Culiacán, un barco a la deriva
Hace unos días fuimos testigos de la colisión del carguero Dali contra el puente Francis Scott Key de Baltimore. El peso del carguero de 300 metros de eslora con 4 mil 679 contenedores de más de 25 toneladas de peso cada uno hizo ver al puente como una frágil estructura de naipes. Las causas del accidente no están claras, lo único seguro es que el buque “perdió el rumbo” poco antes del cruzar el puente e impactó con uno de sus soportes. Ver el video de este suceso no pudo evitar en mí evocar, de manera metafórica, el futuro de una ciudad sin un adecuado plan estratégico urbano. No tener rumbo ni visión clara de hacia dónde vamos como ciudad implica tener un riesgo latente de colisionar en cualquier momento como lo hizo el Dali.
Culiacán requiere de una “carta de navegación”. La sistemática depredación de miles de hectáreas de bosques caducifolios que la rodean y que hasta ahora eran su principal fuente de servicios ambientales comienza a impactar de forma multifactorial en la ciudadanía. Actualmente, se está sufriendo una de las peores crisis hídricas de su historia y la ciudad seguirá padeciendo el incremento de olas de calor nunca antes registradas. Por consiguiente, serán cada vez mayores los padecimientos de salud en su población como claros efectos colaterales de un mal desarrollo urbano, entre los que se pueden mencionar los padecimientos del corazón o pulmonares, la diabetes, los golpes de calor, el estrés y la creciente cantidad de víctimas de cualquier edad por hechos viales totalmente evitables.
Las ciudades necesitan contar con un plan estratégico urbano que garantice su sostenibilidad. El ritmo de expansión anárquico de la ciudad de Culiacán no garantiza condiciones de habitabilidad para una siguiente generación, mucho menos para las posteriores. Es decir, no se trata de pensar en el Culiacán que le vamos a dejar a nuestros hijos sino el que recibirán los nietos y bisnietos de ellos. La inmediatez no aplica en el urbanismo. Tratar de resolver por partes los problemas que se van presentando no resuelven la ciudad solo incrementan cada vez más sus infinitas demandas.
En estos días varias y varios aspirantes a la presidencia municipal de Culiacán comenzarán sus campañas. Seguro prometerán resolver el caos vial, la dotación de servicios, disminuir la violencia, mejorar parques, desaparecer baches y todo eso que suelen ser las mayores dolencias de la ciudadanía. Quizá no sea la mejor estrategia de campaña ofrecer la construcción colectiva de un plan estratégico urbano, sin embargo, es un paso que debiese considerar quien desee “conducir la nave”. Una verdadera “carta de navegación”. Quien asuma la presidencia tendrá en sus manos la oportunidad de promover un verdadero cambio. Una transformación que deberá partir de un innovador ejercicio de participación y consulta ciudadana que derive en la definición de qué ciudad queremos que sea Culiacán en las próximas décadas: Lo que sería una visión estratégica de ciudad.
Esta nueva “carta de navegación” deberá responder a los lineamientos internacionales (Objetivos de Desarrollo Sostenible, Nueva Agenda Urbana, Acuerdos de París, Carta de la Tierra, entre otros) para afrontar el cambio climático, el incremento de padecimientos crónicos, la discriminación e infinidad de injusticias que hoy se viven en nuestras ciudades.
Administración tras administración han dejado pasar grandes oportunidades y han seguido actuando de una manera inercial: Si hay demanda de vivienda se permiten más fraccionamientos cada vez más lejos y desprovistos de necesidades básicas. Si hay congestionamiento vial se hacen más anchas las calles, se construyen puentes, túneles y se pavimenta más. Si se genera más basura se compran más camiones de recolección y se construyen más rellenos sanitarios. Si hay más inseguridad se compran más patrullas y armas. Si hay más enfermos se hacen más hospitales y clínicas. No se puede seguir con este estilo apagafuegos.
Con un Plan Estratégico Urbano se puede revelar la existencia de suelo suficiente al centro de la ciudad para cubrir la demanda de vivienda que la ciudad tiene. Para ello se requerirán novedosos instrumentos normativos que rompan con la dañina especulación del suelo que hoy existe. Los congestionamientos viales se pueden diluir mediante un plan de movilidad urbana sostenible que apueste por otras alternativas de transporte (colectivo, bicicleta y peatonal) y a su vez, induzca a desarrollar la accesibilidad. Es decir, cubrir las necesidades de la ciudadanía (incluyendo la niñez y adultos mayores) a corta distancia de tal manera que no se le obligue diariamente a largos desplazamientos.
Para el tema de la basura, los esfuerzos se deben redireccionar a la reducción sistemática de los volúmenes y no a seguir deteriorando suelos. La inseguridad tiene mucha relación con la calidad y la capacidad de uso del espacio público (que incluyen las calles y banquetas). Una ciudad es para vivirla y no para esconderse de ella. En la medida de que las condiciones de sus calles, y sobre todo de sus banquetas, parques y plazas nos inviten a salir a caminar y a usar de forma constante el espacio público haremos una ciudad más segura y, sobre todo, más saludable. La salud de las personas se cultiva fuera de los hospitales y de las clínicas.
La (o el) presidente municipal en turno tendrán en sus manos la oportunidad de trascender en la historia de Culiacán. Esta nueva visión de ciudad deberá ser aprobada por gente convencida de que el futuro de la ciudad, su ciudadanía y de sus futuras generaciones está verdaderamente en riesgo de una colisión. Debemos afrontar cambios significativos. Aún estamos a tiempo de trazar el rumbo y navegar con seguridad las turbulentas aguas que se avecinan.
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@JuanCarlosRojoC