Cogitación existencial
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El ser humano no puede eximirse del pensar y, mucho menos, del profundizar sobre sí mismo, su razón de ser, el sentido de su vida y el futuro que le aguarda tras las indescifrables bambalinas del tiempo.
René Descartes universalizó una fórmula metódica que fundamentó en el pensamiento como indicativo de la propia existencia: “Cogito ergo sum” (pienso luego existo). Muchos siglos después, Jean Paul Sartre, anteponiendo la existencia a la esencia, invirtió la fórmula: “Existo, luego pienso”.
La certeza indubitable de Descartes ha sido parafraseada de muchas maneras; por ejemplo, Adela Cortina dijo: “Consumo...luego existo”, porque, resaltó, vivimos en una sociedad consumista: “Una sociedad consumista es aquella en la que las gentes consumen bienes fundamentalmente superfluos... y en la que, además, la gente cifra su éxito y su felicidad en ese consumo”.
En el libro De la estupidez a la locura, Umberto Eco ofreció una actualización de la fórmula cartesiana: “tuiteo ergo sum”, porque se trata de una cogitación inexistente:
“La irrelevancia de las opiniones expresadas en Twitter es que habla todo el mundo, y entre este todo el mundo hay quien tiene fe en las apariciones de la Virgen de Medjugorje, quien va al quiromante, quien está convencido de que el 11 de septiembre fue una trama judía y quien cree en Dan Brown”.
Agregó: “Twitter es como el bar Sport de cualquier pueblo o suburbio... Sin embargo, todo se acaba aquí, las charlas de bar nunca han cambiado la política internacional”.
El sacerdote milanés, Ángelo Majo, en su libro: Elogio de la amistad, expresó: “La verdadera “cogitación” existencial no es el “yo pienso” -escribe Mounier- sino el “yo comunico”, el “yo amo”, ´por lo cual encuentro la felicidad inclusive en el sacrificio de mí mismo, en el perderme”.
¿Cogito existencialmente? ¿Amo, luego soy?