Cambio
A lo largo de este tortuoso y fascinante sendero que es la vida, me encuentro a menudo atrapado en un dilema insondable: ansío cambiar, evolucionar, reinventarme, pero a la vez detesto la idea de ser manipulado, de ser un simple peón en las manos de los demás.
Miro mis manos, estas implacables herramientas de creación y destrucción. En un día, pueden preparar el desayuno, la comida o la cena para mi mujer y mis hijos, peinar con mis dedos la cabellera del hijo que se recuesta conmigo, o tal vez apoyar un libro que guardará dentro de mí su sabiduría. Quiero que estas manos sean las que determinen mi camino, quiero que la metamorfosis surja de mí, de mis propios anhelos y experiencias, no de las imposiciones del exterior.
Pienso en las calles que he recorrido y me han visto crecer, esas mismas que aprendí a amar y despreciar a lo largo de los años. Cada vez que el alcalde decide sobre su estructura, cambiar el sentido de alguna calle o quitar un árbol, una parte de mí se rebela. ¿Por qué debería acatar sin chistar la transformación de un lugar que también me pertenece? Aunque admito que a veces los cambios resultan ser para mejor, aún así, preferiría ser yo quien decida cambiar mis rutas, mis paradas habituales.
Me veo a mí mismo en un espejo, examinando las huellas que el tiempo ha grabado en mi rostro. Quiero cambiar, quiero madurar, pero odio la idea de que la vida, con su descarada arbitrariedad, decida por mí cómo y cuándo lo haré. Quiero ser yo quien elija cuándo permitir que las canas se adueñen de mi cabello, o cuándo mis ojos deben acoger las marcas de la risa y del llanto.
Deseo cambiar, sí, pero a mi propio ritmo y según mis propias reglas. No quiero que otros sean los escultores de mi esencia, no quiero ser una mera estatua modelada por las manos ajenas. Quiero ser yo el artista de mi propio ser, quiero ser el alfarero que moldea con cuidado y amor cada una de las facetas de mi personalidad. En cada encrucijada de mi vida, deseo ser yo quien escoja qué camino tomar y cómo transformaré mis experiencias en lecciones de vida.
Y así, atrapado en este eterno ciclo de querer cambiar y a la vez temer ser cambiado, sigo adelante. Cada día, cada hora, cada minuto, es una batalla en la que lucho por ser el autor de mi propia historia, por defender mi derecho a decidir cómo y cuándo cambiaré. Aunque a veces pueda parecer una lucha solitaria y agotadora, sé que es una batalla que vale la pena luchar. Porque al final, la vida no es más que eso: un eterno baile entre el cambio y la permanencia, entre el deseo de crecer y el miedo a perder nuestra esencia. Y en ese baile, prefiero ser yo quien elija los pasos.
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