Dayana es el ángel de los sin justicia

Alejandro Sicairos
07 junio 2020

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Olvidarla es normalizar la impunidad

 

Ninguna comunidad o gobierno están en posibilidad de vivir en paz mientras llevamos el cargo de conciencia por la muerte de la pequeña Dayana Esmeralda Fierro Zazueta, cuya desaparición ocurrió el 6 de junio de 2017 y tres años han bastado para que el crimen desvanezca súbitamente en la prioridad de la justicia y poco a poco en el recuerdo social. Ella, al contrario, por cada minuto de impunidad que pase debe ser el ángel de todos los que han sufrido el abandono de la ley.
La niña que fue raptada, mancillada y asesinada es la afrenta de lo que cargamos como pueblo que a las horas de las tragedias se acostumbra a éstas; es el insulto reincidente del sistema de investigación y sanción de delitos que a cada víctima le asigna un número en las estadísticas, nunca una sentencia legal del tamaño de las ofensas. El encogimiento de nosotros, los sinaloenses, no es menor a la cobardía de las instituciones del Estado que en cada caso presentan la ineptitud como respuesta.
Dayana es el grito incesante de ¡yo te denuncio, impunidad! Es la agraviada que lleva los apellidos de cualquiera de nosotros y que pertenece a todas las familias. Ella debe vivir en la memoria pública para que jamás muera la recriminación por no saber defender a nuestros niños. Ella es la verdad: las instancias de procuración e impartición de justicia traicionan la confianza cuando los ciudadanos guardamos a las víctimas y las recordamos cada año, y después nunca.
Sin embargo, la niña de San Pedro logró el sábado la hazaña de resucitar algo de la indignación que hace más de mil días unió a la gente con el reclamo de encontrarla viva y poner a sus captores a disposición de los tribunales. Diferentes colectivos cívicos, entre estos Feministas Alteradas Sinaloenses, Juan Panadero y Recuperarte reposicionaron en la evocación popular aquel suceso que sigue empolvado en las carpetas de investigación y en los pendientes de los juzgados.
Entre negligencias de las instancias de justicia y la amnesia de habitantes que cada día tienen nuevas desgracias de las cuales ocuparse, nada se ha sabido desde que el 23 de octubre de 2017 la Fiscalía General del Estado encontró restos que supuestamente pertenecen al cadáver de Dayana, y a los meses acusó a un ex policía municipal de Navolato, Miguel Eduardo Burgos, de ser el autor del homicidio.
De ahí en adelante sobrevino la estrategia de la desmemoria. La errática indagatoria de la Fiscalía, el presunto asesino que fue “tragado” por la tierra y la socorrida táctica por cerrar los casos antes del esclarecimiento total, dejan todo en manos del eterno recurso que usa el gobierno cuando ya no puede proveer la legalidad: la sociedad tarde o temprano lo acepta todo, inclusive que asesinan a sus niños.
En esto estamos. La prolongación de las desidias tarde o temprano lleva a borrar las afrentas y sanar las cicatrices en la memoria de las familias afectadas o de las sociedades disminuidas al más efímero dolor por pérdidas humanas. Al acostumbrarnos a enterrar los muchos muertos cotidianos, nueve días son suficientes para hacernos creer que los martirios abusivos que ellos sufrieron no deben ser penas a cargar por los que seguimos vivos. Fácil nos habituamos al papel de los deudos y desistimos de la integridad de los ofendidos.
Olvidar a Dayana, no. Ningún niño tendría por qué caer en las redes de la violencia si el sistema de seguridad les retribuye paz a los ciudadanos que lo financian vía impuestos. Y si por algún descuido del Estado alguien de la infancia resulta inmolado, la justicia es la responsable del castigo ejemplar para inhibir tales monstruosidades. La impunidad que revictimiza al victimado, familia y conjunto social abre otro frente imperdonable de agresión generalizada.
Resulta vital tener siempre sed de justicia. El ansia de legalidad y tranquilidad debe persistir para nunca ver entrar a nuestros hogares desgracias como las que viven la familia y Dayana y de tantos niños afectados por la barbarie sinaloense. Cuando calle el reclamo de paz y estado de derecho será porque no supimos proteger a la infancia, síntoma primario de que toda esperanza pereció y solamente queda el silencio de los sepulcros.
No te apagues, Dayana, en la memoria de nosotros los sinaloenses. Que al pronunciar tu nombre digamos justicia y evoquemos a los pequeños que la brutalidad le ha arrancado a esta tierra y la impunidad los vuelve a agredir. Cuando a los 5 años de edad cortaron de tajo tus juegos, tus amores, tus destinos, no pudieron podar en la retentiva social el jardín que a diario nos da una flor como indicación de que nunca volvamos a fallar en la misión de defender a los niños.

Reverso
Con tus alitas blancas, Dayana,
Cubre a nuestros pequeños,
Y blinda también los sueños,
Que harán realidad, mañana.

Refrendo de perseverancia
Cada 7 de junio los periodistas nos abrazamos, más por darnos ánimo que por creer que celebramos algo, en una fecha propicia para ratificar la defensa de la libertad de expresión que no es otra cosa que el compromiso de perseverar en la transmisión de hechos que a la sociedad le sirven para tener idea de en qué terreno está plantada. El periodismo profesional y honesto ha ido junto a los mexicanos, a los sinaloenses en este caso, y desde el sacrificio que significa ejercerlo o el costo pagado en vidas de colegas, la claudicación está lejos de ser opción en el manual de las vocaciones. Aquí aprendimos los reporteros a ser solidarios con los segmentos poblacionales más vulnerables, los que no tienen manera de hacer escuchar su voz, y aquí estaremos dando la cara sin ocultarnos detrás de seudónimos, bots, y manos que se esconden al tirar la piedra. Rendición, nunca. En lo personal hasta el último aliento expondré lo que creo, sin que alguien o algo me pueda dictar una letra o frase que yo no quiera escribir.
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