Alianzas y guerra en Sinaloa

Iliana Padilla Reyes
14 diciembre 2019

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La detención de Genaro García Luna esta semana ha provocado una nueva (para algunos vieja) reflexión sobre la Guerra contra el Narcotráfico en el periodo de Felipe Calderón; se ponen sobre la mesa las redes de complicidades, las estrategias, y sobre todo los objetivos. En este escenario Sinaloa está en el centro de la discusión, en específico el Cártel del Pacifico.

Los sinaloenses tratamos de hilar nuestros recuerdos de la guerra durante esos años con la discusión sobre los presuntos acuerdos entre García Luna y una facción del conflicto interno entre grupos de la delincuencia. Una guerra que recordamos bien porque triplicó las tasas de homicidios y trajo a nuestras ciudades escenarios de mucha violencia.
En Culiacán, particularmente se recuerda el 8 de mayo, fecha del asesinato de Édgar Guzmán, cuando se detonó una bazuca en un centro comercial en el sector Tres Ríos. Este evento fue uno de los puntos álgidos en la guerra entre dos grupos del Cártel del Pacífico: los Beltrán Leyva y los Zambada–Guzmán.
El Gobernador Jesús Aguilar Padilla, quien al inicio de su periodo administrativo había declarado ante la prensa que la violencia en el estado era “algo normal”, encabezó en esos días una reunión donde convocó a empresarios locales, al Secretario de Gobernación, al Procurador General de la República, altos mandos de la Secretaría de Defensa Nacional y de la Marina, así como a su gabinete de seguridad pública y a los alcaldes de Culiacán y Navolato para iniciar las estrategias del Operativo Culiacán–Navolato, la reacción punitiva ante el evento.
El operativo, que después se extendió a otros municipios, logró como resultados para el 2009, a decir del delegado de la PGR en Sinaloa, la detención de mil 200 personas de las cuales fueron consignadas sólo la mitad, la destrucción de 290 antenas de radio, decomisos de armas, autos y aeronaves. No obstante, la estrategia no se enfocó en los objetivos planteados desde la federación, donde se prometía desarticular las redes de financiamiento y operación del narcotráfico en el territorio, sino todo lo contrario.
En el marco de la guerra, y en los esfuerzos de cooperación bilateral de la Iniciativa Mérida, la estrategia tenía como propósito, en palabras de Calderón para el NYT: “enfrentar, debilitar y neutralizar a los grupos criminales (...), la depuración y fortalecimiento de las Instituciones de Seguridad y Justicia (...), (y) la reconstrucción del tejido social”. Y así, con la estrategia, y durante esos años, se logró la detención de los Beltrán Leyva y de “La Barbie”, opositores al grupo liderado por el Mayo Zambada, dando salida al conflicto entre familias en Sinaloa, mas no a la violencia que provoca el narcotráfico.
El llamado “Cártel del Pacífico” durante los años posteriores a la guerra interna logró extender sus redes territoriales hacia otras regiones en México, y expandió sus mercados hacia nuevos países. Según un reporte de la DEA, el grupo de delincuencia organizada desde 2012 incrementó el control del tráfico de México a Estados Unidos del 40 al 70 por ciento, con ganancias que se calculan superiores a los 3 billones de dólares.
Mucho se ha escrito sobre los fracasos de la estrategia, y cómo la participación de los EU desde la Iniciativa Mérida ha retomado los mismos parámetros con los que se atiende el terrorismo en Medio Oriente y en Colombia, por citar algunos. Como lo escribió en su ensayo Roberto Arnaud, la estrategia estadounidense de atacar a las cabezas de las organizaciones extranjeras, desde Al Qaeda, Medellín hasta Los Zetas, equipara a grupos violentos que no tienen los mismos objetivos ni las mismas redes de complicidad y alianzas en el espacio.
En Sinaloa recordamos la guerra, recordamos a los agentes estadounidenses en las patrullas (que parecían monitos de G.I. Joe). Y también seguimos viviendo el conflicto, soportando los daños colaterales cuando se rompen las alianzas, cuando cambian los gobiernos, cuando aparecen nuevos atores. Seguimos esperando no sólo cambios en los acuerdos, sino cambios valientes y bien pensados que atiendan las causas directas (no sólo causas estructúrales y las consecuencias) y ocasionen transformaciones de fondo.

 

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