Comprendiendo las heridas emocionales

Óscar García
15 enero 2021

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Primera salida de viaje con mi compañero de aventuras, “mi mosquetero”, después de nueve meses instalados en home office y distanciamiento físico intencionado. Él, muy emocionado por esos 40 kilómetros más allá de sus diarios paseos maleconeros y su nueva “responsabilidad” de servicio de compras y entregas a domicilio.

Inimaginable que algo tan común antes de marzo 2020 genere hoy una gran fiesta emocional positiva, aún cuando las reglas de viaje son muy claras y para muchos de nosotros son poco satisfactorias: usarás careta y cubrebocas todo el tiempo y no puedes abrazar a nadie, por mencionar algunas. Nada cambió su emotividad.

Para poder valorar todavía más este tipo de comportamientos positivos, previo a nuestra salida extraordinaria llega la lección en forma de la llamada telefónica de una mamá altamente angustiada pues su hija la amenaza con irse de la casa. La joven de 17 años diseñó este heroico acto para “castigar” con su ausencia a la madre, por no pagarle un viaje al extranjero y así asistir a la fiesta de cumpleaños de su mejor amiga.

Después de una conversación llena de preguntas poderosas me impactó el resumen de aprendizajes de la madre:

- Desde la separación familiar (divorcio), hemos cumplido todos sus “caprichos” para curar sus posibles heridas emocionales.

- Estoy segura de que su padre va a ceder ante la presión, pero yo no puedo seguir ese juego de dar todo y no exigir nada.

- Mi “niña” no sabe agradecer, nada es suficiente para que ella se sienta bien, siempre quiere más.

Cierro la conversación ante la presión de mi mosquetero y su emoción por el viaje. No puedo negarlo, quedé un poco enganchado buscando resolver en qué momento los padres de familia empoderamos a nuestros hijos para que puedan sanar sus heridas emocionales.

Sí, lo dije intencionadamente: que ellos puedan sanar sus propias heridas emocionales, aceptando que en algún momento todos hemos experimentado situaciones que nos han hecho sentir mal, que hemos interpretado erróneamente y no tuvimos las competencias emocionales para hacer un manejo correcto.

Debo reconocer que el incremento de jóvenes que presentan el mismo comportamiento de la joven de 17 años es cada vez mayor. Más sorprendente es cómo permitimos que nos exijan y exijan, pero ellos no se activan a producir un peso, solo estiran la mano, diría mi madre.

Soy un convencido de que sanar heridas emocionales no es tarea sencilla, dado que nos reta a retomar experiencias vividas que fueron muy dolorosas para nosotros. Un gran paso es aceptar que experimentamos emociones no deseadas, aunque no sea alentador; el hecho de volver a sentir las emociones negativas es un paso imprescindible si deseamos deshacernos definitivamente de dichas heridas. No podemos evitar el afrontar con nosotros mismos, la huida emocional (evadir) no es el camino.

Esta es una decisión muy valiente que permite, a quien decide llevarla adelante, borrar los lamentos y quejas del pasado que como duendes rumiantes actúan en nuestro cerebro racional y condicionan nuestra vida en bienestar. Los expertos en comportamiento humano señalan cómo quienes deciden afrontar este proceso se liberan de una carga emocional negativa, para recuperar la fuerza energética positiva que ayuda a transitar la vida de una manera muchos más alegre, serena y cordial.

La pregunta poderosa de mi ingenuo compañero de viaje es: “Papá, ¿cómo saber si tengo heridas emocionales?”. Traté de explicarle con la verdad, pero muy ligero en conceptos:

Siempre que reaccionamos con miedo, evadimos y nos ponemos agresivos fácilmente, vale la pena reflexionar qué nos pone en esa emocionalidad. Dicha reacción seguramente sea la respuesta defensiva que provoca nuestro inconsciente como respuesta a una herida emocional interna.

Otra manifestación evidente de heridas emocionales son los síntomas físicos que nuestro cuerpo produce ante algunas situaciones: angustia, contracción corporal, sudoración, temblor, paralización.

Y para mí, la más clara evidencia es la rumiación mental negativa. Significa un gran avance reconocer cuándo se activa y en qué tipo de situaciones.

Mi mosquetero me ubica rápido: ¿Qué es rumiación? Me llevó unos minutos estructurar la respuesta y hacerla simple, es cuando ponemos nuestra atención en algo real o imaginario pero que nos produce estrés o nos hace sentir muy mal.

Le puse un ejemplo: imagínate que todo el día estés pensando que no te voy a dar de comer y eso te pone muy triste. En el fondo tú sabes que sí te voy a dar de comer, pero sin querer queriendo tus pensamientos siguen diciéndote que yo no te voy a dar. ¿Cómo te pone eso? “Papá, pero eso es una broma. Tú diario me das desayuno, comida, cena y sorpresitas”. ¿Y qué me dices después de comer?: “Gracias, la comida estuvo de 10”,” Eres el mejor papá”.

Su agradecimiento y actitud positiva ponen fin a mi rumiación sobre las heridas emocionales y concentrarme en disfrutar del viaje común, que hoy resulta extraordinario. Buscando cerrar conversación le digo: “Estimado Óscar Alfredo García, su coach le quiere decir que usted, en este momento, no presenta heridas emocionales”. Su sonrisa gigante y un gracias me desenganchan de mi propia emocionalidad.

Para los que están pensando en mi diagnóstico rápido: es enorme la diferencia entre alguien que disfruta y agradece y otros para los que nada es suficiente.

Con ustedes mis seguidores comparto la importancia de estar continuamente preparándonos para caminar juntos y lo más sanos posibles por esta vida. Nos seguimos en mi página @LicOscarGarciaCoach.