Ceguera interior

Rodolfo Díaz Fonseca
22 agosto 2020

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@rodolfodiazf

 

Imaginamos triste la vida de un ciego que no puede contemplar la belleza del mundo, que no puede verse reflejado en el brillo enamorado de otros ojos, que no puede leer las luminosas notas del pentagrama de la creación.

¿Qué será más dramático, nacer ciego o perder después la vista? ¿Sufrirá más quien teniendo la capacidad de ver se enfrenta a la desgracia de privarse de este maravilloso sentido?

De acuerdo con una frase del poema “In memoriam A.H.H.”, que el poeta Alfred Tennyson escribió a raíz del fallecimiento de su amigo Arthur Henry Hallam -quien murió de una hemorragia cerebral en 1833- parecería más funesto nunca haber gozado de un don: “Es mejor haber amado y perdido que jamás haber amado”.

Jorge Luis Borges, quien se quedó ciego paulatinamente, especificó que es mucho más dramático perder la visión de manera fulminante (en unas conferencias que dio en el teatro Coliseo de Buenos Aires en junio y julio de 1977):

“Es dramático el caso de aquellos que pierden bruscamente la vista: se trata de una fulminación, de un eclipse; pero en el caso mío, ese lento crepúsculo empezó (esa lenta pérdida de la vista) cuando empecé a ver. Se ha extendido desde 1899 sin momentos dramáticos, un lento crepúsculo que duró más de medio siglo”.

Empero, nunca consideró esa pérdida una catástrofe o desdicha porque le permitió conocerse más a sí mismo, ya que la ceguera interior es peor que la exterior:

“He dicho que la ceguera es un modo de vida, un modo de vida que no es enteramente desdichado... ¿quién vive más consigo mismo? ¿Quién puede explorarse más? ¿Quién puede conocerse más a sí mismo? Según la sentencia socrática, ¿quién puede conocerse más que un ciego?

¿Me conozco a mí mismo? ¿Padezco ceguera interior?