaria, optativa, y motivada principalmente por consideraciones políticas internas en diciembre de 2006. Más de un tercio de la población descreía de su victoria electoral (yo no), y su toma de posesión casi no se produce (se la debió al PRI y a Manlio Fabio Beltrones). Como demostramos Rubén Aguilar y yo desde 2009 en El narco: La guerra fallida, todos los argumentos esgrimidos por Calderón para justificar su guerra eran falsos.
“Para que la droga no llegue a tus hijos”: mentira. México tenía entonces, y sigue teniendo hoy, uno de los índices de consumo y adicción a las drogas más bajos de América Latina, ya sin hablar de Europa o Estados Unidos. A pesar de la bola de trogloditas que han pasado por la Conadic, y de que AMLO suspendió sus encuestas de adicciones, las cifras siguen mínimas y los incrementos son porcentualmente elevados porque se dan a partir de bases muy bajas.
“Para detener una violencia descontrolada”: mentira. Las cabezas tiradas a la pista de baile de un antro en Uruapan a finales de 2006 fueron estrujantes (no más que el video de Lagos), pero la violencia en México se encontraba en sus niveles más bajos de la historia moderna. Fox le entrega a Calderón 8 homicidios dolosos por cien mil habitantes, y todavía durante 2007, bajo el nuevo sexenio, la cifra desciende casi a siete- comparable a Estados Unidos, y a apenas el doble de muchos países europeos. Llegó hasta casi 30 a principios de este sexenio, y se mantiene por arriba de 25, sin contar el incremento de desaparecidos (como los de Lagos) durante este sexenio y que probablemente explique en parte el ligero descenso de homicidios.
“Todo es culpa de las armas gringas”: mentira. La “Assault Weapons Ban” (Prohibición de Venta de Fusiles de Asalto) prescribió en 2004 (Bush, el socio de Calderón en la Iniciativa Mérida, se negó a extenderla), pero la violencia no se desata en México hasta finales de 2007, después de que Calderón, como dijo desde entonces López Obrador, pateó el avispero sin pensar en las implicaciones.
“De no haberlo hecho, el crimen organizado ocuparía amplios espacios del territorio”: mentira. Hoy controla más ciudades, regiones, rutas y plazas que nunca, según los militares norteamericanos, los expertos mexicanos, la prensa nacional e internacional, y el propio gobierno actual, y la oposición (incluyendo al PAN, partido al que perteneció Calderón).
Ni Calderón, ni Peña Nieto, ni López Obrador han logrado reducir la violencia de modo duradero. En cada uno de los sexenios ha tenido lugar un aumento vertiginoso, seguido por un descenso, que se cancela poco después. “Abrazos, no balazos” no es más que una ocurrencia, o una consigna hueca. En el fondo, la guerra contra el narco no ha cesado; pronto cumplirá 17 años, con más de 340 mil muertos, más o menos el triple de los decesos que se hubieran producido si la tendencia de los sexenios de Zedillo y Fox se hubiera mantenido. Lagos de Moreno no es un accidente, o una bestialidad excepcional. Es la conclusión lógica de estos 17 años de plomo. No hay absolutamente nada que reivindicar de la guerra de Calderón, ni siquiera “Todos somos Juárez”, la operación conjunta de García Luna y del Gobierno de Estados Unidos, que se originó en la salvajada de Salvárcar. Nada es nada.