¿Cómo enfrentar la resistencia a la transición energética? Lecciones de la abolición de la esclavitud

Éthos Innovación
26 octubre 2024

El principal sector responsable de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) es el energético: representa alrededor de tres cuartos de las emisiones actuales. La llamada “transición energética” plantea un escenario en el cual dejaríamos de utilizar combustibles fósiles y generadores de GEI para utilizar en gran medida energías renovables (basadas en la energía solar, eólica, hidráulica y geotérmica, principalmente). La economía y la actividad humana se basan en su gran mayoría en el consumo energético, y se prevé un consumo a la alza a nivel mundial, en línea con el crecimiento económico y poblacional.

El tamaño de este reto y de las transformaciones que requiere en nuestras formas de producir y consumir nos dejan abrumados, por no decir francamente escépticos. El acuerdo de París establece la meta de no rebasar un aumento de temperatura mayor a 1.5 grados centígrados comparado con los niveles preindustriales, lo que equivale a reducir las emisiones en 45 por ciento de aquí a 2030 y llegar a cero emisiones para 2050. Esa meta parece difícil de alcanzar, dadas las tendencias actuales de los países y las implicaciones en términos de modificaciones a nuestras formas de vida.

La resistencia para cambiar el rumbo responde a la falta de un plan coherente y creíble para financiar dicha transición. Abandonar una fuente de energía barata y sustituirla por una más costosa, pero sustentable, representa un inconveniente mayor para cualquier agente económico y, por lo tanto, una barrera para cualquier plan de transición. En este sentido, no debe sorprendernos que la tendencia actual no sea la de una disminución paulatina en la emisión de GEI a nivel global, sino más bien lo contrario: un reporte reciente de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático indica que, según los escenarios actuales, las emisiones, en vez de disminuir, habrán crecido 10 por ciento de aquí a 2030 (CMNUCC, 2021).

Todo ello se cristaliza en el conocido conflicto entre la necesidad imperante de combatir el cambio climático y la presión en el sentido opuesto ejercida por la maquinaria económica. En resumen, el problema que se plantea ante todos los gobiernos y agentes económicos es cómo llevar a cabo una transición de un modo de producción que descansa estratégicamente en un insumo barato, pero insostenible (combustibles fósiles), hacia un esquema de producción económica sustentable que no dependa más de este.

Ahora bien, ¿existe alguna experiencia en la historia que ilustre una transición en el esquema de producción económica de esta naturaleza y a esta escala? No como tal, pero sí existe un antecedente cercano. Se trata de la transición que tuvo lugar en el imperio británico a finales del Siglo 18 y principios del 19 de un esquema de producción de riqueza que descansaba prominentemente en la explotación de trabajo esclavo hacia un esquema de producción industrial.

En 1700, el 80 por ciento de la captación de riqueza del imperio británico era exclusivamente resultado de su actividad comercial con el resto de Europa; para 1800, un siglo después, 60 por ciento de este comercio tenía lugar entre Inglaterra, África y América, y descansaba en el control comercial de bienes y servicios producidos por mano de obra esclava (principalmente, productos agrícolas con un altísimo valor comercial en la época). Para finales del Siglo 18, Inglaterra controlaba más del 80 por ciento del mercado de esclavos y los embarques transatlánticos de los mismos; también era dueña de la mayoría de las plantaciones en las colonias, cuya producción dependía de sus esclavos.

Si bien en la misma época creció un vigoroso movimiento abolicionista, se enfrentó a una poderosa resistencia por parte del poder económico, dado el freno que implicaba para el importante impulso económico que el trabajo esclavo había dado a la economía del imperio británico. Fue hasta 1833 que el parlamento prohibió de manera terminante el uso de mano de obra esclava en cualquier parte del imperio y la subsequente abolición de la esclavitud. Sin embargo, y este es un punto central en este análisis, el abandono de una fuente de riqueza como la producción económica dependiente de trabajo esclavo no fue el resultado de una simple prohibición legal: la ley de 1833 vino acompañada de uno de los esquemas de compensación financiera más grandes que ha habido en la historia.

Específicamente, el Gobierno británico preparó un programa de compensación por 20 millones de libras esterlinas de aquella época para resarcir las pérdidas económicas que habrían de sufrir todos los propietarios de esclavos al verse obligados a abandonar este sistema de producción, suma que en términos actuales corresponde a 3 mil millones de libras o 4 mil millones de dólares (el pago de esta deuda contraída por el Gobierno británico entonces, no acabó de pagarse sino hasta 2015). Para dimensionar mejor este monto, basta mencionar que esta cantidad representó en aquel momento el 40 por ciento del presupuesto de ingresos del equivalente del Ministerio de Hacienda británico.

