Culiacán le teme a una bandera blanca
El miedo es por la metástasis del narco

Alejandro Sicairos
14 octubre 2024

Cuando el temor nos causa tal desvarío que hasta una bandera blanca que ondea en el aire nos pone a imprecar, ¡oh impertinente pendón de paz que se burla de nosotros!, y acusamos con índice de fuego a los que en busca de cualquier barrunto de sosiego van a los estadios a presenciar el remanso de un partido de beisbol, y si les dictamos a los niños un toque de queda en casa que le cambia el sentido a la infancia, significa que hemos decidido rendirnos de una vez frente al miedo dispersado por los sicarios del narcotráfico, para secuestrarnos en el amedrentamiento.

Es nuestra rendición frente a las mentiras disparadas desde la cobardía de la redes sociales que son balas que asesinan la intrepidez de los pacíficos, y agoreros del desastre que proponen que la barbarie se prolongue y propague sin mayor propósito que el de lucrar con la tragedia. Representa el disparate de la aceptación de la ley del talión, la de ojo por ojo y diente por diente, encargada a los homicidas para que limpien el camino de actores y factores que estorban y que, sean quienes sean, deben ser puestos a disposición de los órganos legítimos de impartición de justicia.

Los 35 días contados hoy con las armas de los pistoleros del narcotráfico puestas en las sienes de los ciudadanos sin distingos, y tomando a la vez de rehenes a todos los sectores, permiten ver que no hemos podido intentar la catarsis colectiva desde lo individual, familiar o gremial, dejando que nos venza la zozobra y, además, huérfanos de liderazgos que, siquiera uno auténtico, nos lleve de la mano al imaginado cese de las hostilidades. El miedo es un estado mental que lo permite todo, incluso la jauja de quienes medran con el dolor ajeno.

Todo nos parece mal y si acaso algo nos distrae es la coartada de los condenados que demuele cualquier cosa que hagan el Gobierno o la acción cívica, así se trate del mínimo esfuerzo por salvarnos de las balas de plomo y de odio. Lo estoico perdió valor; la capacidad de dispararles dardos de obcecación a lo que se mueva en el bando de los buenos es el signo de estos tiempos de brutalidad. Cada “culiacanazo” trae los juegos de la vileza siempre apuntando el arma al pie propio.

Una vez perdida la conciencia de cómo llegamos a este punto, maldecimos al Ejército que trae sus tropas a Sinaloa y al Gobierno que las envía dejando atrás la proclama de abrazos al crimen, no balazos. Notamos la crueldad de la delincuencia del narcotráfico por hacernos prisioneros de sus guerras, siendo que antes besábamos los cañones de sus ametralladoras. Qué perversas las narcomantas que escriben el guión de los pusilánimes, no obstante que adorábamos escuchar las hazañas de los gatilleros en las letras de los corridos alterados. Terribles los que nos tienen escondidos debajo de las camas en nuestras casas, que son los mismos que dejamos entrar a los hogares como compadres, yernos, amigos o financiadores de negocios y lujos.

Ya estábamos enfermos por la metástasis del narco, aunque ahora parece llegar el mal a su fase terminal. Y cuando el final se acerca el cerebro realiza el bloqueo de las causas que llevaron al momento conclusivo. ¿Cómo se paralizan el comercio y los restaurantes que extasiados les abrían la puerta a clientes de recursos ilimitados, con trocas del año, collares de oro y diamantes? ¿Cómo el saqueo de agencias de venta de motocicletas y bicicletas por aquellos mismos que agotaban los inventarios de contado y sin regatear los precios? ¿Por qué nos asusta que los facinerosos cierren calles y carreteras aun cuando nos avisaron a tiempo de esto con automovilistas rociados con plomo por el solo hecho de sonar los cláxones?

Creemos en todo, menos en la realidad y en nosotros mismos. Le damos estatuto de verdad al mensaje por WhatsApp o TikTok elucubrado por los dispersores del terror, y desconfiamos de militares y policías que se juegan la vida por proteger la de uno. Hacemos convincentes las conjeturas de aquellos que utilizan el contexto de violencia para chantajear al Gobierno negociando caras pautas publicitarias o sobornos, o de lo contrario inventan todos los complots que la maldad les dicta. Son los balbuceos del salvajismo que invitan a habituarnos a vivir con él.

Estamos perdidos en el laberinto del crimen, tal como nos quieren de extraviados los capos de las drogas. Hace poco eran los Mesías a seguir en gustos, gastos, gestos y guiños. Un mes y cinco días bastan para esculcarnos la conciencia y comportamientos y en medio del pánico desentrañar qué hicimos para estar así, aquí en la suspensión de garantías, tranquilidad y civilidad. Quitémosles un momento la vista de encima a los operativos que son hoy la única y última posibilidad de recuperar la paz, echándonos una mirada a cada quien de los que imploramos recuperar la vida ordinaria.

Es que nunca habíamos llegado los culiacanenses a claudicar ante nuestros miedos que no es otra cosa más que la rendición de los arrestos de los pacíficos, ni a bajar la mirada frente a los poderes de facto y apretar el cuerpo ante la onomatopeya de la ráfaga criminal, e inclusive de los helicópteros militares que también asustan si proponen estandartes blancos invitándonos a escribir en ellos nuestras esperanzas y aportaciones para el Culiacán que queremos.

A mi Culiacán igual lo espanta,

Y similar lamento le arranca,

La premonición de la narcomanta,

O la paz de una bandera blanca.

Bienvenido el esfuerzo que le apueste a la recuperación de la paz y que debe ser abrazado y reconocido por una sociedad que no dispone de tiempo para derrocharlo en derrumbar la aportación de otros que, sea como sea, muestran esa parte ciudadana que no acepta los infortunios de la violencia como forma de vida. La Caravana por la Paz organizada el sábado por Culiacán Valiente como segunda movilización a favor de la seguridad y legalidad, así como las acciones de apoyo a la alicaída economía sinaloense realizada en la Ciudad de México por Miguel Calderón, coordinador general del Consejo Estatal de Seguridad Pública; Laura Guzmán, vicepresidenta de la zona norte de Canirac, y Óscar Loza, fundador de la Comisión de Defensa de Derechos Humanos de Sinaloa, simbolizan la lucha que debería ser de todos los que no queremos quedarnos en el balcón viendo pasar, indiferentes, a las víctimas de este largo y brutal “culiacanazo”.

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