Carnavalear la política
La potencia del Carnaval es tal que contagia cualquier otra actividad que se lleva a cabo en Mazatlán. Todo se carnavaliza en Mazatlán. No hay nada que se escape de sus mandíbulas. Todo lo engulle. Todo lo hace fiesta y oropel.
Sus reinas, los máximos símbolos de la fiesta porteña, que quizá encarnen el lugar que les ha querido dejar la cultura patriarcal, se convirtieron en un paradigma que se reproduce cientos, probablemente miles de veces, cada año en prácticamente cada colectividad donde haya mujeres. Escuelas, universidades, oficinas privadas y públicas, fábricas, comercios, cooperativas, clubes sociales y deportivos, en fin, lo que sea, elige una reina. Muchas veces su reinado dura menos tiempo de lo que la monarca utilizó para maquillarse y ponerse el vestido. Pero eso no importa. Hubo reina.
Si todo se carnavaliza en Mazatlán la política no podía ser una excepción.
Habría que hurgar en las hemerotecas y en la memoria de los más veteranos para saber cuándo se inició la carnavalización de la política porteña, cuándo se empezaron a adornar actos de campaña con globos, confeti y serpentinas, y cuándo apareció la tambora en sus mítines y manifestaciones. Seguramente desde hace varias décadas, pero al parecer lo más reciente es el desfile de carros- no alegóricos, aclaro- durante las campañas electorales o algún otro acto político. Por supuesto, los automóviles de los campañistas también se visten con globos y serpentinas, y hacen sonar con estridencia sus cláxones. Si no me equivoco todos los partidos recurren a los desfiles motorizados, por cierto, muy contaminantes, pero quien más echa mano de ellos es el PAS. Aunque numerosos conductores en los desfiles pasistas no presumen caras alegres sino más bien tediosas, quizá porque van forzados.
Quien ha elevado a su máxima expresión la carnavalización de la política, porque la ha llevado hasta el estilo de gobierno, es “El Químico” Benítez.
El discurso de Luis Guillermo Benítez Torres es muy parecido al de las reinas del Carnaval. De manera semejante a las reinas, quienes desde niñas soñaban día y noche serlo, “El Químico” soñaba “trabajar incansablemente de día y de noche para ser el mejor Alcalde que haya tenido Mazatlán”. Al igual que las reinas, “El Químico” todo lo ve bonito en Mazatlán. Creen que todo el municipio es igual que el malecón. Creen que todo se debe celebrar con desfiles carnavalescos. Bueno, si a la Semana Santa mazatleca le faltaba poco para ser Carnaval, “El Químico” ya le puso su desfile ad hoc. Y sí, “El Químico” también cree que solo el puerto es el municipio de Mazatlán porque cuando habla de promoverlo solo habla de turismo y de edificios “estilo Dubái”, y para eso hay que llenarlo de luminarias “que alumbren como si fuera de día”. Y que, además, cuesten casi 200 mil pesos cada una, como en Dubái.
“El Químico” “El Químico”, al igual que las reinas, les encanta viajar para “promover a Mazatlán”. Sin duda que las reinas lo hacen bien, pero los viajes del Alcalde a España y a Estados Unidos no han traído ni un solo avión; ni tampoco los súbitos viajes para ver peleas de box, con todo y comitiva, han demostrado traer turistas ni inversionistas. Aunque eso sí, “El Químico”, igual que las reinas, les fascina ir de compras a los malls de California y Arizona.
Así como la inmensa mayoría de los mazatlecos solo quiere ver el malecón durante el Carnaval, Benítez Torres solo ve al paseo costero porque nada más habla de “cosas bonitas” y no ve las enormes deficiencias de los servicios públicos y las carencias en gran parte del municipio.
Si un periodista o académico fuereño echara un ojo al presupuesto de Mazatlán y viera que el Instituto de Cultura gasta casi al parejo de Obras Públicas, podría decir “¡qué ciudad tan interesante, como invierte en cultura!”; pero resulta que no es para crear más bibliotecas, museos, festivales cinematográficos u orquestas juveniles sino para pagar carísimos carros carnavaleros y cantantes que cobran millonadas. El cineasta mazatleco Óscar Blancarte le dijo alguna vez a Benítez Torres que había convertido al Instituto de Cultura en “una tienda de abarrotes”. Quizá sí, pero también lo transformó en una agencia de representación de baladistas millonarios.
Pero, donde más se nota la carnavalización de la política marismeña es cuando “El Químico” se siente el rey de Mazatlán, cuando se cree un monarca que todo puede y merece porque es “amigo” del inquilino solitario de Palacio Nacional.
En el pasado reciente ha habido presidentes municipales dignísimos que dejaron un gran legado a Mazatlán, uno de ellos es José Ángel Pescador Osuna, otro Humberto Rice, pero ha habido algunos que ni para Rey Feo del Carnaval quedaban bien, como el susodicho.
Algunos dirán que solo porque Dios es grande, Mazatlán, aun embestido por corrientes turísticas desmadrosas y un desarrollo urbano caótico, se mantiene sólidamente en pie. Sin embargo, habrá que analizar bien hasta dónde llegará el auge turístico y de construcción que se ha generado desde la apertura de la maxipista que nos conectó con el centro norte y noroeste del País, e incluso por las obras quirinistas de remodelación del malecón y del Centro Histórico, pero no por lo que ha hecho “El Químico”, que se quiere colgar los blasones.
El Carnaval de Mazatlán es la fiesta popular más grande e importante de Sinaloa, pero cuando los políticos quieren imitarlo para hacer campañas y gobernar, el resultado no es más que la farsa y el oropel.