Censura en (las) Bellas Artes
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Sinembargo.MX
La semana pasada dediqué mi columna a reflexionar sobre el performance del grupo chileno Las Tesis, “Un violador en tu camino”, en el fenómeno de su viralización mundial, tratando de explicar su potencia comunicativa. Ya que el año está terminando, querido lector, el frío se acerca, ya en las puertas del 2020, me pregunto qué se podría decir de este año.
Ha sido un año muy movido, con algunos logros y muchas decepciones. Yo me encuentro en el lugar de los que han vivido con amarga decepción esta nueva fase de México. ¿Qué nos espera para el año que entra?, ¿seguiremos presenciando cosas que parecerían fantasías distópicas de un gobierno izquierdista, como la promoción de una iniciativa de ley para destruir el Estado laico, el financiamiento público de la educación privada, la cacería de migrantes por militares? No lo sé, pero tristemente, parece muy probable ¿veremos exposiciones artísticas con cédulas colocadas a posteriori por inconformes, una especie de curaduría de la curaduría, es decir, una metacuraduría autoritaria, una tachadura conservadora?
Visto como metáfora, el “arreglo” al que llegó el gobierno con la familia de Zapata para censurar la obra del pintor Cháirez, México anda de parche en parche o como los cangrejos, caminando para atrás. Por simular que en la “4T” existía algo así como la libertad artística estatal, tuvieron que retroceder para acotarla, como si una parte de ese gobierno no se hubiese enterado para qué gobierno trabaja, sumida en la inercia del gobierno anterior que no se molestaba en enfatizar héroes nacionales pero tampoco en censurar sus representaciones, que “dejaba hacer” a la institución artística.
Un gobierno que ha usado, desde que llegó, la iconografía, estólida y machista, de los héroes nacionales, en toda su imagen institucional, no podía construir su propia subversión. Un balde de agua helada, otro, ha caído no solamente sobre Fabián Cháirez, sino sobre la comunidad artística entera. Obvia y escandalosamente, retirar un cartel promocional de una exposición por razones políticas, es un gesto censor. No hay que intentar dar maromas, ni maromitas, así se llama, simple y llanamente. Colocar una cédula de protesta al lado de la cédula oficial, presentando la libertad creativa como graciosa concesión del poder mientras se señala el descontento de una familia, es otra forma de censura ejercida por la institución que escogió una obra y decidió promoverla. Todo el escándalo de Bellas Artes no es otra cosa que una rectificación pública de la llamada “cuarta transformación”: un escarmiento para aquellos que creían que podían hacer crítica del poder y del imaginario, desde la propia institución. Es un mensaje muy ominoso y claro: la libertad artística existe hasta que el Presidente quiera... como antes, pues. Pero antes, mucho antes, que antes. Porque en la era neoliberal, hay que reconocérselo, el Presidente no daba instrucciones, en una conferencia de prensa, a la Secretaria de Cultura para que negociara con inconformes la censura de una exposición. Antes, los costos de la incómoda libertad la pagaban funcionarios “atrevidos”, con sus puestos, pero no se atrevían a ir tan lejos: exhibir, impúdicamente, los resortes autoritarios sobre la libertad artística.
En México, desde siempre ha habido grupos radicales misóginos, homofóbicos, conservadores: no es una novedad. La novedad es que se haya negociado con ellos la libertad artística en el recinto más importante del País, bajo un gobierno “de izquierda”. La colocación de una cédula extra en obras artísticas es una forma de humillación pública cometida por el poder: no representa, bajo ninguna óptica, un mérito del gobierno e intentar presentarlo así significa el colmo de la deshonestidad; una burla. Su trabajo es exactamente el contrario: velar por la libertad, no negociarla. Debería ser sencillamente inadmisible. Mal harán el pintor y el curador en admitir la reescritura que señala a la obra como “inadecuada” porque es una imposición autoritaria y sienta un precedente ominoso. Esa cédula es una concesión a la censura artística y también a la homofobia: una forma de extorsión y un castigo.
Hace algunos días, sobre el mismo tema, Cuauhtémoc Medina escribía en su muro de Facebook algunas de las implicaciones de lo que ha sucedido. Una de ellas es el reforzamiento del orden patriarcal. En efecto, López Obrador no ha fungido como el Jefe del Ejecutivo (que no tendría que ocuparse de una exposición artística), sino como padre de familia que ejerce su poder sobre “su propiedad”: la autoridad que media, “generoso”, en pleitos entre hijos: da y quita, concede libertades, las restringe: nada de homosexualizar la figura de Zapata, impunemente.
Retrocesos por el regreso de la cultura presidencialista y machista: reivindicar los discursos nacionalistas revolucionarios trae consigo la reactivación de ese orden: la figura del Estado y del Padre se funden en una misma identidad. No son las instituciones, sino el hombre, literalmente, que las suplanta. Y los hombres, pues, no tienen marcos normativos, sino deseos, voluntad.
Por eso, hoy más que nunca, y en los años por venir, los miembros de la comunidad artística del País tendremos que resistir la narrativa del poder que busca la restauración de un orden simbólico que pensábamos caduco y que es esencialmente machista y autoritario, en forma y fondo. Resistir al desaliento, al avasallamiento conservador y moralizante que campea desde hace un año, y camina de la mano envejecida de Alfonso Reyes. Habrá que rechazar la moralidad que busca imponernos la Cuarta Transformación de los valores nacionalistas revolucionarios institucionalizados: la imposición de cédulas censoras y la consignación de la libertad artística como una concesión magnánima del pater-gobierno, ahí estarán nuestras batallas.
Ojalá que estemos a la altura de la regresión que padecemos antes de que la tachadura nos engulla; nos corrija los cuadros, los poemas, las obras, con la jerga ominosa de la Secretaría de Cultura. Ante la censura, siempre queda una palabra, simple y esencial, que decirle al poder: No.