Comes helado y te atacan los tiburones
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La correlación ha tenido un papel preponderante en nuestro afán milenario de encontrar conocimiento. Es básicamente la primera parte del método científico moderno: observar y proponer una hipótesis, a partir de hechos relacionados. Sin embargo, con las técnicas y las tecnologías limitadas con las que hemos contado a lo largo de la historia, la correlación por sí sola, ha dado muchos “falsos positivos” así como fecundado la natural imaginación del hombre para encontrar explicaciones: así por ejemplo el desarrollo de la astrología.
Correlación y causalidad están interrelacionadas; la segunda no se puede dar sin la primera, pero el problema es cuando tomamos sólo la primera para analizar nuestras observaciones. Hay correlaciones que pueden ser accidentales, o bien que apliquen en una muestra pequeña, pero cambien en una más grande. Por ejemplo, si tenemos una pila de datos que indican que cuando la gente compra más helado, también aumentan los ataques de tiburones, sería ciertamente muy exótico llegar a la conclusión de que una causa la otra. Este es un ejemplo extremo del error más común en la investigación antigua: la falta de datos intermedios, que son los que relacionan un hecho con el otro; en este caso que es la estación del verano la que causa ambas ocurrencias, pero muchas veces son elementos que requieren de mucho y muy paciente trabajo para poder ser detectados.
No todas las ciencias tienen relaciones de causalidad iguales en los hechos que estudian. Por ejemplo, el estudio de sistemas mecánicos o eléctricos, a nivel digamos de la “experiencia diaria” tienen muy altos niveles de confiablidad causa-efecto, si bien hemos descubierto que al estudiarlos a nivel cuántico no tienen ese mismo grado de previsibilidad y deben ser manejados más bien con probabilidades de ocurrencia.
Pero hay otra ciencia que sí nos interesa mucho a nivel humano y que también es cuestión de probabilidades: la medicina. Hay un axioma que dice que: “Cada organismo responde de forma diferente a un mismo estímulo”. Una manera de verlo es cómo dos personas pueden reaccionar de forma diferente a ingerir una botella de whisky. Por ejemplo, se ha descubierto que el cantante de rock Ozzy Osborne posee un par de mutaciones poco comunes que hacen que su cuerpo produzca más dopamina de lo normal, y que pueda metabolizar alcohol a velocidades inusuales. Alguien más que hubiera seguido su estilo de vida ya estaría cinco metros bajo tierra, y él ahí sigue.
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El autor es académico ExaTec y asesor de negocios internacionales radicado en China