Asalto a la república

Roberto Heycher Cardiel
06 septiembre 2024

La historia de México está forjada en los anhelos de libertad, en la búsqueda constante de justicia, en la inquebrantable voluntad de su gente por encontrar una voz propia en el concierto de las naciones. Pero, ¿qué sucede cuando esa voz se ve sofocada por el peso de un poder que se concentra en pocas manos? ¿Qué ocurre cuando las instituciones que han sido los pilares de nuestra democracia comienzan a desmoronarse bajo la presión de la ambición desmedida? El futuro de la nación pende de un hilo, y ese hilo está en manos de quienes tienen la responsabilidad de proteger la esencia misma de nuestra democracia.

Imaginemos un país donde el poder político se concentra en una sola persona. Este poder, que alguna vez estuvo distribuido entre las diversas instituciones que velaban por el equilibrio y la justicia, ahora reside en un solo individuo. En lugar de un sistema que favorece la pluralidad, la transparencia y el diálogo, nos enfrentamos a un gobierno que decide, sin contrapesos, el destino de millones. La democracia, que alguna vez fue el estandarte de nuestra nación, se transforma en un eco lejano, una promesa incumplida de una transición inacabada.

La historia está llena de ejemplos donde la concentración del poder ha llevado a la erosión de los valores democráticos. En países como Venezuela y Hungría, hemos visto cómo la centralización del poder en una figura dominante ha resultado en el debilitamiento de las instituciones democráticas, el acoso a la oposición y la restricción de las libertades civiles. La desaparición de instituciones de contramayoría, aquellas que tradicionalmente limitaban el poder del ejecutivo, es un asalto a la esencia misma de la república. Sin estas instituciones, el gobierno actúa sin rendir cuentas, sin freno alguno, y el abuso de poder se convierte en la norma, no en la excepción.

La idea de elegir el Poder Judicial por voto popular podría parecer, a primera vista, un acto de democratización. Sin embargo, la experiencia en otros países ha demostrado que, en realidad, es una trampa que amenaza con politizar la justicia, convirtiendo a los jueces en meros instrumentos del poder dominante. En Estados Unidos, por ejemplo, las elecciones judiciales han resultado en un sistema donde la justicia está fuertemente influenciada por intereses partidistas y financieros, comprometiendo su imparcialidad. La independencia del poder judicial, que es esencial para la protección de los derechos de los ciudadanos, se evapora en un sistema donde los jueces actúan conforme a los intereses de quien los controla.

En este México imaginado, la sociedad civil, esa fuerza vital que ha luchado incansablemente por los derechos humanos, la transparencia y la rendición de cuentas, se encuentra debilitada. Un gobierno que concentra el poder sin contrapesos tiende a ver a la sociedad civil como una amenaza, no como un aliado. En Rusia, la represión de organizaciones no gubernamentales y la censura a la prensa han sido estrategias clave para consolidar el poder del gobierno, limitando la capacidad de la sociedad civil para actuar como un contrapeso.

La subrrepresentación de las minorías en el Congreso de la Unión y en los estados solo agrava esta situación. Un Congreso que no refleja la diversidad de su nación es un Congreso que legisla para unos pocos, ignorando a las voces que representan la riqueza plural de México. La desigualdad se profundiza, la discriminación se normaliza, y el tejido social, que ha sido tan difícil de construir, comienza a deshilacharse.

La proliferación de programas sociales de corte clientelar, aunque pueden parecer un gesto de generosidad, se convierte en una herramienta de control político. Estos programas, lejos de fomentar el desarrollo y la autonomía de los ciudadanos, los atan a la dependencia del gobierno. En países como Argentina, el uso de programas sociales como herramienta de control político ha sido ampliamente documentado, donde se condiciona el acceso a recursos a cambio de apoyo electoral.

La calificación crediticia del País baja, reflejando una pérdida de confianza en su estabilidad económica, y el peso se deprecia, aumentando el costo de vida para todos.

El nacionalismo excluyente, promovido desde las altas esferas del poder, divide a la sociedad. Se fomentan las diferencias, se exacerban los conflictos, y la unidad nacional, esa que debería ser nuestra mayor fortaleza, se desmorona. El país, aislado en el escenario internacional, pierde aliados, pierde amigos, y se encuentra solo en un mundo cada vez más interconectado.

Desafortunadamente, imaginar que esto sucede hoy en México es sencillo, ya que algunas de esas condiciones ya están ocurriendo.

Es fácil pensar que estos temas de poder y representación son ajenos a la vida cotidiana, que pertenecen al ámbito de la política y no al de la vida diaria. Pero la realidad es que cuando el poder se concentra en unas pocas manos, cuando las instituciones que deberían protegernos desaparecen, todos estamos en riesgo. Cada decisión, cada ley, cada política tiene un impacto directo en la vida de cada mexicano.

La subrrepresentación en el Congreso significa que las preocupaciones y necesidades de muchos no serán consideradas. Significa que las políticas públicas no reflejarán la diversidad de la población, que se tomarán decisiones que favorecerán a unos pocos a expensas de la mayoría. En este escenario, el ciudadano común se convierte en un espectador pasivo, incapaz de influir en las decisiones que moldean su vida.

La respuesta a esta pregunta depende de nosotros, las y los ciudadanos demócratas, de nuestra capacidad para defender nuestros derechos, para exigir rendición de cuentas y para proteger las instituciones que han sido los pilares de nuestra nación. La democracia no es un regalo que se nos ha dado; es una conquista que debemos proteger y fortalecer cada día.

La democracia mexicana ha sido forjada en la lucha, en la resistencia, en la constante batalla por un país más justo y equitativo. Si permitimos en silencio que el poder se concentre, si dejamos que las voces disidentes sean silenciadas, entonces habremos fallado no solo a nosotros mismos, sino a las generaciones que nos seguirán.

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El autor es especialista en materia político-electoral, comunicación política e innovación

@RobertHeycherMx

Animal Político / @Pajaropolitico