Apuntes para reivindicar la indecisión

Óscar de la Borbolla
17 noviembre 2020

""

@oscardelaborbol

SinEmbargo.MX

 

Los seres humanos poseemos un prurito simplificador que nos hace ver el mundo como si estuviera armado por contrarios: noche-día, blanco-negro, bueno-malo. No vemos desprejuiciadamente lo que vemos, sino que de inmediato nuestra vista clasifica de manera binaria: me gusta-no me gusta, lo acepto-lo niego. Esta espontaneidad nos hace apreciar un mundo ordenado donde las cosas se distribuyen arriba o abajo, a la derecha o a la izquierda, cerca o lejos.

La ordenación del mundo por contrarios es muy sencilla y, sobre todo, tranquilizadora, pues nos hace creer que discernimos, distinguimos, que el mundo es claro e inteligible o, para decirlo de una vez, que sabemos a qué atenernos con él. Sin embargo, la verdad, no es tan simple, pues, en el mundo ningún par de contrarios se presenta en estado puro: aquí no hay ni el blanco sin mácula ni el negro absoluto, sino una gama prácticamente infinita de grises que media entre un extremo y el otro. Y lo mismo ocurre con lo bueno y lo malo, con lo bello y lo feo y con todos los objetos singulares que forman la intrincada diversidad de lo que existe.

Vivimos en un mundo de mezclas, de combinaciones, de cosas mestizas que solo por el lenguaje somos capaces de simplificar, pues miramos con el lenguaje, es decir, miramos a través de las palabras, con términos universales que ocultan las particularidades concretas del objeto. Así, al llamarlo y verlo con el término “banco” no reparamos en la irreductible individualidad del objeto: en su concreción, sino en lo que de común tiene con un conjunto de objetos igualmente simplificados: el abstracto “banco”.

Al ver el mundo con los anteojos del lenguaje, al adoptar las reglas gramaticales del lenguaje, el mundo real, concreto, queda oculto por las palabras y nuestras conductas se ciñen a su código binario: buenos y malos, víctimas y verdugos, ricos y pobres. Lo que determina que nuestra vida, compleja hasta la náusea, se vuelve una tonta película de vaqueros donde combaten los fifís y los chairos, las mujeres y los hombres: el nosotros contra el ustedes, como si en el nosotros no hubiera traidores y en el ustedes, aliados.

Algún vez resultaría muy provechoso visitar la realidad concreta (en latín concresco es lo que crece junto) para descubrir que estamos ciegos frente a lo más obvio, pues en el mundo, a diferencia de lo que nos impone el lenguaje, cada cosa es única y no necesariamente las cosas se oponen como los términos “blanco” y “negro”, oposición a la que nos induce nuestra naturaleza simplificadora, sino que lo que realmente existe es una paleta de innumerables grises. Ojalá en el mundo todo fuera sí o no; pero están también el tal vez, el no sé, el posiblemente y miles de modos que recorren nuestra compleja ambigüedad de indecisos. En un mundo artificialmente ordenado como el de la Divina Comedia de Dante, sin embargo, a los indecisos no los dejan entrar ni en el infierno. En el mundo real, en cambio, son los decididos quienes convierten el mundo en un infierno.