Corrupción y política: una paradójica relación

Vladimir Ramírez
24 agosto 2020

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El tema de la corrupción ha sido en las últimas semanas la nota en los medios y redes sociales, que difunden videos y grabaciones en las que se involucra a la clase política nacional y al mismo tiempo se asocia a la política como principal ámbito en el que se anida el fenómeno de la corrupción en México.

Si bien uno de los compromisos más reiterados del Presidente López Obrador ha sido el de erradicar la corrupción, esta tarea como política gubernamental no supone que sea fácil, mucho menos sencilla cuando se enfrenta a todo un aparato burocrático que históricamente ha desarrollado prácticas corruptas en las que se fueron arraigando hábitos y destrezas para beneficiarse del erario público.

Diversos estudios sobre la corrupción en el ámbito gubernamental iniciaron su auge en la década de los 90, periodo en el que también se considera el despliegue exitoso de las políticas neoliberales en América Latina, de ahí que organizaciones internacionales como el Banco Mundial y el FMI, impulsaran campañas para erradicar la corrupción y promover el buen gobierno en los países subdesarrollados del sur, incluyendo a México. Sin embargo, en nuestro País estos esfuerzos convocados no tuvieron mayor incidencia en este fenómeno social considerado incluso como un mal endémico.

Durante los últimos 30 años del periodo neoliberal, se argumentó sobre lo acertado de haber reducido la intervención del Estado en la economía y de las ventajas de abrir las puertas a la iniciativa privada y su enfoque empresarial para atender la responsabilidad de los servicios públicos y dirigir la economía nacional bajo los criterios y beneficios de la competencia y el libre mercado. Una filosofía gerencial ingresaría poco a poco hasta permear durante todo este tiempo, el quehacer de la burocracia, influyendo también en la formación de una nueva generación de políticos y servidores públicos afines a estas ideas.

No obstante, estos propósitos no pudieron cumplir su promesa de llevar al País al primer mundo, a pesar de haber concretado una serie de procesos considerados indispensables, como la privatización de empresas del Gobierno, la alternancia en el poder y una educación para las nuevas generaciones sobre la doctrina de la participación de la sociedad civil en la lógica económica y social de la competencia, la ganancia y el mercado.

Sin embargo, algo no funcionó durante todo este tiempo, la paradoja de la contradicción se hizo patente en la realidad de un México con un continuo crecimiento en pobreza, violencia y desigualdad. Resulta evidente que la razón no fue propiamente un asunto de régimen político y económico, sino de una cuestión moral que involucraba no sólo a los integrantes de la burocracia y clase política, sino también al sector empresarial y su vulnerable condición de corruptibilidad. Una corrupción que fue capaz de obstaculizar el desarrollo económico, fomentar la antidemocracia, la inseguridad, la pérdida de valores y la falta de respeto a sus instituciones y autoridades.

La corrupción como hecho social es mucho más complicada que el conocido concepto que la define como el “abuso del poder público para beneficio privado”. Una práctica social compleja, con variaciones que suponen una separación de dos esferas: la pública y la privada, que contradice, como afirma el antropólogo alemán, Ludwig Huber, a una inmensa cantidad de estudios sobre la corrupción que se han producido en los últimos 15 años, que se caracterizan por una cierta tendencia hacia la simplificación y un enfoque que busca soluciones de laboratorio y no tanto una comprensión del problema.

Comprender la corrupción requiere de una perspectiva que implique la exploración del contexto social que la produce y sostiene, así como de los discursos que se arman alrededor de ella. Bajo este planteamiento, podemos decir que la corrupción en México está por encima de cualquier régimen. Los últimos 100 años nos muestra cómo no sólo el cambio de régimen de Estado paternalista al modelo neoliberal no pudo acabar con la corrupción e ineficacia arraigada en la burocracia de los gobiernos, sino que la potenció a niveles inimaginables involucrando a empresas nacionales e internacionales en mega-actos de corrupción. Una de las explicaciones es que la práctica neoliberal del capitalismo, como expresión más radical del mercado, lleva en su ADN la búsqueda de la ganancia a toda costa y una moral voluble que no permite los límites de la suficiencia como criterio responsable a la hora de gobernar, debido a que la codicia que los mueve y la ausencia de valores se justifica en la lógica de la competencia y el mercado.

Por eso la guerra mediática de acusaciones mutuas sobre actos de corrupción se vuelve su propia paradoja, un contrasentido a propósito de sus proclamas, en medio de la lucha por el poder y no de su anunciada lucha contra la corrupción.

La historia de nuestro País se narra por sí sola en acontecimientos que explican su grandeza y a la vez sus grandes contradicciones, un discurso político que, como afirma el filósofo alemán, Friedrich Nietzsche, “a lomo de todas las paradojas se cabalga a todas las verdades.

Hasta aquí mi opinión, los espero en este espacio, el próximo viernes.