Carta a Carlos Alazraki
Recurro a esta fórmula, la epistolar, en la cual eres maestro. Lo hago, en primer lugar, porque quiero dirigirme a ti, al hombre de pasiones múltiples y una gran obsesión: tu amor a México. En segundo lugar, porque hoy todos somos Carlos Alazraki.
¡Qué “aguante” de los mexicanos!, dicen con cierta admiración. Pero la tolerancia excesiva no es mérito, puede ser complicidad. Van cuatro años de agresiones en todos los frentes, como una metralleta dislocada. Nos gobierna un hombre que exhala odios, resentimientos, frustraciones. Ese bagaje pervierte a cualquiera. Odiar es fácil, el reto está en domeñar los odios, en eliminarlos de nuestra entraña. Los odios pueden conducir a la ira, no son un buen consejero. Son venganzas soterradas. Con frecuencia esas erupciones de odio apuntan a lo que desconoce. ¡En Harvard se aprende a robar! Piensa que el mundo conspira contra él, de ahí surgen los “traidores”. Lo dijo Shakespeare, odiamos aquello que tememos. Desborda temores que lo conducen. El daño a México es inenarrable.
Mandela decía que no se nace odiando. Los odios los adquirimos y hay quienes los cultivan. Por qué pelear con España, y con la Iglesia, y con las clases medias, y con las universidades, y con la ciencia, y con los periodistas y medio mundo. En parte es ignorancia. La consigna de no opinar sobre aquello que desconoces, lo llevarían a silencios muy frecuentes, justo a él que decidió apoderarse de la palabra para envenenar a un país.
Tu rebosas humor, tú ánimo no está envenenado, estás preocupado. Con ATYPICAL TE VE decidiste ampliar los espacios de libertad hoy tan amenazados. Te hubieras podido quedar cómodamente en tu exitoso espacio profesional. Pero el pasado habla. Tu familia y la mía -por otros senderos- y las de muchos otros mexicanos, (él incluido) llegaron a México a hacer patria y este país les dio la oportunidad de educarse, de prosperar, dejando atrás un mundo gris, hostil, de odios. No perdieron el tiempo en confrontaciones inútiles. Lo adviertes en tu respuesta, hoy nos duele un México con más pobres, más injusticia, miles de desaparecidos, violencia sin freno, carencia de medicinas y muertos, muchos muertos. Esa será su herencia, imposible revertir con rapidez. Él lo sabe, pero cree que sembrando más odio aglutinará a los mexicanos para perpetuarse en el poder detrás de la silla y garantizarse que le cuiden la espalda. Los líos con el narco son muy serios.
Hasta dónde han llegado los absurdos, acusar a un judío- orgulloso de serlo y miembro prominente de su comunidad- de ser “hitleriano” y compararlo con Goebbels, es ridículo y temerario. Sabrán acaso que ese personaje actuaba con los instrumentos del estado. Quizá lo ignoran. No entienden la cicatriz del holocausto. Son curiosas las imágenes que lo asaltan. Stalin, Franco, Mussolini viven en quienes los reencarnan, a ti te tocó Hitler. Un peligro. Pero no todas las reencarnaciones son malas, dice, el Che no ha muerto, nos vigila. Algo me queda claro, además de la tragedia económica y social que será su herencia, también tendremos que combatir los odios que ha sembrado. Se puede odiar sin fundamento, lo sabes muy bien. No es polarizando aún más como se debe dar esta batalla. Por el contrario, debemos conciliar.
Tendremos que retomar al mestizaje como nuestro verdadero y orgulloso origen, lo indígena, lo español y muchas otras inyecciones culturales que nos han engrandecido: la judía, la armenia, la inglesa, la alemana, la francesa. La UNAM no se explica sin ellas. Tendremos que volver a mirarnos como una nación en la que cabemos todos, sin estereotipos. ¡Qué vivan los “aspiracionistas” que buscan y generan prosperidad, vengan de donde vengan!
Lo bendices. Sabes que no soy creyente, pero me encantan tus frecuentes bendiciones. Ojalá y ésta le ayude. “No sabe lo que hace”. ¿Oh sí?
Pero coincido, por favor que “...primero... bendiga a México”. ¡Qué bien nos caería para aislar los odios!