Con bardas, no hay paraíso

Juan Carlos Rojo Carrascal
17 junio 2024

La caída del muro de Berlín, en noviembre de 1989, ha sido la más simbólicas de las fronteras derribadas en el mundo. Este hecho unió familias que por décadas estuvieron separadas. Lejos de aprender el poco beneficio que las fronteras nos ofrecen a la humanidad, seguimos construyendo más bardas, rejas y alambrados mientras, paralelamente, hacemos menos puentes, plazas y caminos de comunicación. Algo similar ocurre también dentro de las ciudades. Las bardas y las divisiones proliferan y fragmentan cada vez más las urbes.

La calle donde vivo hace más de veinte años, por ejemplo, tiene una absurda barda que la atraviesa para dividir dos colonias (Villas del Río y Bosques del Río) algo que no debería suceder, una barda que impide a muchos vecinos gozar de un parque cercano o llegar con facilidad al río. También limita el camino a los jóvenes para ir andando a la escuela. Eso se repite infinidad de veces en muchos partes de la ciudad donde se separa continuamente a sus habitantes y se impide promover la caminabilidad y la socialización entre la gente; además de limitar la autonomía de los niños y de las personas mayores.

En Culiacán podría contar infinidad de “fronteras urbanas” que se han construido sin sentido. La reja que rodea Catedral es un ejemplo que hasta la fecha lo único que ha generado es más espacio de inseguridad. La kilométrica cerca que rodea el Parque Culiacán 87 solo ha servido para limitar el acceso a mucha gente que vive cerca de este lugar que para llegar caminando ahora tienen que hacer rodeos o encontrar aquellas “entradas clandestinas” que afortunadamente han surgido por necesidad pública.

En los hogares, es común construir una barda al frente de sus casas para tener “mayor seguridad” y lo único que se logra es generar mayor inseguridad en la calle. Jane Jacobs siempre dijo que la mejor vigilancia del espacio público serán los ojos de los vecinos. Hacer fachadas “transparentes” con rejas o setos, que permitan a la gente ver al exterior desde sus casas generará siempre barrios más seguros. Cuando las fachadas se convierten en bardas continuas con herméticos portones que “divorcian” lo privado de lo público, se pierden valiosos vínculos sociales entre vecinos.

Otro ejemplo que me toca experimentar constantemente es la ruta que acostumbro a usar en bicicleta desde Villas del Río a Ciudad Universitaria. Me gusta cruzar la colonia Recursos Hidráulicos, llego rápido al bulevar José Limón, aunque antes requiero cruzar la vía del tren y un estrecho puente -que pocos conocen- que salva el arroyo pluvial que viene del Mercado de Infonavit. Este puente no llega a nivel del otro lado y se debe escalar una incómoda escalera que frecuenta mucha gente que sale de esta colonia para utilizar el transporte público en José Limón.

Un ejemplo interesante es el llamado Distrito Tec en Monterrey donde con el lema “el lugar donde se vive el poder de los encuentros”. Las autoridades del Tecnológico de Monterrey lo primero que hicieron fue retirar las rejas que delimitaban el campus e impulsar el desarrollo de espacios de convivencia entre universitarios y vecinos del barrio. Algo que podría suceder en Ciudad Universitaria en Culiacán donde la barda perimetral solo provoca aglutinamientos en las entradas que afortunadamente siguen siendo totalmente públicas. ¿Por qué no pensar en un proyecto que unifique todo el campus de CU con la gran manzana del Jardín Botánico y Parque Ecológico? Una calle que una y no una que divida como actualmente sucede.

En otro ámbito, también existen divisiones que rompen corredores biológicos importantes. Una calle, una barda o una reja puede significar la fractura de un ciclo de vida de muchos animales silvestres. Todos esos animales que amanecen atropellados en las calles son evidencia de ello. Incluso nos separa a los humanos del goce de lugares con riquezas naturales. El parque más cercano de mi casa, por ejemplo, lo tengo a setenta metros. De ahí el río Culiacán está a otros setenta metros, pero la barda que rodea al parque nos impide llegar al río que, para visitarlo, debo hacer un rodeo mínimo de medio kilómetro. Como esto, existen muchos ejemplos en la ciudad. Bardas, rejas, canales, arroyos que impiden la importante conectividad urbana.

Los fraccionamientos privados son otro absurdo urbano que cada vez más prolifera con el argumento de que ahí se “vive más seguro”. Conozco muchos casos de gente que se fue a vivir a estos lugares y terminaron siendo vecinos de quienes antes se cuidaban. Vivir en una privada no garantiza seguridad y mucho menos tranquilidad. La gran barda del conjunto La Primavera no me parece que sea un factor que agrega seguridad a quienes viven dentro de ella.

Los seres humanos vivimos dividiéndonos. Se construyen rejas para delimitar parques públicos antes de sembrar árboles o trazar caminos en ellos. Ahora que proliferan los fraccionamientos campestres y la gente quiere vivir en el campo, lo primero que hacen en sus lotes es rodearlos de bardas y anular el contacto con la naturaleza que les rodea. Somos una especie que vive en sociedad, pero a la vez vivimos con permanente desconfianza hacia nuestros semejantes. Es una extraña condición de vida.

Finalmente, no quiero dejar de mencionar otra mítica frontera como lo fue la gran muralla China. Se calculan más de 20 mil kilómetros de una faraónica construcción sobre las montañas que alguna vez fue símbolo de protección y en la actualidad es atractor de millones de turistas, luego de ser reconocida como patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Miles de kilómetros de esta milenaria frontera han desaparecido, cubiertos por la naturaleza y en algunos casos, sus materiales han servido para construir viviendas y caminos, que considero, es la mejor forma de aprovechar fronteras.

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