¿China o Estados Unidos?
En los últimos meses, hemos visto un creciente interés por China en México. Varios anuncios recientes de inversión proveniente de ese país en México lo han dejado claro: MG Motor, BYD y DFAC (empresas chinas del sector automotriz) anunciaron este año planes de abrir plantas en el País.
Ante este interés, surge una pregunta crucial: ¿hasta qué punto es prudente basar nuestra estrategia de atracción de inversiones en un país cuya presencia genera preocupación constante en nuestro principal socio comercial?
Tratándose de China, Estados Unidos tiene una postura muy clara: desde 2018 ha buscado desvincularse gradualmente de esa economía, debido a preocupaciones sobre seguridad, geopolítica y prácticas comerciales. La estrategia ha funcionado en cierta medida, ya que en cinco años la participación de China en las importaciones estadounidenses pasó de 18 a 13 por ciento. Las autoridades y empresas estadounidenses han expresado en repetidas ocasiones su inquietud respecto a la participación china en productos fabricados en México que terminan en su mercado, así como el riesgo de una triangulación que permita a China evadir aranceles y restricciones comerciales.
México es, por sí mismo, un destino atractivo para la inversión extranjera en el sector automotriz. Somos un país con vocación y fortaleza en el sector y 32 por ciento de nuestras exportaciones son de productos automotrices. Además, tenemos uno de los mercados globales más grandes, con una población de casi 130 millones de personas.
Sin embargo, la cercanía con Estados Unidos y la facilidad que el T-MEC otorga para exportar hacia ese mercado son factores determinantes para la entrada de inversiones extranjeras. Esa cercanía se refleja en las cifras: 83 por ciento de las exportaciones mexicanas se dirigen a ese país, 41 por ciento de lo que importamos proviene del mismo y 43 por ciento de la Inversión Extranjera Directa total que México ha recibido en los últimos cinco años ha sido estadounidense.
Fomentar una integración más estrecha con China en ciertos sectores es delicado, especialmente cuando, para bien o para mal, las tendencias mundiales se están enfocando en fortalecer la integración regional de las cadenas de suministro en vez de mantener una economía con cadenas de valor dispersas alrededor del mundo.
Un rompimiento total con su economía y sus cadenas de suministro resulta, en la práctica, imposible. La dependencia de insumos y productos chinos, tanto intermedios como finales, es profunda y compleja. Pero para México, la proximidad geográfica y comercial con Estados Unidos hace que cualquier movimiento hacia mayor integración con China deba ser evaluado cuidadosamente, considerando no solo los beneficios económicos inmediatos, sino también las posibles implicaciones en nuestra relación con América del Norte.
No se trata de cortar lazos con China ni de cerrar las puertas a su inversión; las relaciones comerciales con otros países aportan beneficios, como el intercambio de conocimientos, que no se deben perder de vista. Pero hay que ser selectivos. En sectores como el automotriz, el electrónico y el de metales como el acero o el cobre, la participación china tiene un alto potencial para generar fricciones con Estados Unidos. En estos casos, hay que analizar si conviene aumentar esa integración o si es mejor diversificar nuestras alianzas con regiones que generen menos tensiones comerciales.
Al final del día, lo ideal es siempre ser estratégicos en nuestras alianzas económicas. Pero cuando se trata de China, hay que serlo más, buscando aprovechar las oportunidades sin perder de vista la importancia de fortalecer nuestras relaciones más cercanas.
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La autora es Ana Bertha Gutiérrez (@AnaBerthaGtz), coordinadora de Comercio Exterior y Mercado Laboral.
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