Cuando esto termine...
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A pesar de que para el Presidente ya se ve la luz al final del túnel, los balances finales de la epidemia -sanitario, económico y social- están aún lejanos. Ni siquiera sabemos a ciencia cierta cuándo comenzaremos a salir del paréntesis de la cuarentena ni cómo se irá construyendo la nueva normalidad de la vida social en tanto no exista cura o vacuna para el virus.
Por lo pronto, hemos experimentado con los límites de la tecnología para comunicarnos, para socializar, para enseñar. Hemos vislumbrado cómo puede ser una vida sin tantos traslados, sin reuniones presenciales interminables y poco productivas, sin consumos inútiles, sin comidas de negocios o de grilla. Se ha hecho evidente, también, cómo para una buena parte de la sociedad mexicana la subsistencia depende del día a día en la calle, sin refugio posible. Los avances tecnológicos no llegan a millones de estudiantes que no tiene acceso a Internet de buena calidad, mientras que también se hace evidente la poca preparación del sistema educativo para aprovechar el potencial didáctico de los recursos virtuales.
En el aislamiento, cuando vivimos una vida casi onírica, la imaginación se dispara, nutrida por la ola de utopías, eutopías, distopías y ucronías en boga. ¿Cuánto va a cambiar nuestras vidas esta crisis? ¿Cómo va a marcar nuestra conducta? ¿Cuánto impactará en el aprendizaje colectivo y qué tan duradera va a ser su huella? Obviamente, la especie seguirá siendo la misma, con sus pasiones y sus intereses, con su potencial de violencia, pero las crisis de estas magnitudes tienen impacto en el entramado institucional, cambian los precios relativos, destruyen riqueza, cuestionan los derechos de propiedad y abren oportunidades de cambio, de recontratación social.
Es imposible pronosticar de manera certera siquiera cuanto de los arreglos políticos que existen hoy en el mundo sobrevivirán, pues se han fortalecido las ideologías de la exclusión, no sabemos si en mayor o menor proporción al aumento en las pulsiones solidarias que la tragedia genera. La proporción de crecimiento de unas u otras dependerá del grado de cohesión de las diferentes sociedades. Y el grado del cambio dependerá de la eficacia de cada sistema de reglas y de su flexibilidad para adaptarse sin grandes rupturas.
La crisis hará evidente para algunos la necesidad de fortalecer la cooperación, mientras otros seguirán abogando por la competencia, ya sea individual o gregaria, liberal o nacionalista. La contradicción entre impulsar redes de cooperación más sólidas, que permitan la negociación y la inclusión, y el empuje de las visiones aislacionistas, individualistas extremas, promotoras de la xenofobia, la violencia, la exclusión o la polarización irreductible entre las partes de la sociedad. El resultado será producto de la visión del mundo que impere en cada sociedad y esta será consecuencia del desempeño del sistema político existente y de sus características distributivas.
¿Cuál es mi eutopía para el orden humano post crisis? El avance de la reorganización del Estado en todo el mundo, con preocupación política por los temas esenciales de distribución social: salud, educación, alimentación y vivienda, por la reducción de la violencia con respeto a los derechos humanos y con compromiso contra el cambio climático. También el fortalecimiento de un orden mundial cooperativo, con un liderazgo democrático fuerte que propiciare la cooperación climática, económica y laboral, con redes legales de migración y sin guerra contra las drogas.
¿Y la distopía? La exacerbación del individualismo, de la competencia sin límites éticos, el resurgimiento de los totalitarismos que se suponen representativos de la mayoría, el atrincheramiento nacionalista, el triunfo de la xenofobia y la exclusión, la exacerbación de la violencia.
Entre un extremo y otro hay miles de combinaciones y rutas paralelas posibles que hacen imposible la realización plena de uno u otro de los escenarios imaginarios, pero la posibilidad de empeoramiento del arreglo actual es tan probable o más que la posibilidad de mejora. En el corto plazo lo que veremos será sufrimiento, mayor violencia y crecimiento de la pobreza en todo el mundo. El rumbo en el largo plazo dependerá de cómo se administre el deterioro.
Sigo imaginando y veo posible que en México las cosas vayan a peor en el corto plazo, al grado de que, en efecto, se dé un cambio de régimen, no con López Obrador, sino después de él, sobre las ruinas del antiguo arreglo político del cual este Gobierno no será sino su expresión postrera. Pero también imagino posible que se fortalezca el proyecto de López Obrador aun en condiciones de crisis económica, gracias al reparto clientelista de rentas.
Mi eutopía para México es que la salida a la crisis económica y política en la que, probablemente, terminará este sexenio sea un nuevo arreglo nacido de la negociación entre una nueva hornada de liderazgos sociales. Un nuevo pacto, pero de dimensiones mucho mayores a las de 1996, 1946, 1938 o 1929. El nuevo pacto debería tener una magnitud constituyente, superior a la de 1917, con una base de legitimidad mucho mayor, porque sería producto de una amplia deliberación social.
Enfrente, una distopía previsible sería el fortalecimiento de la política de la polarización, de la intolerancia y la falta de diálogo, encabezada por liderazgos personalistas con discursos demagógicos. Una era populista, donde al actual Gobierno lo sucediera uno encabezado por un personaje de la extrema derecha, que usara para afianzarse en el control totalitario los instrumentos de centralización del poder buscados por López Obrador. La realidad en la que vivimos desata la imaginación porque ya de suyo tiene mucho de distopía.
Sinembargo.MX