Calakmul herido
Siempre he tenido una especial atracción por la selva. Aunque parezca un lugar inhóspito para el ser humano, considero que son los lugares óptimos para su supervivencia en condiciones naturales. Otros lugares en otras latitudes (tundras, desiertos, bosques templados) o en otras altitudes (como el altiplano o las zonas montañosas en México) hemos tenido que enfrentar las inclemencias climáticas adecuando nuestras condiciones de vida para soportarlas. Es decir, sin las construcciones climatizadas, ropa, fuego u otro tipo de energías, no habría manera de sobrevivencia.
El pasado fin de semana visité la Biósfera de Calakmul, una selva excepcional con una biodiversidad extraordinaria donde por cientos de años las comunidades mayas han sabido sostener -de una u otra forma- ese complejo equilibrio entre la actividad humana y el impacto que esta genera en el territorio que habitan. Actualmente, se está viendo amenazada esta armonía por las nuevas intervenciones en pro del “desarrollo turístico” que, definitivamente, no hace buena mancuerna con la conservación de las áreas naturales.
El propósito de mi visita fue conocer sitios arqueológicos mayas. Tuve oportunidad de visitar algunas de la zona de la región Rio Bec como Chicaná, Hormiguero y Becán, aunque la visita estelar fue la zona arqueológica de Calakmul -ya perteneciente a la región del Petén Maya- que junto con Palenque y Tikal fueron las ciudades más importantes en el Preclásico y Clásico Maya. Esta zona arqueológica tiene la distinción de Patrimonio de la Humanidad Mixto, por los valores arqueológicos y naturales que contiene, ya que se encuentra en el corazón de la Biósfera de Calakmul que es considerada la segunda masa forestal más grande de Latinoamérica, sólo detrás de la Selva del Amazonas.
Las Reservas de la Biósfera son una de las seis categorías de Áreas Naturales Protegidas. Según lo describe la SEMARNAT -basada a su vez en la definición de la UNESCO- “Las Reservas de la Biósfera son espacios que por su naturaleza se consideran adecuados para la conservación, la investigación científica y la aplicación de modelos de desarrollo sostenible con base en el trabajo de las comunidades locales”. A partir de este concepto haré énfasis en la importancia de este lugar y los evidentes riesgos que se están generando por la construcción del Tren Maya. Particularmente el tramo siete (Chetumal-Escárcega) que atraviesa una parte de esta Biósfera.
No voy a polemizar más de lo que ya se ha hecho con este proyecto. Personalmente simpatizo mil veces más con las vías del tren que con las carreteras como alternativas de comunicación y medio de transporte. Si algo ha sido letal para la fauna silvestre son los miles de kilómetros de carretera construidos en el país sin considerar sus necesidades naturales de desplazamiento en su territorio.
Solo el 11 por ciento del territorio nacional es considerado Área Natural Protegida, lo que entre otras cosas significa que solo en estos lugares la fauna silvestre goza de relativa protección y en el resto de la superficie, que es el 89 por ciento del territorio nacional, la humanidad incide y pone en riesgo continuamente a toda forma de vida silvestre. Siendo objetivos, estas proporciones debiesen estar a la inversa, pero hemos dispuesto “acorralar” los frágiles ecosistemas naturales en pequeños reductos como si fueran museos para la conservación natural.
Por todo lo anterior, la incursión del Tren Maya en la Biósfera de Calakmul es una operación quirúrgica de alto riesgo. Una herida grave. El solo paso del tren quizá no implicará tanto impacto como todo lo que conlleva el proyecto y su puesta en marcha. Actualmente se construye un “hotel ecológico” -nada modesto según aprecié- muy cerca de la zona arqueológica, en medio de la Biósfera. Esta y otras obras complementarias que se presume promoverán un incremento importante de turismo pondrán en riesgo a muchas comunidades mayas que hasta la fecha habían sabido entender y compartir la selva y sus recursos mediante una sana convivencia con el entorno que los rodea. Por lo pronto, el ritmo de la construcción y el continuo paso de vehículos pesados atravesando la selva están marcando un significativo deterioro ambiental inédito en este lugar.
Pasé dos noches en la comunidad 20 de Noviembre donde aprendí infinidad de cosas en pocas horas. Las artesanas y artesanos de este lugar muestran con orgullo sus productos y ofrecen talleres a quien quiera aprender a hacerlos. El lugar es un modelo de desarrollo sostenible. La comunidad no tiene hoteles, pero se las arreglaron estos días para albergar y alimentar a varias decenas de visitantes mexicanos, finlandeses y franceses. A partir de esta visita, nos hicieron descubrir la grandeza de lo sencillo, el valor de los entornos naturales y el orgullo de la cultura maya que aun está presente y de la cual siempre tendremos mucho que aprender.
Regresé convencido de una teoría muy personal: Las antiguas civilizaciones mayas, luego de vivir por siglos en aquellas ciudades, se retiraban de ellas para iniciar nuevos asentamientos en otras latitudes por respeto al entorno y sus ciclos naturales. Ellos sabían de límites, tal vez por eso nunca se asentaron de forma masiva sobre las costas, siempre al interior del continente. Hoy, los nuevos “colonizadores” de estas regiones -los del siglo veintiuno- no saben de límites. Pronto nuestra lacerada naturaleza nos pasará factura.
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