Ciudadanos al rescate de Culiacán. Diez días después, el valor triunfó

Alejandro Sicairos
29 octubre 2019

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alexsicairos@hotmail.com

 

Conozco a César Hernández, el periodista-artista-activista que diseñó el emblema del movimiento “Culiacán Valiente”, con el hombre que intenta levantarse sosteniendo en la espalda un corazón enorme. Siento que él anticipó el viacrucis cívico del domingo cuando fuimos cargando todos en hombros a la ciudad entera para reposicionarla en el nicho de la dignidad, el sitial de honor del que nunca más deben alejarla los minoritarios segmentos violentos que toman fuerzas de la apatía social y gobiernos ineficientes.

También le he dado seguimiento a la labor que realizan jóvenes como Alberto Kousuke de la Herrán, Jorge Miller, Héctor R. González, Mayela Lara, Octavio Torróntegui y Esteban García, cuyos nombres menciono como un acto de reconocimiento, aun sabiendo que al no incluir a muchos otros hay la injusticia implícita de las omisiones. Ninguno de estos, sin embargo, quiere ni busca el protagonismo.

César Hernández realizó una fusión gráfica y emotiva de dos cartas de la lotería mexicana: el mundo y corazón. Al globo terráqueo lo sustituyó por el corazón que, con todo y flecha que lo atraviesa, simboliza al Culiacán herido llevado a cuestas por ciudadanos que incapaces de arrodillarse ante la barbarie tampoco permitirán que la capital sinaloense se hinque frente a sus verdugos.

Qué bien se siente, pero que pesada es a la vez, la responsabilidad de la gente al dar la cara cuando los gobernantes optan por esconderla. Décadas de lucha social, de empujar el desarrollo democrático, de exigir a todo pulmón que la legalidad se instale por encima de la bestialidad, de apostarle casi todo a la esperanza, y llegar al punto actual en el que la participación cívica regresa al lugar donde comenzó todo.
Culiacán fijó en la memoria histórica la página oprobiosa del narcositio y los rehenes inocentes, sin que alguien pueda darle vuelta y abrir la siguiente cuartilla en blanco para que los facinerosos agreguen otro capítulo de poder de sus huestes y humillación del gobierno. La consternación, todavía viva 10 días después, licuó las diferencias y nos metió a todos en la misma botella lanzada a los tres ríos con la correspondiente solicitud de auxilio.

La marcha estuvo al nivel de las expectativas trazadas, teniendo conciencia plana de los alcances y limitantes de la protesta social en culiacanenses que asisten por miles a estadios, centros comerciales, ferias y mitines políticos, pero caen en abulia injustificable cuando se trata de hacer destino común. No obstante, la columna humana que recorrió desde el estadio de Dorados a la asta bandera monumental cumplió con la misión de mostrar ante México y el mundo la convicción pacificadora de los sinaloenses.

La voluntad colectiva a favor de la paz verdadera movilizó las fibras más íntimas de quienes vimos a Culiacán convertido en gigantesca pira urbana, el rastro indestructible que quedará en la memoria de jóvenes y niños como testimonio de una ciudad, Estado y País en llamas, que es la herencia que ellos no deberían recibir. ¿Qué hicimos con los sueños y fantasías de las generaciones venideras?

Niños que no quisieron nacer con la abominación de la delincuencia apuntándoles con las armas, mujeres tercas en expulsar de sus casas el miedo que deriva de la inseguridad, líderes sociales que a diario arriesgan la vida precisamente para salvar la de los demás y familias enteras castigando al pavimento como escarmiento a los políticos ineficaces, recriminaron a todos las apatías colectivas que nos pueden explicar con claridad cómo es que llegamos hasta aquí. Fue la marcha en la cual todos debimos mirarnos a los ojos para certificar el compromiso de mantener a Culiacán siempre de pie.

Más allá de dirimir si fueron pocos o muchos, lo fundamental es que hubo los arrestos necesarios para expresar los sentimientos de esa gran potencia social que quiere ser la que tome el timón de Sinaloa. Así, sin los arsenales bélicos, ni el terror paralizante, levantar banderas blancas y unir a los pacíficos en la cruzada por la legalidad, gobernabilidad, respeto y el derecho a la vida. Enfrentar la realidad cruel mediante la acción civil que desde la postura serena intenta señalar las salidas de emergencia.

Tal y como lo delira el hombre que carga en el lomo el inmenso corazón humano, el emblema del movimiento que desde los jóvenes nos puso a marchar el 27 de octubre, sin tropezarnos de nuevo con los fantasmas que impiden cohesionarnos y avanzar con valentía en la ruta que como culiacanenses definamos.


Reverso

Luego del averno de octubre,
Tuvimos al décimo día,
Aquella fuerza que redescubre,
Nuestra pacífica valentía.


El otro Jesús Estrada

No era el único político que asistió ni el único que podía robar reflectores, pero el Alcalde de Culiacán, Jesús Estrada Ferreiro, se empecinó en acudir a la marcha “Culiacán Valiente”, pese a que se le aclaró que se trataba de una manifestación ciudadana. Fue como un culiacanense cualquiera y se comportó a la altura, delatando que muy al fondo sí tiene un lado positivo capaz de generar empatía con causas sociales de primer orden. ¿Y si lo tiene por qué no lo saca a relucir más de seguido?