El profundo impacto que este programa de compensación tuvo sobre la transición en el esquema de producción económica del imperio británico ha sido ampliamente estudiado en los últimos años. En particular, el Centro de Estudios sobre el Legado del Esclavismo Británico de la Universidad de Londres (Centre for the Study of the Legacy The British Slavery, University College) ha documentado el impulso decisivo que este programa tuvo sobre el subsecuente desarrollo de la revolución industrial y ha catalogado detalladamente al enorme número de empresas, firmas financieras, industrias actuales, y fortunas personales cuyos fundadores fueron beneficiarios directos de aquel programa de compensación. En otras palabras, si bien este impulso financiero no fue la causa de la revolución industrial, si imprimió un impulso decisivo en el proceso masivo de industrialización que tuvo lugar en todo el imperio británico a inicios del Siglo 19.

Toda proporción guardada, el problema de la abolición de la esclavitud de inicios del Siglo 19 y la actual crisis climática comparten una problemática similar: la necesidad de forzar una transición de un modelo de producción económica basado en un “insumo” de naturaleza crítica pero insostenible (trabajo esclavo en el Siglo 18 por un lado, y combustibles fósiles en el Siglo 21 por el otro), hacia un esquema de producción económica que no dependa más de dicho insumo. Es por esto que la experiencia histórica del entonces imperio británico para promover esta transición tiene mucha relevancia en el marco de la tan deseada transición energética actual: ¿cómo promover el abandono de los combustibles fósiles como una fuente de energía central en el esquema de producción económica actual sin, al mismo tiempo, desencadenar una catastrófica regresión económica?

Si fuéramos a tomar como modelo la estrategia del imperio británico, esto equivaldría a imponer una “abolición” terminante sobre el consumo de combustibles fósiles en combinación con un programa masivo de compensación financiera (hacia todos los agentes económicos) por el abandono de energía dependiente de combustibles fósiles. Cabe subrayar aquí que el gobierno británico a principios del Siglo 19 no se vio obligado a suministrar un programa de economía alternativa, sino que fue la propia iniciativa privada, impulsada por aquel importante subsidio, la que se encargó de buscar soluciones vía la industrialización. Regresando a la crisis actual, equivaldría a compensar a los agentes económicos para que dejasen de utilizar combustibles fósiles, apostando a que las soluciones para la transición a un nuevo modelo económico fueran impulsadas por ellos mismos.

Ahora bien, existen limitaciones evidentes al paralelo histórico que aquí se está planteando. Si bien el impacto de la economia de la esclavitud fue sin duda enorme y contribuyó con todos los niveles de actividad económica en el Siglo 18, los combustibles fósiles en el Siglo 21 alimentan e impactan absolutamente todas las cadenas de valor existentes. Esto, sumado a la mayor diversidad y escala de actividades económicas en el Siglo 21, implicaría que un programa de compensación de sustitución de fuentes de energía tendría que ser de un orden de magnitud superior al que se implementó en el imperio británico a principios del Siglo 19.

Un segundo elemento a tomar en consideración es el hecho de que desde finales del Siglo 18, gracias al desarrollo de las máquinas de vapor, ya se venía configurando un esquema de producción capaz de reemplazar con creces la producción económica basada en la explotación de esclavos. En la situación actual no queda claro en qué medida las fuentes renovables de energía hasta ahora identificadas tendrían el potencial de reemplazar los niveles existentes de consumo energéticos necesarios para mantener la actividad económica actual -no digamos ya superarla-.

Aun tomando en cuenta estas importantes reservas, y dada la urgencia que el combate al cambio climático impone a la necesidad de una radical transición energética y su correspondiente impacto económico, la experiencia histórica de la abolición de la esclavitud nos proporciona claves importantes para la actuación de los estados nacionales ante una emergencia de escala mundial que no admite más ser ignorada: el cambio climático y sus catastróficas consecuencias.

Los autores son Laure Delalande (@lauredelalande), directora de Inclusión y Desarrollo Sostenible en Ethos Innovación en Políticas Públicas (@EthosInnovacion), y Humberto Gutiérrez, investigador en Ciencias Médicas del Instituto Nacional de Medicina Genómica.

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