Caminar
y filosofar
Hemos dicho que el rítmico y acompasado vaivén del mar invita a filosofar. Hoy, debemos reconocer que el pasear o caminar también es actividad acorde con el filosofar.
De hecho, es natural observar a personas que prefieren pasear en solitario para dedicarse a pensar reposadamente. Es común también ver cómo muchas personas comienzan a caminar mientras hablan por celular. Sienten que de esa manera les fluyen más las ideas, a la par que ante los demás su figura cobra mayor prestigio e importancia.
A la escuela del filósofo Aristóteles se le llamó “peripatética”, porque caminaban alrededor de un patio mientras el maestro enseñaba y dialogaba con sus discípulos.
David Le Breton, en Elogio del caminar, señaló que el caminar incita al viajero a filosofar: “se ve incitado a responder a una serie de cuestiones fundamentales que desde siempre ha perseguido a la condición humana: ¿De dónde viene? ¿Adónde va? ¿Quién es? Esas preguntas eternas del viajero que el sedentario apenas se hace”. Luego, subrayó: “El caminar es a menudo un rodeo para reencontrarse con uno mismo”.
Añadió: “caminar es una apertura al mundo que invita a la humildad y al goce ávido del instante. Su ética del merodeo y la curiosidad hacen de él un instrumento ideal para la formación personal, el conocimiento del cuerpo y de todos los sentidos”.
Federico Nietzsche, en La Gaya Ciencia, afirmó: “estamos acostumbrados a pensar al aire libre, caminando, saltando, subiendo, bailando, de preferencia en montañas solitarias o a la orilla del mar, donde hasta los caminos se ponen pensativos”.
En 1925, en La serena, Gabriela Mistral precisó: “Caminar es una maravilla olvidada por este tiempo... Caminar me aviva entero el cuerpo y la mente: hay un alma de los caminadores y otra de los poltrones”.
¿Camino para filosofar?