Benefactor
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La comunidad agraria de Corerepe fue fundada por una pléyade de personas, caracterizadas por ser de una calidad ejemplar a la hora unirse y lograr la solidaridad recíproca y el bien de sus semejantes. Este ejido sinaloense nació el 6 de agosto de 1966, para beneficio de sus miembros fundadores. Su unidad fue el santo y seña de cómo debe funcionar una comunidad agraria, con esa característica distintiva se mantuvo mientras vivieron sus fundadores, quienes pudieron resistir las peores andadas en contra de su organización y erigiéndose como un ejemplar ejido en el solar sinaloense.
Los enemigos tradicionales del agrarismo en Sinaloa nunca arriaron banderas, esperaron pacientes que falleciera su dirigente y fundador histórico, Margarito Quiñónez Escamilla, para lanzarse con todo a la destrucción del ejido. En gran medida lograron su cometido, contando con la reforma salinista realizada en 1992, al Artículo 27 de la Constitución, que privatizó las tierras ejidales y las puso en el mercado. Ese hecho se dio justamente cuando casi se había extinguido la mayoría de la generación fundadora del ejido, entonces se produjo una masiva venta de parcelas por parte de los sucesores de los antiguos ejidatarios, diezmando la superficie ejidal de manera catastrófica. Enemigos de todo género cayeron como buitres sobre el ejido. La comunidad ejidal de Corerepe es el vivo ejemplo de la tragedia del ejido mexicano, a partir de la reforma antiagraria del salinismo.
Pues bien, como decíamos al principio de este artículo, el Ejido Corerepe fue fundado por personas con una claridad excepcional del valor de la solidaridad humana en la construcción de un proyecto común, de manera que el Ejido Corerepe sobresalió, desde su fundación, por el connotado éxito de su desarrollo agrícola, por los altos rendimientos en su producción, destacándose por sus cultivos de arroz, algodón, trigo y otros. Gracias a la labor y organización de sus originarios ejidatarios, Corerepe fue reconocido por los altos rendimientos de sus cosechas por hectárea y la calidad de sus productos agrícolas. Esto se mantuvo por largo tiempo, también se distinguió por elegir a buenos dirigentes ejidales. Empezó la crisis de sus dirigentes justo con la muerte de su fundador, Margarito Quiñónez Escamilla, la debacle de ese emporio agrícola no ha parado hasta la actualidad, es notorio lo que señalamos.
Ejemplo de la grandeza de miras de los ejidatarios de Corerepe lo encarnó el ejidatario Enrique Soto Padilla, quien acaba de fallecer el 15 del presente mes. Es el último ejidatario integrante de la primera generación que formó el censo básico asentado en la resolución presidencial, que dotó al ejido de tierras en 1966. Este notable ejidatario se caracterizó, durante su larga vida, por ser una persona sumamente solidaria con sus compañeros ejidatarios, así como con las personas que llegaban al ejido en busca de trabajo; siempre se distinguió por preocuparse por las demás personas que llegaban, algunas con sus familias y niños pequeños, auxiliándoles, protegiéndoles de los terribles calores en el verano y del extremo frío en el invierno. Es legendaria y muy reconocida la preocupación solidaria de Enrique Soto Padilla y su labor como benefactor de amplios grupos de trabajadores que arribaban a la comunidad Corerepe, en busca de trabajo para subsistir con sus familias. Enrique Soto, con esos antecedentes, cuando quedó viudo y sus hijos crecieron y se dispersaron por distintos caminos de la vida, dotó a sus descendientes de una sólida formación y de valores. Enrique y su esposa, doña Manuelita Cota, formaron a sus hijos con entereza para que afrontaran la vida por su cuenta con buenas amarras.
Un día, por el año 2011, Mario, uno de sus hijos, le platicó a su progenitor Enrique Soto Padilla, la idea que tenía de fundar un Centro Comunitario en el ejido y le propuso construirlo en el solar de la casa paterna. Le preguntó a Enrique, su padre, si estaría dispuesto a ceder su solar para dicho proyecto. Enrique Soto Padilla contestó, al instante, que aceptaba con mucho gusto la proposición y que a partir de ese momento les hacía entrega de su solar, para que se desarrollara esa noble idea. Así nació el Centro Comunitario de Corerepe, que en junio de este año cumple su décimo aniversario de su fundación, y que se ha convertido en un referente cultural y deportivo en el Ejido de Corerepe y pueblos circunvecinos de Guasave y Sinaloa entero. Un centro cultural de mucha trascendencia, ojalá y su ejemplo cunda y más centros culturales comunitarios, como el Centro Comunitario de Corerepe, surjan en bien de la juventud, y que sus ejemplares tareas culturales permeen a muchas comunidades en el estado.
Enrique Soto Padilla, estoy seguro, por su apasionada entrega durante su larga y fructífera vida, por la obra solidaria que realizó, fue recibido, en el cielo, con aplausos por sus compañeros ejidatarios que se le adelantaron en el camino. Sus familiares, sus compañeros ejidatarios y amigos que lo acompañaron a su última morada, lo despidieron con emocionadas vivas y aplausos salidos del corazón, en reconocimiento eterno.