Benditas fotos delatoras
Las fotos son muy potentes, hablan por sí solas y después de la imagen no hay más que agregar, ni como justificar y menos intentar desviar el tema hacia otra cosa. Eso pasó con la foto del agente del Instituto Nacional de Migración en Tapachula que prácticamente aplastaba la cabeza de un migrante haitiano, lo que movilizó múltiples voces contra la gestión migratoria del Gobierno mexicano. Después, la foto de un agente del servicio de migración de Estados Unidos que perseguía con un lazo a un migrante haitiano levantó la indignación en la opinión pública de ese país y luego la reacción en el mundo entero, con lo que no hubo forma de contener el impacto político.
Esto explica que actualmente solo un 35 por ciento de los estadounidenses aprueben la manera como Biden está llevando el tema migratorio cuando apenas hace un mes 43 por ciento lo apoyaba. Sin duda esto también explica el impacto en la aprobación global del Presidente estadounidense que cuenta con un 60 por ciento de apoyo, la más baja de cualquier Presidente estadounidense a estas alturas de su mandato. Las alarmas se encienden para los demócratas si quieren conservar el Congreso el siguiente periodo electoral del 2022, pero el dilema es enorme. ¿Hacer caso a las fuerzas progresistas que apuntan por una política migratoria más humanitaria que permita una mayor recepción de personas, sobre todo las que buscan asilo y que las leyes supuestamente deberían acoger? O ¿tratar de bajarle el perfil a la presencia de grupos que generan histeria colectiva sobre todo entre los republicanos que reproducen de inmediato un discurso de invasión, llegada masiva e incapacidad de contención de miles de personas en sus fronteras?
Pero dejémonos de hipocresías, sin las fotos delatoras nada de esto hubiera pasado de una escena cotidiana entre agentes migratorios y personas migrantes en casi cualquier país del mundo, ni tendría mayor repercusión ni impacto. Sin las fotos delatoras, nadie se hubiera rasgado las vestiduras ni escandalizado, aunque la situación ocurra prácticamente diario. Son las fotos, estas fotos, las que atrapan el momento, lo eternizan, lo dejan en nuestra memoria como una tortura imposible de evadir lo que nos lleva a reaccionar, aunque sea momentáneamente.
El impacto sin embargo ha ido más allá. En el caso estadounidense por primera vez la comunidad afroamericana se ha involucrado con temas de migración que generalmente le son ajenos, esto debido a que la foto delatora evocaba una escena del esclavismo que removió hasta las entrañas la sensación de volver a estar en el mismo lugar del cual escaparon algún día. En México también se movieron las aguas y el flujo migratorio empezó a fluir del estancamiento que tenía desde hace meses porque no hubo una foto delatora que transmitiera con suficiente fuerza la frustración de miles de personas migrantes, literalmente atrapadas en el sur del País. Ahora las cosas tomaron otro cauce, sin mucha dirección, pero con la claridad de que aun con restricciones, los migrantes empiezan a llegar a otros puntos del país en la búsqueda de documentos legales que les permitan estar en el país dentro de los márgenes legales. Ya hay haitianos en fila eterna en distintos puntos de México para obtener algún tipo de visa por razones humanitarias que nuestras leyes contemplan y que deberían otorgarles de inmediato. Para un país es infinitamente más importante tener control de quien transita en su territorio si las personas están registradas que forzarlas a la clandestinidad. Incluso, si se permite que las personas pueden trabajar como una posibilidad de su estancia, en lugar de ser una carga pública se vuelven personas productivas que, como tantos, buscan su sobrevivencia y la de sus familias por la vía del trabajo.
La Ciudad de México empieza a ver la presencia de muchos de estos migrantes, sobre todo el éxodo haitiano que va llegando a la gran metrópoli. Buscan lo mismo que cualquiera querría, documentos para una estancia legal y que no se les prohíba trabajar, y eventualmente, poder seguir su viaje. No puede haber actitud más apegada al marco legal que lo que nos muestra esta diáspora. Ante esta realidad lo que toca es acompañar y simplemente dejar que el flujo fluya. Afortunadamente la Ciudad de México cuenta con un marco legal como Ciudad Intercultural que permite instrumentar puntos de albergue para estos peregrinos y la posibilidad de ser reconocidos como visitantes por razones humanitarias.
Así pues, así como hay fotos que nos indignan y llevan a muchos a reaccionar y movilizarse, sería gratificante que hubiera ahora fotos que plasmen escenas que nos devuelvan cierto alivio, reconforten nuestro espíritu y muestren la otra cara de esas terribles fotos delatoras, la del humanismo y hospitalidad posible. Benditos fotógrafos, no dejen de sorprendernos nunca.