Cautivos de la esperanza
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Puede parecer extraño el título de esta columna. ¿Cómo se puede ser cautivo de la esperanza? Se entiende que alguien sea prisionero de sus vicios, errores o miserias, pero no de la esperanza, puesto que lo único que nos regala es la libertad, aunque nos encontremos cautivos físicamente.
A nadie le gusta estar encerrado y en este tiempo de pandemia lo hemos experimentado de manera muy acre. Como lo hemos citado en otra ocasión: “aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión”.
Es cierto que poéticamente Luis Arcaraz compuso una canción titulada Prisionero del mar, pero es una afortunada metáfora. En 1957 se estrenó una película italiana titulada El gran camino azul, y en español se tradujo también como Prisionero del mar. En ella, el actor Yves Montand dice al inicio:
“Es la mejor época para la pesca, en septiembre los peces abandonan las grandes profundidades y se acercan a la costa, donde el agua todavía es tibia y los amaneceres son tiernos y dulces. Esto es el archipiélago, conozco bien todas estas islas, cada escollo, cada recodo, y el fondo del mar palmo a palmo”.
En esta época de pandemia todos nos hemos sentido desorientados. Como el pescador de la película, creíamos conocer cada recta, llano, montaña y sinuosidad del camino, pero constatamos que son muchas las situaciones que no podemos prever, manejar y controlar.
Sin embargo, no por eso debemos flaquear, desfallecer ni perder la esperanza, como profetizó Zacarías (9,11-12): “En cuanto a ti, por la sangre de tu alianza, yo soltaré a tus cautivos de la fosa en la que no hay agua. Volved a la fortaleza, cautivos de la esperanza; hoy mismo, yo lo anuncio, el doble te he de devolver”.
¿Soy cautivo de una tenaz esperanza?