Cuén: líder disruptivo, final brusco
Los epitafios están por inscribirse
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A la familia de Héctor Melesio Cuén Ojeda, que son su esposa Angélica Díaz y los hijos Angélica María, Mónica María, María Guadalupe y Héctor Melesio Cuén Díaz, les corresponde llevar el luto y sentimiento de pérdida, dos cargas inimaginables e intransferibles que pesan sobre los deudos de víctimas de la violencia, mitigables si acaso con el bálsamo de la justicia. A ellos también les compete decidir qué hacer con los legados y específicamente respecto al Partido Sinaloense que en sí era su fundador y líder, cuya fuerza y proyecto son irrepetibles.
Al tratarse de un fenómeno multifactorial digno de ser esclarecido desde la antropología social, irrupción que halló campo fértil en la carencia de guías fiables para la acción cívica, y ruptura violenta del esquema personalísimo del usufructo del poder llevado a dimensiones impensadas, pasará algún tiempo para que las emociones y apetitos sean templados y la realidad que llega a cuentagotas acabe de escribir la historia del cuenismo.
Nadie pretenda suplantar a la familia Cuén Díaz en el proceso doloroso que enfrenta ni en el derecho a decidir qué hacer con los bienes materiales y políticos que quedan bajo su resguardo. Ninguno, en el esquema de servicios prestados y de sobremanera gratificados, quiera decirse en orfandad y exija canonjías que su ex jefe no puede garantizarles post mortem. Nada esperen de la cláusula inexistente en el testamento, queriendo lucrar con la muerte de aquel que se va sin deberles algo.
Quien intente reducir al ex Rector y ex Alcalde de Culiacán a la categoría de petate del muerto demostraría que no luchó junto a él por una causa sino por un peculio. Las batallas se libran al lado del General sin importar si éste viva o muera. Ahora los beneficiarios del sistema de lealtad y recompensa que creó Cuén Ojeda deben decretar el cese de hostilidades con voluntad inclusive para mostrarse dignos hasta en la retirada misma, más allá de roles de plañideras o desamparados que a nada contribuyen a la buena memoria del caído.
En el caso de la Universidad Autónoma de Sinaloa, cuyo gobierno mantuvo Cuén Ojeda durante casi dos décadas, es inevitable el regreso del timón de la casa de estudios a manos de la comunidad universitaria. Tendría que ser un acto de conciencia a estas alturas ya concluido que transite a una nueva época del alma máter con estudiantes y trabajadores que la liberen de todos los lastres, lo ya sufridos y los que vengan, sin que ocurra otra noche tan oscura y larga en el campus.
Miremos a alrededor. Está sucediendo que la comunidad universitaria y la sociedad en general perciben el apremio de cortar de tajo el esquema de uso faccioso de la UAS y proceder a reinstalar la excelencia educativa, en toda la extensión de la premisa, muy por encima de viejos o nuevos apetitos por el modelo de universidad-botín. Plantemos entonces a la centenaria casa rosalina en la nueva realidad donde, como lo dice Sabina, ser valiente no salga tan caro y ser cobarde no valga la pena.
Frente a los recientes desenlaces súbitos, lo más normal tiene que ver con actuar en consecuencia del creciente movimiento estudiantil que apoya la reforma de la Ley Orgánica de la UAS, como única fuerza que es capaz de rescatar a su alma máter mediante la demolición de cualquier esquema de Universidad rehén. Los directivos universitarios en funciones o en calidad de ex deben calibrar sus posturas para permitir que la vertiente reformista restablezca la verdadera autonomía y autogobierno. Sin el líder único al que obedecían a ciegas se les diluirá más aprisa el control ejercido sobre la masa estudiantil y el sometimiento de los trabajadores a los dictados de “el proyecto” planteado en torno a Cuén Ojeda.
Es el único homenaje posible hoy en memoria de Cuén Ojeda, en gratitud al menos por aquel lapso luminoso de sincera acción por las transformaciones trascendentes que “el maestro” realizó del 2005 al 2009 poniendo orden interno en la UAS y proyectándola hacia la excelencia académica, aunque después él mismo apagó su vela en el olimpo del sursum versus al empecinarse en sostener el control de la universidad sin dar visos de que algún día la liberaría de dicha intervención. Honrando a la universidad enaltecerán ese legado.
No hay epitafios aún, excepto los que se inscriban con dignidad y respeto en la lápida del fallecido. Mientras tanto, pongámosle atención al llamado de la familia Cuén Díaz “para que al margen de cualquier circunstancia o situación las instituciones responsables y la misma sociedad, alejadas de cualquier especulación, brinden la justicia que su obra y legado nos ha dejado en su paso por esta vida y que debidamente merece”.
Restan bastantes circunstancias por esclarecer e innumerables hechos que sobrevendrán en cascada en las siguientes semanas. Ojalá que los actores ajenos al marco familiar, aquellos que desde el oportunismo trágico se asumen como agraviados por el ataque que le costó la vida a Cuén Ojeda, sepan darle su lugar y relevancia al único hogar que directamente ha sido sometido al pesar y sufrimiento: el de Angélica Díaz, sus hijos y nietos.
Porque así es siempre la muerte,
Hace prevalecer sus efectos,
Y sin ser buena o mala suerte,
Se llevó a Cuén y sus proyectos.
En un acto con sentido humanitario y por tratarse de delitos que son más de estigma que de transgresión grave a la Ley, la Fiscalía General del Estado podría retirar ante el Poder Judicial los delitos presuntamente cometidos por Héctor Melesio Cuén Díaz en materia de negociaciones ilícitas con recursos públicos. Se trataría de un juicio abreviado que deje sin efecto las órdenes de aprehensión libradas para obligarlo a comparecer a las audiencias de imputación y vinculación a proceso. Ello contribuiría a no agregarle más angustia a la que ya trae por la muerte de su padre.