Culiacán heroico, un 22 de diciembre
La defensa de México durante la Intervención Francesa fue algo más allá del 5 de mayo de 1862. Un 22 de diciembre de 1865 fue la fecha en la que Sinaloa hizo su parte.
Es curioso en que buena parte del país no se dieron muchos combates ni luchas por más de dos años después de 1862. Ante el caos, el gobierno mejor deshizo el ejército y se llamó al voluntariado para ejercer una defensa de baja intensidad.
Vicente Riva Palacio y Porfirio Díaz hicieron eso en Michoacán y Oaxaca. En otras muchas zonas, no hubo nada.
En cambio, en la región de Mazatlán sobrevivió una guerrilla muy activa por parte del General Ramón Corona, prócer a quien aún Mazatlán le debe una avenida principal.
No es el caso del zacatecano Antonio Rosales quien ha sido bien reconocido y hoy es su fecha.
La ciudad de Culiacán se llama oficialmente Culiacán de Rosales, sobre todo al calce de los documentos burocráticos. La Universidad Autónoma de Sinaloa se llamó en su inicio Colegio Civil Rosales y el adjetivo “Rosalino” aún se usa bastante en ese contexto.
En su momento, el combate de San Pedro fue conocido como el “5 de mayo de Occidente” y le valió al zacatecano Antonio Rosales su banda de General
El desembarco en Altata de la fuerza expedicionaria francesa fue una derrota importante con la cual se afirma que se detuvo el avance del ejército francés en el noroeste de México. Los franceses se justifican diciendo que el comandante era marino sin experiencia en lucha terrestre, y que se confió en que la artillería del barco lo salvaría.
El combate se realizó la mañana de ese 22 de diciembre y la vanguardia la manejaron los Lanceros de Jalisco: era un ejército apoyado por jornaleros y aguadores de Culiacán el que derrotó y como resultado obtuvo dos cañones, material de guerra, 85 prisioneros franceses, 20 muertos y 16 heridos.
Por este hecho, es muy justo que nuestros paisanos de Culiacán y pueblos vecinos se sientan plenamente orgullosos de ese paso que dieron en defensa de un país dividido y bajo fuerte amenaza.
¿Realmente los franceses tendrían interés en Culiacán? Era una ciudad pequeña y además la capital era Mazatlán. Allá estaba el principal comercio, la aduana que devengaba aranceles e impuestos y también las casas comerciales que mantenían una economía próspera.
Pero también, trataban de mal intervenir en nuestra política nacional porque estaba en manos de extranjeros, aunque algunos de origen español apoyaron la causa de manera discreta.
La importancia comercial y estratégica de Culiacán vendría más adelante cuando se crearían las grandes presas después de la Revolución Mexicana y, además el resto de la región centro norte de Sinaloa, no estaba tan poblada como el sur del estado. Estaba asolada por levantamientos de tribus indígenas y uno de ellos le costó la vida a Rosales.
El propio historiador don Antonio Nakayama se quejaba de que “espíritus mezquinos han querido apagar la gloria alcanzada por las armas nacionales en San Pedro, sin reflexionar en las consecuencias que trajo para el porvenir de México”.
Curiosamente, al día siguiente del combate de San Pedro, el olvidado coronel Ángel Martínez detuvo a 200 argelinos y mexicanos realistas en las Higueras del Conchi, cerca de Mazatlán, evitando que por algunos meses los franceses atacaran los alrededores, hasta que vino el sádico Castagny desde Durango y comenzó por incendiar Concordia y arrasar otras comunidades de patriotas.
La defensa de El Conchi lo registra el propio Nakayama en su libro “Sinaloa: un bosquejo de su historia”... en la página siguiente en donde se queja de quienes quieren disminuir el ataque de San Pedro las Colonias.
Y hubo más batallas en Mazatlán, tantas que los mazatlecos no nos hemos molestado en capitalizarlas en bronce o nomenclaturas.
Los recientes hallazgos de Jean Meyer afirman que al parecer Francia no amasó interés en colonizar más allá del norte de Mazatlán. A ojos suyos, eso era puro desierto: su intención era dejar libre a Maximiliano en la región de Mesoamérica y el resto, hacerlo un protectorado francés, a la manera de Libia y demás regiones de África.
Ahora hay un detalle que engrandece la batalla del 22 en sentido inesperado y accidental: la fuerza que desembarcó no tenía la misión de ir a tomar Culiacán, sino de marchar a Chihuahua a realizar la cacería de don Benito Juárez, errante en su carruaje con una escolta pequeña. El deseo del botín y la gloria militar los empujó a Culiacán bajo ese orden de importancia.
¿Qué hubiera pasado si ese contingente hubiese atrapado a Juárez en aquellos desiertos? Otra fuera nuestra historia. Maximiliano y Luis Napoleón no habrían tenido ante sí tan necio y monolítico rival como fue el antiguo pastor zapoteca de Cosijopi, hoy San Pablo Guelatao.
Otro detalle que afectó a Rosales es que el poder político lo tuvo siempre Ramón Corona. Aunque Antonio Rosales, el Gobernador en turno, tuvo que renunciar por desavenencias con él y retirarse a Chihuahua donde esperaba reunirse con Benito Juárez. (Al igual que Zaragoza, Rosales murió antes del año posterior a su victoria y no alcanzó a vivir su gloria militar).
La Gubernatura la asumió el General Domingo Rubí, concordense, más afín a las ideas de Ramón Corona que subió a la sierra a mantener viva su guerrilla, la cual solo concluyó hasta que arrestó al propio Maximiliano durante el Sitio de Querétaro.
A Antonio Rosales se le recuerda más por el combate de San Pedro en el cual derrotó al francés invasor, pero su batalla más heroica fue en Escuinapa el 8 de febrero de 1860 al mando de menos de 300 soldados sinaloenses liberales contra un ejército de mil 500, al frente a Manuel Lozada, “El Tigre de Alica”.
Lozada, indígena al servicio de los conservadores, sitió Escuinapa desde las 10 de la mañana. Los liberales se encontraban en dos plazuelas unidas al centro de la ciudad. Lozada había mandado incendiar al caserío.
Envuelto por los lozadistas y por las flamas, Antonio Rosales dispuso romper el cerco a pesar de que la muerte era segura. Rosales se lanzó al frente de sus tropas para abrirse paso entre sus sitiadores. Así, Antonio Rosales salvó la vida y definió el combate, según información recopilada por el cronista Juan Lizárraga Tiznado.
Plácido Vega, al frente del gobierno del estado y con quien Rosales tuvo fricciones, decretó que se erigiera un monumento en Escuinapa para perpetuar la memoria de los caídos y ordenó que las viudas y los hijos de los valientes muertos recibieran las pensiones a las que tenían justo derecho.
Y la plaza principal de Escuinapa, hoy se llama Ramón Corona.
Pero, aunque la historia no es ciencia exacta y casi siempre la escriben los vencedores, hay certeza de que un 22 de diciembre Culiacán asumió su papel. La identidad nacional y sus valores republicanos, gracias a sus nobles habitantes, se cubrieron por siempre de gloria. Nunca lo olviden, estimados paisanos culichis.
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