Aprendamos de China, Italia y España
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Arturo Santamaría Gómez
santamar24@hotmail.com
A estas alturas ya sabemos que China está controlando la pandemia pero que reaccionó con tardanza en sus inicios. En efecto, ya hay suficientes informes para enterarnos que si los chinos hubiesen actuado correctamente tres semanas antes de la propagación en su territorio la enfermedad se hubiese podido reducir hasta en un 95 por ciento.
La decisión de no tomar al inicio las medidas correctas tuvo que ver tanto con el desconocimiento de la fuerza del virus como con la política. Los gobernantes provinciales de Wuhan, confundidos o temerosos, ocultaron el brote epidémico durante casi tres semanas para no ser sancionados por las autoridades centrales. Sin embargo, China ha podido detener la curva ascendente de contagio y muerte. Su poderío económico, científico y médico, pero sobre todo la arraigada cultura colectivista y disciplinaria aunados a un Estado centralista y autoritario lograron controlar la epidemia. Poca gente estará de acuerdo con el Estado antidemocrático que impera en China, pero paradójicamente en este caso su mano férrea fue necesaria para imponer estrictas y efectivas medidas de contención.
También ya es ampliamente sabido que en Italia y España, en comparación a China, ya sufren un daño infinitamente mayor si tomamos en cuenta la cantidad de gente que vive en cada territorio. El pasado jueves Italia superó en número de muertes a China, cuando la península ronda en los 60 millones de habitantes y la patria de Mao Tse Tung en alrededor de 1,400 millones. Pero, además de lo anterior, no se ve, desafortunadamente, en qué momento los italianos empezarán a contener la inercia del ascenso de la propagación del coronavirus.
Ya es sabido que una de las razones por las que tanto en Italia como en España, al margen de la alta población de la tercera edad y un sistema médico con muchas carencias para el caso (a pesar de que los mayores focos de infección se han dado en dos de sus regiones más ricas: Lombardía en el norte de la bota, y en la zona conurbada de Madrid), fue la desobediencia de gran parte de su población para acatar las recomendaciones gubernamentales. Es decir, el más arraigado personalismo en sociedades democrático-liberales, generalmente con mayor respeto a los derechos humanos y las libertades individuales, el cual llevó a desacatar recomendaciones y órdenes que limitaban esas libertades, debilitó la urgente disciplina para enfrentar la propagación del mal.
Pero no todas las sociedades democrático liberales han sido tan desobedientes e indisciplinadas como lo fueron en un principio Italia y España. Inglaterra y Alemania, por ejemplo, con individuos más inclinados a la organización, planeación y orden enfrentan con mayor eficiencia y éxito los embates de la epidemia. Y ello tiene mucho que ver con el sólido capital social - es decir, la cooperación, solidaridad, respeto a las normas, confianza mutua y mayor organización- que existe en mayor medida entre germanos y anglos calvinistas que entre mediterráneos y latinos católicos.
La situación es extremadamente grave en Italia y España, al igual que en Irán, y no se ve cuándo se llegará al punto de inflexión. Mientras en China, con resultados favorables evidentes, ya empiezan a respirar con mayor alivio.
En México el número de infectados es aún muy bajo y con un solo muerto hasta el pasado jueves a medido día, lo cual no deja de sorprender por la cercanía con Estados Unidos, quien ya exhibe un alto número de enfermos, y el intenso intercambio de personas y mercancías con muchos países del mundo. No obstante, expertos y autoridades ya nos hablan de que en las próximas semanas los contagiados aumentarán exponencialmente.
Las cifras podrían ser menores que en Italia y España si aprendemos bien las lecciones. Lo cual, para nuestro infortunio, no parece estar sucediendo si vemos algunas acciones de gobierno, tanto a nivel federal como estatal y municipal. Para empezar, la conducta incomprensible del Presidente López Obrador quien por un lado ordena medidas de salud precautorias y por otro lado de manera infantil y absurda las viola. A nivel municipal, vemos en varios municipios los alcaldes hacen declaraciones descabelladas, tal y como las hizo a principios de semana el Alcalde de Mazatlán, en relación a lo que se haría en Semana Santa.
Pero, de igual manera, vemos como amplios sectores de la población civil siguen actuando como si nada sucediera, haciendo oídos sordos a las recomendaciones de guardar una sana distancia y resguardarse en casa el mayor tiempo posible. Al menos en Mazatlán, a diferencia de Acapulco, por ejemplo, seguimos viendo restaurantes bastante concurridos. En Acapulco sus autoridades han dado órdenes de evitar reuniones nutridas en establecimientos públicos y privados. Pero, en el mismo estado de Guerrero, vemos por un lado como autoridades locales suspenden festividades tumultuosas y en otros casos las mantienen. Es decir, hay una conducta desigual.
En México hemos visto reacciones de solidaridad y participación extraordinarias cuando se ha tratado de enfrentar grandes tragedias producidas por huracanes y terremotos; pero cuando se trata de acciones colectivas más organizadas y de largo plazo, como es el caso presente, nuestra respuesta suele ser mucho más débil. Hay muchos que por ignorancia, por carencia de conciencia civil, por ausencia de capital social y por rechazo a las decisiones de gobierno, sobre todo a este que ha sido tan errático, no están acatando las recomendaciones más elementales.
Esperemos que las próximas semanas por el bien de todos se manifieste el México que se organiza, el que obedece las recomendaciones médicas. El México racional y solidario.